A través de un mar de estrellas. Diana Peterfreund
era su orden de prioridades». Ya dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a las escapadas de la Amapola Silvestre; Persis no le reprochaba los demás compromisos. Al fin y al cabo, al contrario que ella, la nor de quince años no tenía una hacienda que heredar. Andrine y Persis habían sido amigas toda su vida, aunque Persis jamás habría sospechado que sus payasadas en los acantilados y las playas de Centelleos las prepararían tan eficientemente para arriesgar su vida en Galatea… y en el ligeramente menos peligroso ambiente de la corte.
—¡Ciudadano Helo! —exclamó Andrine en cuanto los vio. En aquella ocasión, llevaba un vestido que combinaba con su rebelde cabello azul—. Me alegra verlo entre nosotros. ¿Y qué es eso de que planea quedarse un tiempo?
Persis hizo un gesto y Andrine se ofreció para presentar a Justen a su hermano mayor.
—Dos científicos como ustedes sin duda tienen que conversar —declaró Andrine, atrapándolo por el brazo—. Puede usted hablarle de los peligros de la intoxicación por tempogenes, ¿no, Persis?
Ella puso los ojos en blanco. Estaba segura de que Justen no aprobaría la ciencia de Tero, más frívola que la suya, que iba desde Slippy y los puertos de palma, hasta llegar a los tempogenes mal codificados. Pero se sentía más que lista para dejar que Tero fuese objeto del menosprecio revolucionario de Justen durante unos minutos. Se lo merecía después de lo que le había hecho a ella.
En cuanto Persis se quedó sola, fue en busca de Isla.
—¿Podemos hablar un segundo, Alteza? —murmuró Persis entre dientes.
—No seas boba, Persis —bromeó Isla—. Ni una vez en tu vida me has dicho algo en un segundo. —Pasó junto a su amiga, dirigiéndose a un espacio entre las buganvillas—. Rapidito.
En cuanto estuvieron ocultas entre las hojas y los pétalos, Persis dijo:
—Esta es una idea horrible.
—Dices eso solo porque, por primera vez desde que nos conocemos, no es a ti a la que se le ha ocurrido.
—Olvídate de darle asilo secreto. —Persis observó al famoso galatiense a través de las flores—. Puedo traer a su hermana, si eso es lo que le preocupa. El problema está en tenerlo bajo control. Es un Helo, sí, pero también es un rebelde. ¿Crees que su presencia ayudará a prevenir una revolución? Si lo oyeras hablar cinco minutos, pensarías que está aquí para incitarla.
—¿Qué quieres que haga, Persis? ¿Que lo ponga en coma inducido, como a la soldado que secuestraste la semana pasada? Ella no es nadie y aun así podría meternos en un montón de problemas. Justen es un Helo. —Isla la miró con intensidad—. Un Helo, Persis. Si estuviese encarcelado en Galatea por hablar en contra de las atrocidades de la revolución, moverías cielo y tierra para sacarlo de allí, y lo sabes.
Persis detestaba que su amiga actuara con la inteligencia que en realidad poseía. Significaba admitir que llevaba razón.
La vida resultaba muchísimo más sencilla cuando la única preocupación de ambas había sido quién sacaría las notas más altas en el colegio; normalmente, Persis, aunque Isla siempre la superaba en botánica. ¿Hacía solo un año de eso? Entonces, los padres y el hermano mayor de Isla habían perecido, y la madre de Persis había caído enferma, y los galatienses habían derrocado a su gobierno y, por fin, la Amapola Silvestre había nacido. Apenas recordaba a las niñas que habían sido en su momento. Día tras día, la máscara de superficialidad que se había puesto le raspaba más y más; y no importaba cuántos disfraces llevara Persis como Amapola Silvestre, no podía evitar sentir que encajaban con ella mejor que el que se ponía en casa.
El aleteo en forma de plumeria que se deslizó al interior del puerto de Persis era delicado, incluso frágil. El mensaje susurrado en su cabeza un instante después fue el siguiente:
Persis, querida. He oído rumores raros acerca de un extraño huésped que has recibido en nuestra ausencia. Regresa a casa ahor mismo.
