A través de un mar de estrellas. Diana Peterfreund

A través de un mar de estrellas - Diana  Peterfreund


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      Isla volvió a hablar.

      —No puedo rescatar a su hermana.

      —Ah —empezó Persis, ignorando el palmport otra vez—. ¿Sabes quién podría hacerlo? La Amapola Silvestre.

      Justen bufó.

      —Vale, ¿acepta peticiones?

      Isla hizo una pausa.

      —¿Qué le hace pensar que puedo controlar lo que la Amapola Silvestre haga o deje de hacer? —Volvió a girarse y su capa volvió a moverse—. ¿Yo? ¿Controlando a uno de mis propios súbditos? Para troncharse, ¿verdad, Persis?

      —Sí, Princesa —respondió Persis obedientemente para luego regresar su atención al aparato.

      —E inútil, en todo caso —aseveró Justen—. El tí… el ciudadano Aldred es un hombre peligroso, Alteza. No creo que nadie en Galatea comprenda de verdad de lo que es capaz.

      Isla se giró para encararlo.

      —Creo, ciudadano Helo, que puedo nombrarle a varios aristos galatienses que sí lo comprenden.

      Con una oleada de vergüenza, Justen alejó la mirada de Isla y de Persis, cuya atención estaba puesta en él otra vez. ¿Disfrutaba viéndolo derrumbarse ante su princesa? No obstante, sus facciones reflejaban una advertencia amable y Justen recordó que, aunque era aristócrata, su estatus era más bajo que el de su amiga real. Contaba con más experiencia que él en lo que se refería a tratar con ella. ¿Y cómo había estado tratando Persis a la princesa? Siempre con cautela y deferencia.

      Suponía que, después de todo, sí que había algo que podía aprender de ella.

      —Lo que quería decir, en realidad —señaló, con un tono más suave esta vez—, es que el palacio real de Halahou no es un simple campo de trabajo en una hacienda vieja.

      —Menos mal que la Amapola Silvestre no puede oírle hablar de esa forma —señaló Isla a Justen—. Por su comportamiento hasta ahora, creo que lo vería como un reto.

      —Ah —arrulló Persis con una sonrisa—. ¿Lo crees en serio?

      —Cierra el pico, Persis. —Isla volvió a encarar a Justen y continuó con tono entrecortado—. Y no pienso que sea una buena idea vaciar su nación de todos los revolucionarios, gracias. Ya tenemos bastantes problemas aquí. —Volvió a hablar, paseándose—. Usted quiere quedarse. Necesita una razón para no levantar sospechas en Galatea. —Lo atravesó con la mirada—. ¿Qué hace cuando no está representando una revolución sangrienta?

      —Soy médico —respondió—. Científico, como todo el mundo en mi familia. —Excepto su hermana, que afirmaba querer seguir la senda militar, como el tío Damos y la hermana adoptiva de ambos, Vania. Teniendo eso en cuenta, no era extraño que Remy hubiera defendido la línea del partido cuando Justen le había contado cómo de retorcida se había vuelto la revolución y los pasos que había dado para detenerla.

      —Ya. —Seguía caminando de un lado a otro—. ¿Y cuánto hace que ha terminado su formación?

      —Técnicamente… no lo he hecho. Acabo de cumplir dieciocho años y he estado algo distraído últimamente. —El tío Damos se había valido de sus contactos para asignarle un laboratorio a pesar de no contar con un título. Era probable que el apellido Helo también hubiese ayudado. Y, por supuesto, había contribuido a que Justen se sintiese en deuda con su tutor. Lo había manipulado como a una marioneta.

      —No te sientas mal —intervino Persis—. También abandoné la escuela.

      —Yo no la abandoné. Me tomé una licencia para centrarme en mi investigación.

      —Ah, esa es buena. Debería de probar esa excusa con mi padre. «Me he tomado una licencia para centrarme en mis compras».

