Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa
se intensificaban sus caricias y cómo al muchacho le salían desde adentro expresiones de gozo cuando ella se lo apretaba con un movimiento que iba desde atrás hacia adelante. Reiteradamente acaecía que él no podía contener la eyaculación. La primera vez que aquello sucedió, Daniel se sintió muy incómodo, pues el hecho había dejado muestras claras con las manchas que se habían producido en su pantalón, las que eran imposible de disimular. En esa oportunidad le dijo a ella que no podía presentarse ante sus padres en ese estado, por lo que no le quedó otra alternativa que retirarse antes de que ellos llegaran de su paseo. Ella comprendió lo sucedido y pensó que la ausencia de su enamorado la justificaría con el hecho de que este tenía al día siguiente una prueba difícil en el colegio, razón por la que había regresado a su casa con el objetivo de estudiar. Mientras volvía a su hogar, Daniel pensó que debía encontrar una solución rápida y eficiente para que en el futuro dichas manchas pasaran inadvertidas. De ahí que decidió que los domingos, cuando fuera a almorzar a casa de su enamorada, usaría dos prendas interiores y entre ellas pondría una verdadera coraza de algodón capaz de contener las consecuencias que se producían después de la eyaculación, todo lo cual debía ser hecho en forma cuidadosa para que no se apreciara un abultamiento de su bajo vientre. La verdad es que con el tiempo pasó a ser un experto en el arte de crear dicha protección y nunca nadie, salvo Elizabeth, supo de ello.
Muchas veces, después que se producían procesos de intimidad como los descritos, el tema de conversación, una vez que se habían calmado, era hasta dónde lo sucedido constituía pecado de acuerdo con sus propias creencias. Trataban recíprocamente de sostenerse en la idea de que no lo era, pues ambos sentían real amor por el otro, por lo que las cosas que les sucedían no se fundaban solo en la pasión, sino que eran consecuencia de un cariño leal y serio. El Señor había venido a predicar el amor y la comprensión entre los seres humanos, por lo que no podía mirar con malos ojos que dos jóvenes como ellos se manifestaran en la forma en que lo hacían. Pero esa explicación no satisfacía sus conciencias y siempre algo quedaba en el fondo, a consecuencia de lo cual el tema no se agotaba, sino que volvía constantemente como una duda sentida por ambos. Daniel estuvo varias veces dispuesto a plantearle el asunto a Eric con el objetivo de que le diera una respuesta que los satisficiera. Pero si bien estimaba mucho a su párroco de Newcastle, no le tenía la confianza personal suficiente como para abordarlo en ese aspecto. Añoraba tener a Charlie cerca de él.
Pero dentro de todas esas dudas y pese al incremento en la intensidad de sus demostraciones de cariño, había un límite que ambos se habían impuesto. Si bien él era capaz de introducir sus manos por debajo de la falda de ella y acariciar su sexo por encima del calzón e incluso atreverse a mover este en su parte inferior para tocarla con su mano y ella, a su vez, intensificar sus caricias en su miembro y haber llegado al extremo de interpretar por encima de la ropa cuáles eran los movimientos que se producían en el cuerpo del muchacho y el significado de sus expresiones verbales incoherentes, los dos habían acordado que tendrían relaciones sexuales plenas solo después de que hubiera entre ellos un compromiso formal. Ambos, si hubiese sido por ellos, se habrían casado de inmediato para poder él cumplir el sueño de penetrarla con toda la intensidad que su amor por ella pudiera hacerle brotar y ella cumplir su anhelo de sentirlo dentro de sí. Pero pese a que hubo momentos que fueron extremadamente apasionados, ambos en el último instante tenían una reacción que los hacía detenerse. Lógicamente, los padres de ella no tenían noticias del nivel a que habían llegado las cosas.
