Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa

Amor en cuatro continentes - Demetrio Infante Figueroa


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la ducha contaba con agua caliente, por lo cual ya tenía resuelto el problema. Por otra parte, la sola idea de disponer de un aparato para ducharse y que además no tendría que usar una letrina, le dio una sensación especial de agrado. Se terminaban, si todo andaba bien, esos baños semanales en el medio de la sala de la casa en el cual se usaba esa primitiva y estrecha bañera portátil que debía llenarse manualmente con agua caliente. No hizo comentario alguno al respecto. Finalizada la labor de ordenar su ropa, Daniel la invitó a pasear por la ciudad y así aprovecharía de mostrarle por fuera donde estaba la tienda en la cual pretendía laborar. Así lo hicieron. La muchacha, lógicamente y al igual a lo que le había sucedido antes a Daniel, no paraba de sorprenderse con la ciudad grande. No se le escapaba el tráfico de vehículos, la gente, la actividad del comercio, lo hermosas y grandes que eran las tiendas, los bonitos vestidos de las mujeres y la exuberancia de las vitrinas de los establecimientos que ofrecían ropa femenina. Al pasar frente a la Central Arcade se enteró de que allí se celebraría la cita del día siguiente, pero solo la visitaron por afuera, sin entrar al espacio interno por miedo a ser vistos por Mrs. Lange.

      Regresaron a la parroquia más o menos a la hora de la cena y después se dirigieron al dormitorio. Conversaron de sus respectivas vidas como hasta las dos de la madrugada, tratando de llenar el vacío de información personal que se había producido entre ellos por el largo lapso en que no se habían visto. Había tantas cosas que contarse y los dos estaban hambrientos de saber de la vida del otro. Durante la conversación se atropellaban para preguntar sobre los más diversos tópicos. Elsie escuchó con agrado el relato de Daniel respeto a la relación que tenía con Elizabeth y le dio una gran tranquilidad saber que ella la ayudaría a encontrar un sitio donde vivir. A la mañana siguiente se levantaron temprano para estar a la hora establecida para el desayuno, previa la inspección de rutina de la iglesia que debía hacer Daniel. Elsie, a su turno, se fue al baño con la falda que usaría ese mediodía y usando un colgador de ropa la puso en una percha y tomó una larga ducha lo más caliente posible, no solo para sentir la satisfacción que le producía el tener acceso a ese aparato moderno y casi desconocido para ella, sino que también para producir la mayor cantidad posible de vapor, pues había leído en una revista de modas que si las prendas recibían el vapor que se expandía por la sala de baño poco a poco las arrugas tendían a desaparecer y al final no quedaba rastro de ellas. Comprobó con alivio que el método funcionaba y tranquilamente se volvió a su dormitorio con lo que parecía una falda perfectamente planchada. Después del desayuno Daniel trató de instruir a su hermana sobre cómo plantearse en la entrevista. Le indicó que debía actuar con seguridad, sin demostrar sorpresa o temor frente a las cosas que le mostraran, por más novedosas que ellas fueran; que debía observar ante la dueña un respeto que no demostrara sumisión, sino seguridad; que debía tratar de ser lo más cortés posible con la jefa de las costureras, pues a la larga su opinión sería determinante al momento de adoptarse una resolución final, y que debía demostrar sin complejos el buen gusto que ella tenía, pues él estaba convencido de que lo poseía.

      Terminada la conversación, ambos hermanos se dirigieron a la Central Arcade e ingresaron al amplio espacio interior. Elsie quedó impresionada por lo hermoso y novedoso del conjunto arquitectónico. A la hora acordada, ingresó sola al negocio, donde Mrs. Lange la estaba esperando. La recibió amablemente y le dijo de inmediato:

      –Tú debes ser Elsie, la hermana de Daniel.

