Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa
cómo había sido un gol determinado o cómo se había gestado una jugada específica. Ir al estadio a ver al Newcastle United era para Daniel un sueño escondido de larga data y que esperaba poder cumplir algún día.
La parte emotiva la manejaba a través de sus cartas semanales a su madre, las que eran respondidas en forma lacónica, no porque Mary no deseara expresarle el inmenso amor que le tenía, sino porque sus conocimientos para expresarse por escrito eran más bien escasos, cosa que el hijo comprendía perfectamente. Pero el solo hecho de ver un sobre con la letra de su madre le producía una alegría inmensa. Pese a lo breve de las misivas, se imponía que estaban todos bien y que Elsie seguía siendo una hija y compañera ideal. En cuanto al padre, ella en todas sus misivas le hacía continuas referencias a su preocupación por la tos persistente que tenía. Daniel sabía que aquella era producto de la silicosis que avanzaba y sabía también cuál sería el final, pero prefería no pensar en el tema. Su hermana de vez en cuando le escribía, siempre en forma muy afectuosa, pero la base de sus cartas consistía en interrogantes acerca de cómo era vivir en una gran ciudad. Como mujer le preguntaba cosas relacionadas con la moda o la vida social, materias en las cuales Daniel se declaraba abiertamente ignorante y no tenía interés alguno en profundizar. Pero para dar alguna satisfacción a esos intereses de su hermana, empezó a fijarse en la forma de los vestidos y en los colores que usaban las niñas los días domingos cuando asistían a los oficios, observaciones que transmitía en la forma menos primitiva posible. En cuanto a la posibilidad de mantener una correspondencia con Elizabeth, ambos se dieron cuenta muy pronto de que, pese a las promesas recíprocas, el asunto no funcionaría y poco a poco las cartas entre los dos se fueron distanciando hasta que al final cesaron en forma definitiva. Daniel entendía que para una niña como ella no era nada de atrayente mantener un vínculo con un tipo de su edad al cual no tenía posibilidad alguna de ver ni con el cual compartir, en circunstancias que en Fatmill había varios muchachos mayores que la cortejaban. Se podría decir que la relación tuvo una muerte natural lógica previsible.
Cuando al final del año se dieron a conocer las notas obtenidas por los alumnos en cada uno de los ramos, Daniel resultó ser el tercero de su clase, lo que lo llenó de satisfacción. Llegó donde Eric a mostrarle el certificado que acreditaba lo anterior con un entusiasmo desbordante. El religioso, quien ya lo consideraba casi como un hijo, se puso en extremo contento y lo felicitó efusivamente con un gran abrazo. Le dijo que eso había que celebrarlo como se merecía y procedió a invitarlo a cenar a un restaurant del centro de la ciudad, que Daniel ubicaba por haber pasado frente a su puerta, pero nunca había imaginado siquiera la posibilidad de ingresar y sentarse en una de esas mesas vestidas de albos manteles y rodeadas de sofisticadas sillas. Para el muchacho, la invitación se constituyó en una experiencia única y una buena manera de demostrar al presbítero que todas las correcciones que diariamente le hacía sobre las maneras de comportarse en la mesa, la forma como se tomaban los cubiertos, el uso de la servilleta y el cuidado para tomar la copa en que se ofrecía el líquido que estaba sobre la mesa, habían sido aprendidas. Era capaz de mostrar modales propios de una persona proveniente de un estrato social muy diferente al suyo. Resultó una cena estupenda que quedó grabada en la mente del estudiante no solo por el lugar y el ambiente existente, sino también por la excelente calidad de lo que comieron. La carne que degustaron a insinuación del presbítero, quien era un sibarita encubierto, fue inolvidable. Pero por sobre todas esas emociones, en Daniel reinaba en forma brillante y única la idea de que si continuaba con igual éxito en los próximos años podría aspirar a la beca mencionada por Charlie. No olvidaba que ese era su objetivo final.
