Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa

Amor en cuatro continentes - Demetrio Infante Figueroa


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de qué se trataba y de la importancia que para esos efectos tenían los libros que deberían existir en la tienda, en donde encontraría una narrativa de las cosas adquiridas y sus precios, así como de aquellas que se habían vendido y las sumas que se habían percibido. Todo lo anterior le permitía al dueño del negocio saber con cuánta mercadería contaba en cada uno de los rubros y delinear un plan adecuado para las futuras compras. Le añadió que dado el éxito que Mr. Lodge había tenido en su negocio, de seguro que todo estaba bien y que posiblemente habría solo una especie de desorden que el dueño deseaba solucionar. Que no se te escape, le agregó, que tu jefe allí es un buen hombre, pero tiene una cierta tendencia a la avaricia y a la desconfianza. Le añadió que la experiencia que había adquirido llevando los libros de contabilidad de la parroquia, cosa que hacía muy bien, le serviría como base. Daniel preguntó variadas cosas, hasta los detalles más ínfimos, pues deseaba llegar al día siguiente mostrándose como una persona ducha en materia de inventarios.

      La experiencia veraniega en el local de Mr. Lodge fue positiva para Daniel en todo aspecto. Le permitió juntar un poco de dinero y darse algunos gustos, tales como enviarle a su madre una bonita y fina bufanda para el invierno y adquirir a precio muy conveniente ropa para él, ya que se había ido desarrollando en él un gusto por las prendas finas y bonitas. Por otra parte, pudo darse dos antiguos deseos. El primero, fue hacerle un buen regalo a Eric, de quien tanto había recibido. Eligió un buen abrigo, el que pese a la rebaja que Mr. Lodge le otorgó, le consumió una parte importante de sus primeros salarios, pero aquello nada le importó. Lo hizo con gusto y cuando se lo entregó, el presbítero en un comienzo no quiso recibírselo, pero luego de sus reiterados ruegos lo aceptó emocionado. Se lo probó y le quedó perfecto.

      –Ahora los feligreses van a empezar a pensar que me estoy robando el dinero del templo para comprarme cosas finas –bromeó.

      El otro deseo que cumplió, previa conversación con el dueño de “su casa”, fue ausentarse una tarde de domingo para ir al estadio a presenciar un partido de fútbol en que jugaba el Newcastle United nada menos que con el antiguo y poderoso Manchester United, equipo que tenía un lugar de privilegio en la afición británica y cuya tradición se remontaba a 1878, cuando la poderosa institución de esos días había dado sus primeros pasos. Compró la entrada más barata, una en que el partido debía verse de pie, pero para él aquello era un detalle insignificante. Fue uno de los primeros espectadores en ingresar al estadio y sentirse dentro de ese coliseo le produjo tal emoción que lo llevó a elevar una especie de oración para agradecer a Dios por estar ahí. No lo podía creer. Tuvo oportunidad de entonar todos los cantos que la barra del equipo coreaba durante el juego, los que se conocía de memoria, y de ser parte de los gritos de los parciales del club. Estaba ronco cuando se escuchó el pitazo final; el Newcastle United había resultado ganador dos goles a uno. Dentro de esa indescriptible felicidad le apareció en su interior una especie de pena, pues los noventa minutos de juego le habían parecido absolutamente insuficientes y si hubiera sido por él, el partido debió haber durado una hora más, por lo menos. Esa noche le costó mucho quedarse dormido, pues la excitación de la experiencia de esa tarde no cesaba y cada una de las jugadas del equipo y cada uno de los goles presenciados le daban vueltas en la cabeza. En determinados momentos pensaba que todo había sido un sueño y solo la presencia del gorro del club que había adquirido al ingreso al estadio y que había clavado en una de las murallas de su dormitorio le daba la seguridad de que lo vivido había sido real.