      Justen no dignificó aquello con una respuesta. Su intención había sido la de salvar vidas, no la de expandir su guardarropas. Aunque, bien mirado, la caza de seda de Persis probablemente había perjudicado a menos personas que su propia investigación.

      —Lo importante aquí es…

      —Lo importante aquí es que tenemos científicos —interrumpió Isla—. Científicos adultos. Lo único que usted nos ofrece es el apellido Helo.

      Apretó los puños con fuerza contra sus costados. ¿Quién se creía que era esa princesita para decidir quién era un adulto? Debía permitirle continuar con su investigación. Si no, todo lo que había ocurrido (su deserción, perder a Remy y el sufrimiento de quién sabía cuántos aristos galatienses) de nada serviría.

      —Y cada segundo que permanecemos aquí, los cotilleos sobre nuestro romance imaginario se intensifican. —Isla cruzó la habitación hasta las persianas, echando un vistazo a la multitud al tiempo que sacudía la cabeza—. Los rumores lo son todo en la corte. A veces pienso que son más importantes que la verdad… —Dio un saltito y los cristales de su traje tintinearon—. ¡Eso es!

      —¿El qué? —preguntó Persis.

      —Un rumor. Un romance. —Señaló a Justen—. Él está aquí porque está enamorado.

      —¿De ti? —Persis parecía escéptica.

      La princesa se volteó hacia su amiga.

      —No. De ti.

      Persis y Justen negaron con la cabeza al mismo tiempo.

      —Seguro que se nos ocurre un plan mejor —pronunció ella rápidamente. Justen no sabía si Persis estaba capacitada para convencerla, pero estaba dispuesto a dejar que lo intentara.

      —No —repuso Isla—, tiene que ser así. ¿No ves que es perfecto? Resuelve todos nuestros problemas. —Empezó a enumerarlos con sus dedos enjoyados—. Es una razón válida para que Justen se quede en Albión; y Persis es mi mejor amiga: si apruebo vuestra relación, eso dejará a la monarquía en buen lugar y me dará libertad para condenar las actividades de los revolucionarios. Los nores adoran a la familia Helo. No se sentirán inclinados a sublevarse sabiendo que la estrella de la aristocracia albiana tiene una relación cercana con uno de ellos.

      —¿Quieres que salga con él? —preguntó Persis con los dientes apretados.

      —¡Sí! —exclamó Isla con una sonrisa de satisfacción—. Es un cuento romántico. Él te salvó en el puerto de Galatea. Seremos… ambiguos sobre el motivo. Y luego te trajo de vuelta, te cuidó hasta curarte, etcétera, etcétera. Amor a primera vista. La gente se lo tragará, Persis. Sabes mejor que nadie que a todo el mundo le encanta una buena historia de amor entre un aristo y un nor.

      Un mohín cruzó las facciones de la arista. Sin duda, Isla hablaba de los padres de Persis. Pero Justen comenzaba a ver la genialidad del plan, siempre y cuando ninguno de sus amigos llegara a enterarse de la persona superficial y excéntrica que era Persis. Jamás se creerían que se hubiera enamorado de una arista como ella, tuviese o no una madre nor.

      —Os exhibiréis un poco para que todo el mundo se crea que estáis locamente enamorados, fingiréis unos cuantos momentos íntimos, y todo el mundo feliz.

      —No nos tendremos que casar, ¿no? —interrogó Justen, inquieto de pronto por lo que la princesa quería decir con «momentos íntimos».

      Isla agitó la mano, desestimando su comentario.

      —No, no creo que tengamos que llevarlo tan lejos.

      —¿No lo creéis? —enfatizó Justen.

      —Me parece poco… conveniente —profirió Persis finalmente.

      —¿Por qué? —Justen la confrontó—. ¿Mi presencia afectará mucho a tu vida social?

      Persis fijó la mirada en él; sus ojos ámbar estaban tan encendidos como su vestido.

      —Bueno, pues si quieres saberlo, sí. Mira cómo vistes,


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