Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa

Amor en cuatro continentes - Demetrio Infante Figueroa


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el que sería su primer día de colegio y el inicio de una nueva rutina de vida que se prolongaría latamente en el tiempo.

      El cosquilleo en el estómago que todo ser humano siente, en mayor o menor medida el primer día de clases, cuando siendo joven debe cambiarse de colegio, no estuvo ausente en el caso de Daniel. Por más que la noche anterior trató de dormir bien, no pudo conciliar el sueño en la mejor forma. Pese a lo anterior, se levantó muy temprano para dirigirse a la iglesia y realizar su labor de inspección. Una vez terminada, estuvo listo para el desayuno con una antelación que lo obligó a esperar a Eric un rato prolongado. El diálogo mientras desayunaban no fue muy fluido. El dueño de casa se dio cuenta del estado en que se encontraba la cabeza del muchacho y coligió que el “horno no estaba para bollos” para iniciar una conversación. Se despidieron en forma amable y el clérigo tuvo un especial “que te vaya bien” al momento de separarse.

      Daniel llegó al Colegio cuando ya había en su sala de clases algunos alumnos y tuvo la sensación de ser un pájaro en jaula ajena, pues entre los que serían sus compañeros varios ya se conocían, fuera porque venían del mismo colegio primario o porque habían creado entre ellos una relación previa en alguna de las diversas actividades que se desarrollaban en una gran ciudad. Ellos mantenían una viva conversación, sin siquiera percatarse de la llegada del novato. El muchacho venido de Fatmill se fijó que a cada alumno se le había asignado un pupitre, el que se identificaba con una tarjeta que tenía el nombre y apellido de quienes serían durante el año miembros de esa sala. El buscó su lugar y lo encontró en la segunda fila al lado izquierdo, pegado a la muralla. Para sus adentro pensó que era una buena ubicación, ya que no estaría expuesto a la misma observación directa de los profesores de los de la primera línea y, al mismo tiempo, estaría lo suficientemente cerca de los maestros para seguir en forma atenta sus disertaciones sin preocuparse del común desorden que normalmente emana de las últimas filas. No hubo nadie que se le acercara antes de que se iniciara la primera sesión, cosa que anhelaba para sus adentro, pues se sentía incómodo al estar sentado solo en ese rincón. La primera hora de la mañana estuvo destinada a matemáticas y se pudo dar cuenta claramente de que los conocimientos que había aprendido en su colegio primario eran absolutamente insuficientes para seguir las enseñanzas del profesor. Se percató de inmediato que ahí tendría un problema y que debería poner especial énfasis en ese ramo para llenar el vacío existente. Terminada esa sesión inicial, vino el primer recreo y sin darse cuenta se vio involucrado en la charla que tenían tres muchachos que hablaban de fútbol y de las actuaciones del cuadro local en la Liga. Se podría decir que fue aceptado en forma tácita por quienes conversaban el tema y cuando intervino con una acotación que tuvo como base los conocimientos que había adquirido en su visita a la sede del club, el resto de los dialogantes consideró que era un aporte a la conversación por lo que lo miraron con buenos ojos. Uno de ellos le preguntó su nombre y su lugar de origen. El proporcionó ambos datos y lógicamente la interrogante cayó de cajón. ¿Dónde está Fatmill? Daniel explicó donde se situaba y la actividad minera que se desarrollaba en el lugar, agregando que su padre laboraba allí, sin mencionar el hecho que era un simple minero. La información fue tomada en forma natural por el resto lo que produjo un alivio en el chiquillo, quien desde ese momento empezó a ser considerado por los otros tres miembros del grupo como uno más. Esta actitud positiva la fue recibiendo en todos los recreos que vinieron después, a veces con uno y otras con dos o más chiquillos, por lo que al término de la mañana una cantidad importante de sus compañeros de clase lo identificaba perfectamente. Como el colegio funcionaba en dos sesiones diarias, a la hora de almuerzo algunos se quedaban en el establecimiento, donde había un servicio especial para almorzar, pero Daniel prefería ir a “su casa” pues le quedaba cerca y ello le permitía, además, no tener que pedir dinero para cancelar el costo de la merienda en la escuela. Cuando ese día se sentó a la mesa junto a Eric su actitud era diametralmente opuesta a la que había tenido durante el desayuno. No paró de hablar de su primera mañana colegial y de compartir lo contento que se sentía por haber sido bien recibido, hecho que causó la alegría del dueño de casa que había temido, no sin razón, que el muchacho por su origen sintiera un cierto rechazo del colectivo. Eso sí que Daniel omitió toda referencia a sus dudas en cuanto a su capacidad para enfrentar el ramo de matemáticas. Vuelto al establecimiento educacional en la tarde, el asunto funcionó en forma similar a como había acaecido en la mañana. En los días siguientes todo caminó en la misma dirección, por lo que empezó a sentir una seguridad mayor y una sensación de que el asunto iba sobre ruedas, ello hasta el instante en que alguien le consultó en cuál sector de la ciudad estaba su domicilio. Él, con la mayor aparente naturalidad –pese a su incomodidad y a que tenía conciencia que su respuesta no estaría dentro de lo esperado– confesó que residía en la iglesia de San Juan Bautista, lo que causó la sorpresa de algunos y la hilaridad de otros. Pensó que lo mejor era ser franco, decir la verdad y que de una vez por todas el asunto dejara de ser tema, sin consideración a cómo sería recibida su respuesta. Confesó que su padre era un humilde minero del carbón y que estaba allí gracias a la generosidad del pastor Eric, quien lo había recibido y lo había ayudado a ingresar a ese colegio a fin de cursar su educación secundaria. Añadió que pagaba su estada por medio de trabajos que se le asignaban y que si alguno de ellos iba a los oficios de los domingos se podría percatar de que estaría colaborando en las labores propias de la iglesia. Esa confesión abierta, franca y sencilla, provocó en la gran mayoría de sus compañeros un sentimiento de admiración, pues entendieron que se trataba de un tipo trasparente que en base de esfuerzo deseaba surgir en la vida. Contrario al temor primitivo de Daniel en orden a que contar la verdad le podría traer como consecuencia bromas desagradables de los otros miembros de la clase, casi todos sintieron hacia él una especie de solidaridad, la que le fueron demostrando en diversos grados y formas a través del tiempo. Esa reacción trajo a su mente la repetida enseñanza que desde muy chico había oído salir de los labios de Charlie: “Siempre hay que decir la verdad. La mentira lleva solo al despeñadero”. No se fijó en ese instante cuál fue la dimensión que sus dichos habían producido entre sus iguales, pero la forma deferente con que fue tratado desde ese día lo hizo darse cuenta poco a poco de la generalizada admiración que produjo la narración de su historia. Se propuso responder a esa reacción de la mejor forma y se hizo el propósito de aparecer frente a sus condiscípulos como una persona colaboradora y leal.