Venían las vacaciones de verano y Daniel sabía que no podía abandonar sus labores en la iglesia, pues ese había sido el trato. Empezó a pensar en qué usar su tiempo libre, que en la práctica era casi todo el día de las jornadas laborables. Le comentó su inquietud a Eric y le dijo que él no estaba dispuesto a ser un vago durante el período estival, por lo que le compartió la idea de buscar un trabajo que tuviera un horario similar al que tenía en el colegio, a fin de no descuidar los deberes a los que estaba comprometido con la parroquia. El religioso le encontró la razón y le dijo que lo dejara pensar un poco el tema. Dos días después le preguntó qué le había parecido el dueño de la tienda donde había conseguido la ropa a comienzos de año, el que además de ser un fiel feligrés de la parroquia, como él sabía, era un buen amigo suyo. Este había comentado al pasar que en su establecimiento se le había producido una vacante, por lo que había allí una oportunidad laboral. Daniel le respondió que le tenía gran aprecio a Mr. Lodge por la forma como lo había tratado en su primer encuentro y por lo interesado que se mostraba en las reuniones dominicales respecto de sus estudios, por lo cual para él sería un agrado trabajar allí.
–Bueno –le respondió el presbítero–, mañana a las nueve de la mañana debes presentarte en la tienda donde trabajarás de lunes a viernes, ambos inclusive, cosa que puedas realizar tus labores aquí en la misma forma en que lo has hecho durante el año. Ah… y no olvides que debes continuar con tu obligación de realizar todas las mañanas temprano una revisión del templo. Esta nueva actividad no puede por motivo alguno interferir en el cumplimiento de tus labores aquí, pues de ser así deberás dejar el trabajo con Mr. Lodge en el acto.
Daniel le respondió que no se preocupara y que le garantizaba que no tendría queja alguna al respecto.
Al día siguiente, a las nueve de la mañana en punto, Daniel se presentó ante Mr. Lodge, quien lo recibió en forma cariñosa. Le dijo que se encargaría de la mantención de los inventarios, pues había notado que en esa área había una falencia y que tenía serias sospechas de que alguien estaba escamoteándole mercaderías. Le pidió que hiciera todo en forma callada y que cualquier duda o anomalía se la comunicara directamente a él. Le previno que, en materias relacionadas con el trabajo mismo, no compartiera sus comentarios con nadie. Lo llevó a un pequeño despacho no lejano al de él y le indicó que ese sería su lugar. Allí, en la soledad de esa habitación, le indicó cuánto le iba a pagar semanalmente, lo que para Daniel resultó una suma importante, pero en la realidad era un salario muy inferior al que el dueño debería haber cancelado a otro trabajador. Para el propietario de la tienda resultó ser un buen negocio la contratación del muchacho. Cuando Daniel quedó solo en la que sería su oficina durante todo el verano, se sentó en la silla y se preguntó para sí: “¿Qué es un inventario?”. No dijo nada y guardó su secreta ignorancia como un valioso tesoro. Durante ese primer día se dedicó a conocer la tienda en todos sus detalles, a interiorizarse de su funcionamiento y a presentarse ante el resto del personal, tratando de demostrar la mayor humildad posible. No deseaba crearse anticuerpos desde el inicio o que alguien pensara que él iba allí para quitarle su trabajo o para controlarlo. Ayudó a esta especie de ingreso social el hecho de que varios de los trabajadores eran feligreses de la iglesia. Allí pudo conocer al hijo menor del dueño, de nombre Albert, quien tenía unos seis o siete años más que él y que había resuelto no ir a la universidad y solo estudiar un breve curso de comercio que le permitiera secundar a su padre. Un hijo de Mr. Lodge lo recibió amistosamente y desde un comienzo hubo química entre ellos. Los hijos del dueño eran tres. El mayor había estudiado economía y una vez recibido había ingresado a un Banco local, el que lo trasladó luego a la casa matriz en Londres y, debido a lo brillante de su desempeño, en ese momento tenía una alta responsabilidad en la oficina que el Banco tenía en Nueva York. El segundo se había recibido de dentista y cumpliendo un sueño que tenía desde niño se había mudado a Londres para ejercer allí su profesión, pues sostenía que no había comparación alguna entre la grandiosidad del Támesis y la fealdad del Tyne River. Producto de todo lo anterior, era un hecho de la causa que quien se quedaría a cargo del emprendimiento una vez que el padre se jubilara o falleciera, era el hijo más pequeño, hecho que la familia completa tácitamente había internalizado. En lo que respecta a ese primer día laboral de Daniel, en la tarde apenas llegó a “su casa” se fue directo al viejo diccionario que existía en la pequeña biblioteca y buscó el significado de la palabra inventario. De la definición leída trató de extraer otros elementos que le permitieran en verdad formarse una idea más completa, aunque primaria, del tema. Había llegado a la conclusión de que Eric era la única persona a la cual le podía confesar su dificultad laboral y la única que guardaría el secreto respecto de su ignorancia. El religioso, ante la pregunta explotó en una