La música del fin del mundo. León Plascencia Ñol

La música del fin del mundo - León Plascencia Ñol


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nada.

      Buenos Aires nocturna tiene la mirada de una matrona que cuida a sus pupilas, pero también la de una chica despistada que nunca será mayor de edad. Vamos en el auto, despacio, por Once. Vagabundeamos por las cercanías del tren y la Plaza Miserere. Queremos contratar dos putas dominicanas. Una negra y una mulata. Giramos por diversas calles de los alrededores buscando a las indicadas mientras la policía da sus rondines para cobrar sus comisiones a los putos, a los travestis, a las mujeres. En algunas puertas entornadas se puede ver a los chulos que cuidan su mercancía. Desde Peatonal de las Almas sale una mujer y se acerca al auto. Le decimos que queremos dos mujeres con ciertas características y ella regresa a su lugar, habla con otras y viene con dos.

      ¿Estas te gustan, chico? ¿Son como la que tú quiere?

      Miro a Hye y ella asiente.

      Las mujeres suben al auto. Doy algo de plata a la otra. Hay un telo a pocos minutos pero quiero alejarme más y les pregunto si no les importa. Les digo que las traeré de vuelta, que no hay problema. Pago un extra.

      La habitación del hotel tiene las paredes rojas y una luz amarillenta que daña. Hye es la que dará las órdenes. Yo voy a un sillón y me siento a observar mientras bebo a pico de la botella de whisky. Una de las mujeres, negra casi azul y de tetas enormes, es la más joven; la otra, la mulata de piernas largas y cara de cansancio, sale de bañarse y se despatarra en la cama.

      Dame una cerveza, chico.

      Me levanto y se la doy.

      ¿No meterá la pinga a la tré? ¿Chico, tú cré que pueda?

      Me agarra de los testículos.

      Sólo sonrío.

      Hye les pide que se toquen suave, con delicadeza. Las dos mujeres se miran extrañadas. Hye parece armar escenas que tiene en su cabeza o que vienen de algún libro o cuadro, no sé. Las mujeres se besan y van actuando cada vez más tranquilas. Yo bebo y observo. Una mujer queda de espaldas y le chupa el coño a la otra. Hye saca una bolsita de coca y hace unas líneas en las nalgas endurecidas de la negra. La imagen es hermosa, sorpresiva. Líneas blancas sobre un fondo negrísimo. Quisiera tomar una foto. Hye aspira, yo aspiro. Hye le lame las nalgas a la negra. Yo lamo toda a Hye, la tomo de la cadera. Ella chupa a la negra y yo penetro a Hye. Las dominicanas quieren coca y Hye les da la bolsita. Una de ellas mete la uña enorme y aspira con fruición, luego la otra. Hye ha dejado de chupar a la negra y su cara permanece de costado en la cama mientras se toma con fuerza del colchón tras cada embestida. Las dos mujeres parecen haberse olvidado de nosotros. Una tiene un dildo puesto y se coge por el ano a la otra.

      La habitación huele a un sudor profundo. Hemos cogido de acuerdo a una puesta en escena. Mi verga sólo puede entrar en Hye. Así fue el plan.

      Enciendo la radio, en la radiodifusora de tangos que me gusta. Las negras duermen, Hye duerme, yo las miro desde mi sillón y un bandoneón entra y sale de mis oídos.

      Hay escenas que prefiero dejar fuera.

      Amo a Hye. Amo su cuerpo larguirucho, estrecho.

      Amo mi botella de single malt y bebo hasta que no quede rastro de mí.

      Hasta que sienta que desaparezco.

      Pero no hay nada de mí en esta sensación que me persigue.

      Veo entrar la luz de la mañana.

      ---

      Viernes

      Dormimos toda la mañana. Aún no termino de decidir cómo haré las piezas. Tengo una profunda resaca y voy de un lado a otro del apartamento. Mi pensamiento es gris. Hye sigue acostada, hojea el periódico, bebe el café que le preparé y luego revisa su iPad. Quiere estar enterada de lo que pasa en su país. Soy una ruina física. Pensé que todas las cosas podrían ser ciertas. Sé poco del mundo; sé muy poco, pero Hye es mi amuleto. Me pregunto si cambiaremos algún día. Si no estaremos con la sombra de Emile todo el tiempo.