      Su vida como estudiante del colegio de Newcastle, que empezó de tan buena manera, en el futuro continuaría por la misma senda. Daniel, diariamente, al llegar a su pieza y empezar a hacer sus deberes, dejaba un tiempo para estudiar matemáticas a fin de acortar la distancia existente con sus compañeros en ese ramo. Se pudo percatar de que poco a poco la brecha inicial se iba cerrando, lo que se demostró en el mejoramiento de las calificaciones que fue recibiendo en los sucesivos controles habituales. Los primeros fueron un verdadero desastre, pero ello no lo amilanó, sino que, por el contrario, lo impulsó a conseguir esa meta inmediata y adicional que la vida ponía frente a él. Los sucesivos certámenes le demostraron que el esfuerzo estaba dando frutos concretos, circunstancia que lo instó a perseverar aún más en su dedicación. En cuanto a su vida diaria en el colegio, sentía que el ambiente entre sus compañeros era cada día mejor y que a ellos, además, les sorprendía la forma en que iba llenando los vacíos propios de su débil formación primaria. En los recreos, en los días en que no había lluvia, muchas veces se organizaban pequeños partidos de fútbol en los que Daniel participaba con más entusiasmo que calidad. Se dio cuenta desde un comienzo de que su empeño por ese deporte era muy superior a los resultados que conseguía cuando estaba frente a la pelota y que entre sus amigos había algunos que tenían condiciones sobresalientes para dominar el balón. Pero todo lo anterior no mermó su entusiasmo por participar en esos lances que se llevaban a cabo en la primitiva cancha que era el patio del colegio. Donde sí se constituía en una autoridad era en las conversaciones sobre el presente y futuro del club local que participaba en la Primera Liga, área en la que demostraba una sabiduría mayor que el resto de sus amigos. Era capaz de recitar de memoria las alineaciones que el Newcastle United había tenido en los últimos años e incluso recordaba los resultados de la mayoría de los juegos y el nombre de los autores de los goles. Los lunes era tema obligado el comentario sobre la actuación del equipo el día anterior, él participaba activamente gracias a una primitiva radio que había en la oficina de la iglesia y que mantenía encendida mientras laboraba en los libros


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