Durante ese último período escolar todo funcionó sin problemas y la rutina de cada uno tuvo características positivas. Daniel constataba que sus notas eran mejores que nunca, Elsie se sentía cada día más a gusto con la orientación que había adquirido su vida, especialmente con su trabajo, y Elizabeth, junto con mantener su buen nivel escolar, comprobaba que su amor y pasión por Daniel aumentaban día a día. En lo profesional, ella había decidido que seguiría los pasos de su padre y que entraría a la universidad a estudiar medicina. Tenía antecedentes escolares de sobra para eso. Sin embargo, para ambos enamorados había un punto negro en el futuro que los acongojaba y que hacía que muchas veces al tocarlo les salieran lágrimas. Si Daniel se iba al Instituto del Carbón se acabarían muchas cosas lindas que ya eran rutinarias, pues él prácticamente no podría abandonar el lugar durante todo el año, ni siquiera en el verano. Esa posible ausencia de Daniel y la separación que se les venía encima creaba una herida lacerante en el corazón de ambos. Trataban de evitar el tema a fin de no ponerse tristes, pero era como una espada de Damocles que constantemente estaba sobre ellos y que se hacía más presente cuando ciertos hechos concretos les recordaban que no se trataba de una pesadilla en medio de un sueño que terminaría, sino de una realidad que todavía no comenzaba. Por ejemplo, el día que Daniel terminó la recolección de todos los antecedentes y los envió al Instituto por correo, como estaba establecido en las bases, se creó entre ellos una brecha emocional, no porque estuvieran molestos o enojados el uno con el otro por alguna razón especial, sino porque ese sobre remitido les anunciaba la proximidad de lo inevitable y eso daba origen a una especie de enojo inexplicable, especialmente en él que se consideraba la causa eficiente. Pasadas algunas horas conversaron el asunto y, si bien no le podían encontrar una explicación, debían reconocer que por motivos invisibles el fenómeno se había producido. Pero esa reacción negativa fue pasajera, pues luego mutó a besos y caricias que mostraban una vez más en forma práctica la intensidad de su relación y el compromiso de mantener ese vínculo a toda costa, para lo cual esperaban que cuando el momento llegara las misivas fueran un vehículo adecuado. Él recordó cuando años antes con la Elizabeth de Fatmill habían llegado al acuerdo de escribirse, lo que para él había significado recorrer todo un proceso interno, ya que su propia manera de ser era una especie de obstáculo insalvable para poner en un papel lo que había dentro de sí. Esta Elizabeth, a su vez, varias veces le había reprochado lo parco que era él para explicitar de viva voz sus emociones. Mientras para ella el decir “te quiero con todas mis fuerzas y con toda mi alma” no le creaba problema alguno, para él expresarlo resultaba una cosa difícil de verbalizar. Había ideado un término matemático frío que, si bien era significativo, era muy poco explicativo. “Yo te quiero al cuadrado de lo que me quieres tú”. Ella se sentía halagada con aquello, pero le habría gustado oír algo más dulce. Por ello Daniel le dijo que él estaba cierto que por medio de las cartas le iba a ser más fácil abrir su corazón y expresarle sentimientos que hasta ese instante le resultaba difícil decírselos. Pienso que posiblemente mis cartas te van a gustar más que mi presencia, le dijo medio en serio y medio en broma.
Muy poco antes de que terminara el año escolar, Daniel recibió un sobre que traía en su exterior el timbre del Instituto del Carbón. Era de tamaño normal y por el volumen era perceptible que contenía una hoja o como máximo dos, lo que daba lugar para expresar en forma lacónica un sí o un no. El tener la carta en sus manos no le permitía adivinar en qué sentido iría la resolución final. De allí que abrió el sobre con una ansiedad que lo llevó a casi romperla. En la misiva se le comunicaba que había sido aceptado en el Instituto y que se le había otorgado una de las dos becas que anualmente concedía la institución. Junto con felicitarlo, le pedían que remitiera a la brevedad los resultados finales de las notas de su último año con el objeto de completar su expediente, y le indicaban la fecha en que debía presentarse. Por último, se le decía que en unos días más recibiría detalles con los aspectos prácticos de su desplazamiento al Instituto y otras responsabilidades que iban aparejadas con el otorgamiento de la beca.
Lo primero que hizo fue comunicárselo a Eric, quien lo felicitó efusivamente. Luego corrió al lugar de trabajo de su hermana y, sin que mediara permiso alguno, ingresó al local para compartir con ella la nueva, lo que produjo en Elsie un estallido emocional incontrolable, que hizo que todos los que la rodeaban se interiorizaran de la novedad, incluso Mrs. Lange. Enseguida se dio el lujo de tomar un taxi para ir donde Elizabeth. Cuando ella lo vio a esa hora en la puerta de su casa y se percató de la cara de felicidad única que traía, adivinó de inmediato de qué se trataba. En ese mismo instante se hizo el juramente interno de no malograrle el momento a ese joven que tanto amaba, por lo cual se mostraría contenta y emocionada con lo acaecido, sin mencionar el sentimiento de pena que desde ya le producía la posibilidad de una separación. Así procedió y fueron tantos sus gritos de alegría cuando se enteró de los detalles, que la madre de ella bajó asustada por temor a que hubiera