      Terminado el verano, Daniel volvió al colegio y ese segundo año no fue diferente al anterior. Cada día se sentía más cómodo y comprobaba con satisfacción que el ambiente dentro de la clase era amistoso, que su desempeño escolar seguía siendo muy bueno y que su relación con Eric marchaba sobre rieles. En pocas palabras se sentía muy cómodo con la forma en que se le estaba dando la vida en todo sentido. Además, había hecho un trabajo lento pero seguro de convencer a Eric de que podía mantener los libros de la iglesia en orden sin necesidad de usar la tarde de los domingos, pues se quedaba los sábados hasta muy tarde y se iba a la cama solo cuando había finiquitado esa labor. Lo anterior le permitió usar los domingos en la tarde para repetir de vez en cuando la experiencia de ir al estadio cuando el Newcastle United jugaba de local, lo que financiaba con lo que había ahorrado mientras trabajó con Mr. Lodge. Por otra parte, en su planificación futura estaba el hecho de repetir todos los veranos siguientes su aventura laboral, lo que lo habilitaría monetariamente para satisfacer algunas necesidades personales y al mismo tiempo dejar una pequeña cantidad de ahorro que le diera cierta libertad monetaria el resto del año. Pero quizás el hecho más destacable en este segundo año, fue la relación más cercana que cada domingo fue estableciendo con la comunidad de la iglesia en esas reuniones que se llevaban a efecto después del oficio religioso. Su presentación personal había mejorado ostensiblemente con la ropa adquirida en la tienda de Mr. Lodge y poco a poco los feligreses lo fueron identificando por su nombre de pila y distinguiendo con su amistad. Daniel aparecía como un tipo correcto y había consenso en la mayoría de los asistentes a esas reuniones de que se trataba de un muchacho aprovechado en el colegio, que no negaba su origen humilde cuando el tema salía a la superficie –cosa que él no evitaba–, que deseaba salir adelante en la vida y que se había constituido en la mano derecha del párroco. Este, a su vez, estaba satisfecho con la conducta del joven estudiante y sin decírselo se lo transmitía a través de la forma afectuosa con que lo trataba. En varias oportunidades escribió cartas a Fatmill para representarle a Charlie el acierto que había sido confiar en su recomendación en cuanto a recibir en la iglesia a Daniel.

      Esos encuentros dominicales tuvieron al fin de ese segundo año una connotación especial. Desde hacía algunos meses Daniel se había fijado en una niña que domingo a domingo asistía a los oficios en compañía de sus padres. El progenitor era un conocido médico de la ciudad que trataba a Daniel con deferencia, pero no imaginaba siquiera que su hija le estaba llenando el ojo. La chiquilla era recatada, pero percibía a través de sus miradas que no era indiferente a las preferencias del asistente del párroco, las que ella correspondía de igual forma. Se llamaba Elizabeth y no se le escapaba al estudiante la coincidencia de nombre con quien había sido su primer amor en Fatmill. Esta también era rubia y linda de cara. Poseía una especial distinción, pues era alta de estatura y se vestía en forma sencilla, pero elegante. Daniel se esmeraba en que los mejores dulces estuvieran cerca de ella y que no le faltara té, que era lo que ella bebía en esas jornadas dominicales. Poco a poco tuvieron sus primeros diálogos y después de algunos meses se trasformaron en conversaciones que tenían la extensión que les permitían los momentos en que Daniel no debía atender alguna necesidad del resto de la comunidad. Eric, que tenía experiencia de vida más que suficiente para captar el comportamiento de los seres humanos, se percató de esa amistad, lo que le produjo alegría porque venía a llenar un vacío emocional en el alma de su asistente.

      Al término de ese segundo año, cuando se entregaron los resultados finales, Daniel apareció con el segundo promedio del curso. Obtener esa distinción le produjo alegría, pero estuvo lejos de nacer en su interior esa explosión de sentimientos que le había producido el tercer lugar que le habían otorgado el año anterior. Esto último fue una sorpresa que no esperaba, en cambio el segundo lugar en esta ocasión le era algo imaginable. De todos modos, estaba en extremo contento pues era un año menos para concretar su sueño. Fue raudo a hacer partícipe del resultado al párroco, quien lo felicitó efusivamente y le agregó que había que repetir la ceremonia anterior, por lo que lo invitaba a cenar al mismo restaurant al que habían concurrido entonces. Todo fue una copia de lo acaecido doce meses antes, incluso la remisión de sendas cartas a su madre, a Charlie y una especial a Elsie. Al inicio de la cena Eric le recomendó que esta vez probara un pescado especial que preparaban allí, el que iba bañado con una salsa en base de mostaza. Daniel comprobó una vez más que su jefe no solo era un gran clérigo, sino también un muy buen gourmet. El plato resultó exquisito. En cuanto al postre, le recomendó una crema de leche caliente con cerezas, bañada con helados. La mezcla le pareció rara a Daniel, pero comprobó que en temas de comidas el presbítero era infalible.

      El verano en la tienda de Mr. Lodge transcurrió sin mayor novedad. Quizás lo más destacable fue que había quedado tan satisfecho con la labor desempeñada por el estudiante el año anterior, que le ofreció un salario más sustancioso, lo


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