Ausencia de culpa. Mark Gimenez

Ausencia de culpa - Mark  Gimenez


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Pajamae y yo lo hemos hablado. Nos parece bien.

      —Vete a la cama.

      Se encogió de hombros y se alejó lentamente con su pijama de cuerpo entero. Scott apuró el agua y se levantó. No podía volver a la cama. ¿Qué sentido tiene dormir si duermes solo? Cogió un trozo de beicon y se fue a la ducha. Un trozo de beicon no lo mataría.

      —Hace seis meses, el FBI destapó una trama para detonar una bomba en el estadio de los Cowboys durante la Super Bowl. Nuestra investigación nos condujo a un ciudadano estadounidense de veintidós años llamado Aabdar Haddad. El señor Haddad vivía en Arlington, al lado del estadio. Nuestra investigación culminó con una redada en su apartamento, un jueves por la noche, para ejecutar una orden de arresto. El señor Haddad se resistió y murió de un tiro.

      Scott escuchaba atónito. Se había duchado, afeitado y puesto cómodo al vestirse con más ropa de Under Armour. Llevaba traje seis días a la semana; los sábados eran informales. Incluso un juez federal necesita un respiro de la corbata. Estaba sentado a la mesa de la cocina, comiendo huevos revueltos (sin beicon), tostada de trigo con mantequilla de cacahuete y café con leche, su único vicio dietético habitual (además de los caramelos de mantequilla). Había puesto las noticias de la mañana para ver los deportes, pero en su lugar encontró terrorismo. Un hombre blanco de mediana edad y barbilla cuadrada, con los laterales de la cabeza rapados, traje oscuro y una expresión adusta estaba de pie, muy erguido, en un podio ante una colección de micrófonos y una multitud de periodistas. En la parte superior de la pantalla estaba escrito en rojo: «Noticias de última hora: el estado islámico en dallas». Debajo ponía: «Agente especial del FBI, Eric Beckeman, Grupo de Lucha Contra el Terrorismo, sede central del FBI, Dallas, Texas.

      —Veinticuatro individuos, incluyendo a Haddad, han sido acusados, por un gran jurado federal secreto, de conspirar para detonar una arma de destrucción masiva. Anoche, el FBI hizo una redada en la mezquita Masjid al Mustafá de Dallas y arrestó a los cómplices de Haddad, incluyendo al imán, Omar al Mustafá. El señor Mustafá es muy conocido por sus opiniones radicales a favor del Estado Islámico de Irak y Siria, también conocido como Dáesh, cuyas opiniones han atraído a muchos jóvenes musulmanes a Dallas. Todo apunta a que al menos una docena de jóvenes de la mezquita han viajado a Siria para unirse a las fuerzas del Dáesh. En nuestra opinión, esta trama ha sido creada y coordinada por el Estado Islámico. Creemos que Mustafá radicalizó a Haddad, así como al resto de colaboradores. Estamos convencidos de que el imán ha sido el cerebro que estaba detrás de la trama del estadio. Si él y sus colaboradores hubieran tenido éxito, decenas de miles de fans podrían haber muerto durante la Super Bowl. Pero la trama fue descubierta y desbaratada gracias al duro trabajo y la determinación de los dedicados agentes del FBI y de la seguridad nacional. Después del 11-S se creó el Grupo de Lucha contra el Terrorismo para facilitar la cooperación, en lugar de la competición, entre las agencias del orden público. Hoy ha dado sus frutos. Los sospechosos serán procesados en el tribunal federal el lunes por la mañana. ¿Preguntas?

      Los periodistas levantaron la mano rápidamente; el agente señaló a uno de ellos.

      —¿El Dáesh en Dallas?

      —En Estados Unidos están por todas partes.

      —¿Habrá seguridad en la Super Bowl?

      —Ahora sí.

      —¿Han capturado a todos los cómplices?

      —Estamos seguros de que hemos detenido a todos los participantes de la trama.

      —¿Pueden asegurarle al pueblo estadounidense que está a salvo?

      —¿En la Super Bowl?

      —En el día a día.

      —Claro que no.

      —¿Por qué no?

      —Porque hay otros yihadistas islámicos planeando matar a estadounidenses cada día; conspirando para llevar a cabo lo que acaban de hacer en París. Eso es lo que hacen. Pero cada día luchamos para mantener al pueblo estadounidense a salvo. Es lo que hacemos nosotros. Esta vez hemos ganado, pero aún no hemos ganado la guerra contra el terrorismo.

      Más manos en el aire; Beckeman hizo un gesto a un reportero.

      —¿Cómo de avanzada estaba la trama? —preguntó el periodista—. ¿Habían fabricado ya una bomba?

      —No hemos encontrado ninguna bomba, pero aún estamos investigando varias pistas.

      —¿Qué pruebas se han encontrado en el apartamento de Haddad?

      —No tenemos permiso para divulgar todas las pruebas por ahora, pero recuperamos planos arquitectónicos del estadio.

      Señaló a otro periodista.

      —¿Por qué no hemos tenido noticias de la redada a Haddad y su muerte hasta ahora?

      —No queríamos publicar la noticia de la redada a Haddad hasta que hubiésemos efectuado la redada en la mezquita. No queríamos que ninguno de los sospechosos se enterara y huyera.

      Otro periodista inquirió:

      —¿Qué les condujo hasta Haddad?

      —Una pista anónima en nuestra línea directa contra el terrorismo.

      —¿Sabían ya de la existencia de Haddad?

      —No. No estaba en nuestro radar ni en la base de datos. No había nada en Twitter ni Facebook que nos alertara de su existencia. De no haber recibido esta pista, esta historia podría haber tenido un final diferente.

      —¿Suelen recibir muchas pistas anónimas sobre tramas relacionadas con bombas?

      —Sí. Cientos en lo que llevamos de año.

      —¿Cuántas han terminado con un sospechoso muerto?

      —Una.

      —¿Omar al Mustafá es el hombre más peligroso de Dallas?

      —No mientras esté en prisión.

      Scott bebía café mientras leía la moción del juicio sumario sobre el caso Robinson. Dos corporaciones afirmaban que la otra había transgredido una aplicación de móvil patentada que hacía más fácil pedir una pizza mientras se conducía. Sonaba ridículo frente a una trama terrorista para matar a cien mil personas, como si le estuvieran pidiendo que juzgara una pelea en el patio de un colegio. Claro que no era tan ridículo como que le pidieran a un juez federal que decidiera si un mariscal de campo había desinflado un balón para agarrarlo mejor en un juego sucio, pero aun así… Esto era un tribunal federal, no un tribunal de primera instancia. Un caso federal debería ser importante. Debería significar algo. Se levantó de la silla; necesitaba otra taza de café para mantenerse despierto. Si pudiera embotellar mociones archivadas en el tribunal federal, tendría una cura definitiva para el insomnio. Fue a coger la cafetera, pero le sonó el teléfono. Era Bobby. Estaba en el juzgado, tratando los temas del fin de semana.

      —¿Te lo puedes creer? ¿El Estado Islámico en Dallas? ¿Tramando volar la Super Bowl? Da miedo pensar que están en las celdas de abajo.

      —Mejor que en la calle.

      —Amén.

      —¿Qué pasa?

      —Garza se ha recusado a sí misma del caso de inmigración.

      —¿Por qué?

      —Conflicto de intereses.

      —¿Que son…?

      —Su marido está aquí ilegalmente.

      —Eso sí que es un conflicto.

      —No te envidiará.

      —¿Por qué?

      —El caso es tuyo.

      —¿Estás de broma?

      —¿Tengo pinta de estar de broma?

      —Estás al otro lado


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