La música del fin del mundo. León Plascencia Ñol

La música del fin del mundo - León Plascencia Ñol


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la llamo “la nube de la luz viva”. Y lo mismo que el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, así los escritos, las palabras, virtudes y obras de los hombres brillan en ella ante mí… A veces veo dentro de esta luz otra luz a la que llamo “la nube de la luz viva en sí”… Y cuando la contemplo se borran de mi memoria todas las tristezas y pesares, de tal modo que vuelvo a ser una simple doncella y no una anciana».

      También en Migraña, Sacks menciona una cita de Novalis: «Toda enfermedad es un problema musical, y toda cura una solución musical». Porque las visiones que produce la migraña tienen un punto tonal y momentos alucinatorios, vómitos, mareos, náuseas, temblores internos y pesadillas. Estamos instalados en un mundo enrarecido.

      Debe dejar de fumar, me dijo la quiropráctica mientras mi espalda tronaba y de mi cuerpo salía un sudor frío.

      La migraña es una partitura musical dislocada.

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      Domingo

      Largas caminatas por la Recoleta. Extravíos a media mañana, después de una noche y madrugadas infernales, todavía con el horario alterado por las largas horas de vuelo, las conexiones, el cansancio. Hye está en casa dibujando algunas prendas de su nueva colección y en espera de que sea una hora propicia para hablar con Emile. Para contarle lo que está haciendo. Emile es un buen tipo que ama a su manera a Hye. La ama sin cortapisas ese hombre silencioso, delicado, de ojos de un azul intenso, vendedor de cerámica oriental en Europa. Afecto a los gatos y a su casa seulita llena de árboles que ha trasplantado de otros sitios. La casa de Gangnam en donde a veces tiene una habitación para mí. Yo soy el amigo de Hye, el otro amor de Hye, la sombra, la parte que a él no le interesa cumplir.

      Avanzo a tientas entre calles de la Recoleta que nada me recuerdan, o quizá sí. No lo sé muy bien. De alguna manera se altera o recompone la memoria. Mis recuerdos de Buenos Aires saltan en cada esquina, me abruman: al caminar se reconstruyen los recuerdos.

      Camino como si quisiera perderme. Pero en realidad esta sensación de ir descubriendo cosas nuevas le da al cuerpo una extraña manera de acomodarse en el mundo. «Le fascinaba vincular sitios de la ciudad a través de esos recorridos, porque eran algo así como postulaciones de simultaneidad, una materia prima de la ficción urbana, la vida sincronizada y las infinitas posibilidades de la casualidad. A veces competía con los demás en encontrar el viaje, la conexión más sencilla entre varios puntos. Y especialmente amaba los colectivos durante los veranos, cuando se convertían en observatorios ambulantes a través de la ciudad callada, también un poco deshabitada por el calor y la ausencia de gente, y cuando tanto las cosas visibles como las ocultas asumían un carácter abstracto, sobre todo saturadas de lentitud y cansadas de la luz prolongada por la duración de los días», escribe Sergio Chejfec en un texto sobre la ciudad que comencé a leer en estos días. Transcribo, anoto. Me gusta transcribir en mis cuadernos frases o párrafos que de alguna manera se van conectando, como si ciertos escritores tuvieran una conexión secreta entre ellos, un vínculo que no saben.

      El calor me abruma y ahora estoy en una esquina, sentado en un boliche, pensando en mi apartamento de Yongsan-gu, tomando un café y con un cigarro en la boca, que aún no me decido a encender. Que no prenderé. Y viene a mi memoria una escena, o mejor, una imagen. Estaba solo en mi apartamento porque eran los días en que Hye se dedicaba a estar con Emile, su otra pareja, o la verdadera, la de muchos años, desde que ella era una jovencita universitaria y él ya era un exportador.