      Estoy desasido.

      Tengo resaca.

      Miro a Hye en la cama y sé que la amo profundamente.

      Mis pensamientos son grises.

      Anoto frases que vienen a mi cabeza:

      · El insomnio es un pastizal, una larga carretera desierta, una pistola en la sien.

      · Perseguí tu rastro entre los autos interminables.

      · Sólo hay silencio en el mejor de los casos.

      · I did not know what to do.

      · Estamos absortos en la convicción de no esperar nada.

      · Tu sombra es tuya. Se lo dije. Le dije que era tuya (Mark Strand).

      · Pero nunca hicimos nada. No sé si lo entiendas.

      · Voy a fingir que me importa el ojo más negro del insomnio.

      · Was he looking for someone?

      · Cada día era demasiado largo pero no lo suficiente / para poder sobrellevarlo (Mark Strand).

      · Buenos Aires tiene un aire demasiado vago para presentirlo.

      · Los nombres de las estaciones de los trenes guardan una disposición secreta de encuentros entre amantes. Cada estación es un punto en el mapa trazado por ellos. Un punto que será la clave para el siguiente encuentro.

      · La memoria es casi la única cosa que lo vincula a la ciudad (Sergio Chejfec).

      Me tiro en la cama con Hye. Me abraza y me quedo así, en su regazo, como un niño. La luz del sol atraviesa las celosías y se forman diversas líneas de luz que miro desde el pecho de Hye.

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      Sábado

      La pintura. El gesto. La gestualidad en el trazo. La mancha negra que rompe el vacío blanco. La acción de pintar carece de pensamiento lógico. Mejor, carece de pensamiento porque el ego se vacía; la mano, el cuerpo, la mente tienen una conexión única. Quien pinta desaparece para que surja en un instante la trazadura, las líneas que conforman un ritmo único en un espacio

      preestablecido. Pintar aísla, como el monje zen que realiza el zazen frente a un muro blanco. El mundo es el punto que está enfrente; el mundo es lo que se evapora. José Ángel Valente escribió en «Cómo se pinta un dragón»: «Escribir es una aventura totalmente personal. No merece juicio. Ni lo pide. Puede engendrar, engendra a veces en otro una volición, una afección, un adentramiento. Otra aventura personal. Eso es todo». Quizá en lugar de la palabra escribir podría ponerse pintar. Un simple ejercicio de volición: la mano que sujeta el pincel y traza un instante; la mancha que se vuelve mundo.

      Eso es todo.

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      Domingo

      Vamos caminando al Museo de Bellas Artes. Nos queda muy cerca de casa. Aún no hace calor. Vamos sin prisa. El enorme edificio amarillo es un bloque recio entre jardines y dos avenidas. Me interesa, sólo en esta ocasión, ver unas pocas obras. Recién acabo de leer El nervio óptico de María Gainza y me llamó la atención su escritura y la manera que tiene de acercarse a unos pocos cuadros. Los pintores son Courbet, el Aduanero Rousseau, Foujita, Cándido López, Toulouse Lautrec, Rothko, Schiavoni y De Dreux, cuya obra no está aquí sino a no muy larga distancia, en el Museo de las Artes Decorativas, edificio que en su momento perteneció a la familia de Gainza.

      Sobre Cándido López escribe: «[…] estaba convencido de que para tocar el corazón de la realidad había que deformarla. Su maestro Manzoni creía ver en eso una señal inequívoca de temperamento artístico y le sugirió un viaje a Europa. Como no había plata, Cándido salió a pintar retratos y a hacer daguerrotipos por la provincia de Buenos Aires. Llegó a Carmen de Areco y no vio nada pintable salvo una gringuita que conoció en el corso; tenía unas trenzas doradas como trigo y también tenía dueño […] Cándido López es porteño y mitrista y el mismo día en que Mitre declara la guerra


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