Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa
esos días que restaban hasta el lunes para caminar por la ciudad a fin de ubicarse perfectamente en ella. Le agregó que no contaría con su ayuda durante la semana pues entre el colegio, sus deberes escolares y las obligaciones en la parroquia era muy poco el tiempo que le quedaba libre. Que la mejor hora para que intercambiaran impresiones era un poco antes de la cena y después de esta, cuando se juntaran en el dormitorio. Elsie le respondió que entendía la situación y que no se preocupara, pero no podía dejar de mencionarle su temor acerca del sitio en el cual viviría en forma definitiva. Daniel le respondió que eso se lo dejara a Elizabeth y que estaba seguro de que el día domingo tendría novedades al respecto. Enseguida él le proporcionó un poco de dinero por si necesitaba algo y le sugirió que, a la mañana siguiente, a primera hora, le escribiera una carta a su madre contándole el resultado de la entrevista y dándole tranquilidad respecto de su futuro. Le señaló en el mapa dónde quedaba la oficina del correo y le advirtió que debía remitir la misiva con el carácter de suma urgencia, cosa que Mary la recibiera al día siguiente. En todo eso quedaron de acuerdo antes de dormirse.
Al día siguiente Elsie se sentó frente al estrecho escritorio de Daniel y escribió una larga carta a sus padres, narrándoles con lujo de detalles cómo había sido el viaje, la recepción en la iglesia, el contacto para obtener un empleo, cuáles habían sido las reacciones de la dueña del negocio durante la entrevista y el resultado final. Les detallaba, además, las características del sitio donde iba a laborar y les afirmaba en forma categórica que estaba feliz y agradecida de todos los que habían hecho posible la concreción de este sueño, poniendo énfasis en el papel fundamental que ellos como padres habían tenido hacia ella y en la conducta de Daniel, quien, acorde con sus palabras textuales, más que un hermano era un ángel.
El domingo en la mañana, después de los oficios, Daniel se dedicó a presentarles a su hermana a todos sus conocidos. Elsie y Elizabeth hicieron buenas migas y su madre calladamente se impresionó por la belleza de la hermana de Daniel. Elizabeth le señaló que había encontrado ya un lugar ideal para que ella viviera. Se trataba de una dueña de casa viuda que tenía una pequeña vivienda ubicada en un suburbio seguro que estaba a una distancia razonable del centro de la ciudad. Contaba con movilización pública a dos cuadras, la que después de más o menos 35 minutos de viaje, la dejaría a tres cuadras de su trabajo. Le agregó que el precio le parecía razonable, pero que era necesario que visitara el lugar y conociera a la dueña, cosa de estar ciertos de la existencia de una aceptación recíproca, todo ello antes de arribar a la concreción de un trato definitivo. La madre de Elizabeth, que estaba presente en el diálogo, le acotó:
–Por qué no vienes a almorzar a casa y después yo misma los llevo a visitar el lugar y a conversar con la casera.
Elsie aceptó con gusto la invitación y después del evento en la parroquia los cinco partieron en el automóvil del doctor. Elsie había sido prevenida por su hermano que debía extremar sus modales de comportamiento en la mesa y que si tenía alguna duda de cómo proceder siguiera sus movimientos a fin de no cometer equivocaciones. Le agregó que no se sorprendiera en forma abierta con la casa de Elizabeth y que en todo momento mantuviera una conducta natural. Al llegar, Elsie dio gracias por la prevención de su hermano, pues de no haberla realizado le habría sido imposible contener los comentarios que le nacían de adentro frente a lo hermosa que era esa vivienda. Todo transcurrió perfectamente y después de almuerzo, mientras el dueño de casa dormía su acostumbrada siesta dominical, las tres mujeres y Daniel se dirigieron a lo que podría ser el sitio de residencia de Elsie. Llegaron a una casa más bien pequeña, situada en un barrio bien mantenido, típico de clase media local, que se veía seguro. Les abrió la puerta una mujer de unos 60 años que amablemente los hizo pasar. Juntos procedieron a recorrer la vivienda, la que estaba bien tenida. Sus dimensiones no eran muy amplias en la planta baja. Subieron al segundo piso, donde había dos dormitorios y un baño cómodo y limpio. Una de las habitaciones la ocupaba la dueña de casa y la otra estaba en oferta para arriendo. Se trataba de una pieza que Elsie consideró confortable y luminosa, que contaba con una cama amplia con frazadas abundantes y de buena calidad. El clóset disponible era más que suficiente para la cantidad de prendas que ella poseía y quedaba espacio para posibles futuras