Amor y deber, Torin Blake.
Persis arrugó la cara. Su padre siempre sonaba muy formal en sus aleteos, como si no pudiese desprenderse de la etiqueta de mensajería que le habían enseñado en su juventud.
Ya voy, papá. Besos.
Se llevó a Justen con ella y regresaron al Daydream tan aprisa como les permitió la multitud de la corte.
—Mis padres saben que has pasado la noche en casa —explicó, mientras Slipstream daba vueltas en torno a sus pies. Él detestaba la corte y siempre sentía alivio al regresar al océano—. Y ahora insisten en conocerte. —A lo mejor su apellido era suficiente para compensar que Persis hubiese actuado contra sus deseos y hubiese llevado a un extraño a su hogar. Probablemente, su madre hubiera descansado durante todo el día en preparación para conocer a Justen.
—Estoy deseando conocerlos —fue todo lo que dijo el galatiense. Fue todo lo que dijo en casi todo el viaje de vuelta, en el que rodearon la costa de Albión rumbo al lejano punto suroeste que constituía la entrada desde el mar a la hacienda de su padre. Cuando los acantilados se alzaron sobre ellos, volviendo el agua de un oscuro tono verde azulado y tapando los rayos del sol, Persis se percató de que su pasajero contemplaba maravillado la imagen por encima de él.
—Acostumbrarse a Scintillans Pali lleva su tiempo —comentó, usando el nombre ancestral del precipicio—, pero ya lo viste al traerme a casa, ¿no?
—No —replicó Justen—. Estaba abajo, contigo. Estabas… convulsionando.
—Qué vergüenza —pronunció Persis con un tono cuidadoso que revelaba solo la superficie de su verdadera humillación—. No puedo disculparme lo suficiente.
—No te preocupes. —Su vista estaba fija en las rocas que se elevaban delante de ellos—. Soy médico. Además, me estás haciendo un gran favor al participar en esta argucia. Considéranos en paz.
—¿Significa eso que no puedo contar contigo si necesito más ayuda médica? —preguntó con coquetería.
Él le lanzó una mirada seria por encima del hombro.
—Si te refieres a si voy a confeccionar más tempogenes, definitivamente, no.
—Ya. —Ella se encorvó, decepcionada, mientras él sacudía la cabeza con repulsa, o desdén, o algo semejante a la frustración.
Bueno, él no era el único frustrado. Tenía en su propio barco a un médico Helo que se había criado en la casa del ciudadano Aldred y no podía preguntarle nada importante. La misión de la Amapola Silvestre dependía de su habilidad para ocultar su verdadera identidad, de presentarse a sí misma como una persona superficial e impasible. Y era de vital importancia hacerlo delante de aquel revolucionario galatiense. El que hubiese solicitado asilo no significaba que pudiera confiar en él.
Lo que le recordaba que era el momento de instruir a Justen en cómo comportarse adecuadamente ante la corte.
—Volviendo al asunto de la corte, esos galatienses con los que estuviste hablando…
—¿Los Seri? —Justen resopló.
—Sí. —En otra situación, con otro aspecto, probablemente también hubiera resoplado. ¡Qué horrible había sido por parte de lord Seri implicar que los oscurecidos estaban mejor reducidos! Para un hombre que había estado reducido, era una afirmación pasmosa. Estaba claro que él formaba parte del grupo de aristos que habría preferido que la cura jamás se hubiera inventado. Menos mal que los Seri habían perdido el poder del que una vez habían disfrutado para controlar las vidas de otras personas. Y, no obstante, aún eran influyentes entre los aristos albianos del Consejo. —Mira, no deberías ser tan duro con ellos. He oído que fueron torturados. Que les suministraron esa píldora de la Reducción.
—Lo sé —musitó con suavidad—. Y lamento que… que mis paisanos hicieran eso. Pero ahora están a salvo y discutiré con todas mis fuerzas sus creencias intolerantes. Personas como ellos son la razón por la