      Ante la respuesta afirmativa, la invitó a que ingresaran a su oficina, la que estaba finamente adornada. Los muebles eran del estilo de los que la muchacha había visto en las escasas revistas de moda y de actualidad social que conseguía en Fatmill. El diálogo entre ambas duró algo más de una hora y las preguntas formuladas tendían más a saber de ella como persona que de las habilidades que poseía para ejecutar las funciones a las cuales debía dedicarse. Mrs. Lange era de la teoría de que lo sustantivo era la calidad de la gente con que se laboraba, pues el ambiente del negocio era fundamental para mantener su prestigio. Lo que los empleados no sabían lo podían aprender, pero lo que traían dentro era difícil de mutar. Luego de aquel lapso le presentó a la jefa de costuras, una mujer de unos 50 años, seria, pero amable. Esta fue más incisiva en cuanto a los conocimientos de costura de la postulante e incluso le trajo unos pedazos de tela para que sugiriera las combinaciones de colores que le parecían y los modelos específicos en que podrían usarse, pruebas que Elsie pasó sin problema alguno. Terminada la entrevista, la dueña de la tienda le dijo que volviera en la tarde a eso de las 18:00 horas, pues le tendría una respuesta en cuanto a su postulación. La muchacha salió contenta por la forma en que se había llevado a cabo la entrevista y por la química que ella sintió que se había creado con sus dos interlocutoras, pero no se le escapaba que se trataba de personas cultas y educadas y que más allá de proporcionarle un buen recibimiento, en el fondo decidirían acorde a la impresión con que se habían quedado respecto a sus condiciones humanas y sus capacidades profesionales. A la salida y sentado en una mesa de un café, encontró a Daniel, quien con avidez manifiesta le pidió que le narrara todo, sin omitir detalles. Una vez que Elsie hubo terminado el relato a su hermano, en el que incluyó la totalidad de sus impresiones, el muchacho le respondió que a su juicio las cosas habían salido bien y que no era pecar de optimismo el pensar que la respuesta sería positiva. Se alejaron para comer algo en un negocio cercano, ya que la hora de almuerzo había pasado hacía rato.

      A la hora acordada Elsie ingresó a la tienda de Mrs. Lange, quien la recibió con la misma cortesía con que lo había hecho en la mañana. Daniel quedó afuera, ahora sentado dentro del local del café pues el clima no era grato como para permanecer a la intemperie. La dueña del negocio le dijo que ella le había causado una muy buena impresión, lo mismo que a su jefa de costuras, por lo cual el trabajo era suyo. Le aclaró los horarios y la suma que ganaría semanalmente, la que se incrementaría a fin de año con un bono cuyo monto sería proporcional a las ganancias obtenidas durante los doce meses precedentes. Le añadió que debía elegir qué día de la semana deseaba no trabajar, ya que los domingos la tienda permanecía abierta y era fundamental que ella estuviera ahí. Finalizó expresándole que debía iniciar su actividad el lunes siguiente. Elsie le agradeció cortésmente, disimulando, tal como había sido instruida, la emoción interior, y le prometió que haría todo lo que estuviera de su parte para corresponder satisfactoriamente a la responsabilidad que se le estaba confiando. En lo que respecta al día libre semanal que le había propuesto, le dijo que al comienzo y hasta nuevo aviso ella prefería renunciar lisa y llanamente a él, pues quería estar en el local la mayor cantidad de tiempo posible a fin de compenetrarse en forma cabal de sus labores. Lógicamente esa resolución suya no significaba alteración alguna en sus emolumentos ya que era una decisión voluntaria. Por lo demás, le agregó, no conozco a nadie en la ciudad todavía, por lo cual un día libre me sería más bien tedioso. Mrs. Lange le agradeció su disposición y en el fondo ese gesto incrementó la primera buena impresión que la chica le había causado. En lo que a la remuneración ofrecida respecta, le dijo, tal como se lo había instruido su hermano, que le parecía adecuada, sin agregar comentario alguno. Pero la verdad era muy distinta, pues la suma significaba para ella una cantidad de dinero con la cual nunca había soñado. Salió feliz.

      Cuando llegó al lado de Daniel no tuvo necesidad de decirle cuál había sido la respuesta de la dueña del negocio, ya que de su cara se colegía. Él sintió una tremenda alegría y un significativo alivio ante la realidad que se le habría presentado en el caso que la respuesta hubiera sido negativa. La abrazó cariñosamente. Luego le consultó por el salario, a lo que ella respondió con la suma que le habían indicado, añadiendo que le parecía demasiado dinero. No te creas, le dijo Daniel, pues con él deberás conseguir un lugar adecuado como pensión y cancelar tu movilización; el sobrante no será mucho. A ella esa acotación del muchacho le pareció inadecuada, pero no dijo nada. Pareciera que su hermano no se había percatado del salto sideral que significaba haber obtenido ese trabajo y, lo que era más importante, las puertas que se le habían abierto para intentar un futuro seguro. Le importaba un rábano el que no le sobrara dinero para gastos adicionales.

      Ambos volvieron a la iglesia donde compartieron con Eric el resultado de la entrevista, hecho que puso contento al religioso. Según él deberían celebrar esa noche durante la cena, para lo cual ordenó a la cocinera un menú algo mejor que el habitual.

      La


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