      Ahí, en ese boliche de la Recoleta, frente al parque, recuerdo con precisión lo que me pasó hace siete años. ¿Qué frecuencia secreta me llevó de un lado a otro? ¿Qué sensación de ahora me volcó a otro mundo? ¿Es domingo o lunes?, le pregunto a un chico afuera de una tienda en Gangnam. Él me mira extrañado. ¿Hoy es domingo o lunes? Es domingo, me dice con cara de sorpresa. Llevo varios días sin salir de casa, sedado con demasiados medicamentos para soportar el dolor. Huelo a un sudor rancio y desagradable; tengo una herida en el cuello que me hizo

      una mujer en Itaewon. Será una marca para siempre. Me lanzó

      contra la pared y empuñó el cuchillo con el filo contra mí mientras su rostro parecía transformarse: ambos resoplábamos y yo sabía que cualquier gesto mío sería el desencadenante para que me cortara de tajo. Sentí el filo en mi piel, cómo se abría un poco y quemaba. No creo que hayamos estado así mucho tiempo, inmóviles. Cuando la mujer retiró el cuchillo lentamente, sentí que mi aliento era como una ráfaga que venía de nuevo. Luego vi fugazmente una línea de sangre en el brillo metálico del cuchillo de la prostituta de Itaewon, quien se alejó riendo y guardando entre los senos el dinero que le había dado.

      ¿Por qué recordé eso con tanta precisión? Llevo mi mano a la cicatriz, la toco con suavidad, como si un resplandor extraño emanara de ahí.

      Pensaba en esa mujer como se piensa en un fantasma.

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      Lunes

      Hago dibujos rápidos de Hye en la cama mientras está dormida. La huelo. Me acerco a ella. La beso con dulzura. Ella despierta brevemente, me besa y se vuelve a dormir. Lubrico su ano y entro con suavidad y ella extiende sus brazos hacia atrás y me toma de las nalgas para que la penetre con más fuerza.

      Buenos días, mi amor, me dice.

      Hoy estaremos todo el día en cama, leyendo, dormitando, cogiendo.

      Cada gesto de Hye es una serie de movimientos que parecen provenir de otra era. Son pequeñas danzas, movimientos perfectos. Servir el té en nuestras tazas, es una procesión de ademanes que parecen artificiosos pero su delicadeza y naturalidad muestran otra cosa. Me detengo en las actitudes de Hye, en sus movimientos, en la postura erguida de su espalda al servir, en el cuello y la nuca perfectos, en sus nalgas redondas que veo cuando está hincada y sentada en sus talones. Hye es un ave. Una grulla a punto de alzar el vuelo.

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      Martes

      El insomnio. La sensación de estar envuelto en una gasa transparente y ver todo con una veladura en los ojos. Gran parte de mi vida ha transcurrido en camas que se vuelven lugares de tortura porque el insomnio no me deja descansar y hace que me mueva obsesivamente. Cuando hay alguna mujer a mi lado la sensación de estar fuera de lugar es peor porque no quiero despertarla con mis movimientos, con mi ansiedad, con mi sueño de dormir, y termino por levantarme a hurtadillas, silencioso, en mi casa o la casa de alguien, y me refugio en otra habitación, viendo películas y series durante horas o navegando por internet sin cesar.

      A veces llega la luz del día y avanza la mañana y entonces intento hacer algo. Anoto un fragmento leído, escribo sobre algunos proyectos que de pronto, en esas noches incurables, blancas, surgen de la aparente nada; también dibujo, dibujo edificios detallados, cuerpos que alguna vez amé, árboles que no parecen tener fin, carreteras secundarias, mapas en los que imagino las calles, los rincones, los parques secretos en donde se reunirán los amantes. Pero a veces el insomnio no da eso y es un latigazo, una mordedura profunda, y los ataques de pánico o de ansiedad crecen y no quiero despertar a quien está a mi lado y hago todo lo posible por ahuyentar a los demonios que me habitan, múltiples kamikazes que esperan lanzarse al abismo.

      El insomnio no tiene un rostro definido, es difuso, maleable, con brazos o deltas que se abren por distintos rumbos.

      El insomnio es una música rencorosa, la memoria negra del verdugo.

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      Miércoles

      Estoy sin dormir y en medio de este calor espantoso y húmedo siento que floto. Se anuncia una ligera lluvia. Hye y yo llegamos al Malba para una exposición sobre el movimiento antropofágico brasileño y, si nos alcanza el tiempo, veremos la colección del museo, Verboamérica.

      Fuzzaro, yo me formo para comprar los tickets, ve y tómate un espresso doble, que tienes cara de moribundo. Ya te alcanzo, mi amor.

      Me dice mientras me lanza un beso al aire.

      La observo en sus jeans ajustados, rotos estratégicamente, su camiseta


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