adquisiciones. Le gustó de inmediato, cosa que expresó sin mayor tapujo, reacción natural que no fue muy del agrado de su hermano, pues ello debilitaría la capacidad de negociación que tenía en mente al momento de conversar sobre el monto de la renta. Bajaron a la sala del primer piso y allí la casera indicó que ofrecía proporcionar las comidas y el desayuno, que el aseo y mantención de la habitación debía correr por cuenta de Elsie, así como el lavado de su ropa, y que para ella existía una condición fundamental, la cual era la limpieza del baño que ambas deberían compartir. Puede que yo sea una vieja maniática en este aspecto, acotó la casera, pero ese es un ítem no transable. En cuanto a las sábanas, habría un lavado semanal cuyo costo sería de cargo de la casa. Recalcó, una vez más, que para ella el asunto del baño era fundamental y que el no cumplimiento de esa condición haría que el acuerdo a que pudieran llegar quedara nulo de inmediato. En lo que respecta al canon de arrendamiento, materia que ella no deseaba negociar, pues se trataba de una suma que creía justa y dio una cifra que hizo trabajar de inmediato la mente de Daniel. Calculó que considerando el salario que su hermana recibiría, el gasto de movilización en que incurriría, el valor de su almuerzo diario y la necesidad de quedarse con algo en el bolsillo para algún menester diferente a los anteriores, era posible aceptar el negocio propuesto. Eso sí que no habría espacio monetario para gastos extras desmedidos. Se miró con su hermana y le hizo una señal de aprobación con una disimulada inclinación de cabeza, por lo que Elsie le dijo que estaba conforme con la propuesta, que no tuviera cuidado con el asunto del baño ya que ella también era de la opinión que esa parte de casa debía ser mantenida siempre en forma impecable, que estaba cierta de que se llevarían bien y que pensaba que en ese momento se iniciaba para ella una relación de amistad que las beneficiaría a las dos. Esta última expresión llamó positivamente la atención de la casera. La nueva pensionista previno que raramente almorzaría en casa debido a su trabajo, pero podría haber excepciones en que lo hiciera, posibilidad que fue aceptada sin problema por la dueña de casa.
La madre de Elizabeth, en una disposición que sorprendió extraordinaria y gratamente a Daniel, acotó que podían ir a la parroquia y traer de inmediato los enseres de Elsie, con lo cual ella podría al día siguiente iniciar en forma completa su nueva vida, desde la toma del bus matinal hasta el regreso en la tarde por la misma vía. La proposición no fue muy del agrado de la nueva inquilina, pues se dio cuenta de que todo se le venía encima de una sola vez, pero sí lo fue de su hermano, quien pensó que durante la semana no tendría tiempo para ocuparse del asunto, por lo que haciendo la mudanza de inmediato solucionaba las dificultades en su totalidad, además de que sería gratis pues no deberían pagar un medio de transporte. Adicionalmente el proceder de la manera propuesta le permitiría cumplir con su compromiso con Eric en orden a que el alojamiento en la parroquia de la recién llegada sería breve, tema que también le preocupaba. Daniel, sin consultar nada, le agradeció a la madre de su enamorada el gentil ofrecimiento y de inmediato se dirigieron a Grainger St. Procedieron con la mudanza y una vez terminada Elsie se quedó sola en lo que sería en el futuro su dormitorio, invadida por una especie de soledad, abandono y miedo, todo junto, que la hizo sentarse en la cama y extrañar por primera vez su casa de Fatmill. La casera, cuyo nombre era Joan, comprendió la angustia de la joven que llevaba solo días en la ciudad y la invitó a compartir una taza de té, de ese modo, le dijo, podemos empezar a conocernos e intercambiar las experiencias que cada una ha tenido en sus respectivas vidas. Esa invitación hizo que Elsie pasara el mal momento y empezara a narrar a Joan como había sido su vida, la actividad de su padre, como era su pueblo natal, cuáles eran las realidades de las minas de carbón, cómo era la escuela local y el resto de cosas que le habían acaecido, hasta llegar a la obtención del trabajo en la tienda de Mrs. Lange, cosa que la tenía muy contenta pues se daba cuenta de la calidad del negocio donde laboraría y de la responsabilidad que debería enfrentar. Joan le respondió que en realidad era afortunada en trabajar en ese establecimiento, pues era el lugar que vestía a las mujeres más importantes de la ciudad y que su dueña era respetada por todo el mundo. Ella, por su parte, le contó que hacía ya años que había quedado viuda, que su marido había muerto relativamente joven de un ataque al corazón, que tenía dos hijos grandes