A través de un mar de estrellas. Diana Peterfreund
agotado la paciencia.
—Es un Helo, Persis. Que se crean que quieres tenerlo del brazo no va a ser un problema. Aunque solo sea como trofeo.
El mohín de Persis se acentuó cuando pareció darse cuenta de que la monarca llevaba razón.
—Estoy muy ocupada ahora mismo —probó a decir.
—Te lo pido. —Isla se enderezó todo lo que pudo y miró a su amiga por debajo de ella—. Te lo pido. No hay nadie a quién confiaría a nuestro valioso galatiense más que a ti.
Algo pasó a través de ambas mujeres. Algo que Justen no esperaba comprender. Pero, fuera lo que fuese, hizo que Persis acabara cediendo.
Sacudió la cabeza en señal de derrota e, inmediatamente, se transformó ante sus ojos en una resplandeciente aristócrata, lanzándole una sonrisa coqueta y seductora.
—De acuerdo, querido —arrulló—. Supongo que ha llegado la hora de hacer nuestro debut.
Capítulo 6
Para cuando salieron de los aposentos privados de Isla, daba la impresión de que todos los ojos de Albión estaban sobre ellos. Persis tuvo que reconocerle el mérito a su nuevo amorcito cuando enlazó su brazo con el de ella y bajaron las escaleras desde la terraza hacia el campo de batalla con valentía. Slippy se deslizaba junto a ellos, gruñendo al evitar los zapatos de la gente; se detuvo para beber del órgano hidráulico y se cepilló los bigotes con sus patas delanteras.
—¿No te preocupa que lo puedan pisotear?
—Oh, Slippy sabe cuidar de sí mismo —replicó. Y mucho mejor que el visón marino promedio, gracias a Tero y la gengeniería. Ella lo vio dirigirse hacia la tamardilla león dorado de una de las cortesanas. La diminuta criatura naranja estaba atada a su ama con una larga cadena brillante, y había joyas destellando en su tupida cola de ardilla. En sus diminutas zarpas sostenía un trocito de papaya y mostró sus dientes de mono a Slippy cuando el visón marino se aproximó. Slippy arremetió.
—Oh, no, de eso nada —lo reprendió Justen, asiendo a Slipstream con delicadeza por la alargada panza antes de que el animal pudiese forcejear. Sonrió e inclinó la cabeza al entregárselo a Persis—. Su bestia, mi señora.
Ella abrazó al visón marino contra su pecho y miró a Justen cuidadosamente. Ese joven y atractivo revolucionario podía resultar peligroso cuando se valía de su encanto, ese médico de apellido famoso y con un deseo tan grande de escapar de Galatea que había abandonado a su hermana y se había unido a una arista que evidentemente menospreciaba. A lo mejor, también era un espía.
La siguiente media hora estuvo repleta del bullicio de conversaciones en tanto Persis presentaba a su «querido amigo, Justen Helo» a los cortesanos albianos, que naturalmente estaban encantados de conocerlo. En un acuerdo tácito, Persis y Justen mantenían charlas coquetas y fáciles, como era apropiado en una pareja que se acababa de conocer el día anterior. Mientras la noticia del recién llegado galatiense se propagaba en la corte, hubo murmullos que llegaron a oídos de Persis.
—Mírenlo. ¡Está perdidamente enamorado! —Por lo visto, Justen era un actor excelente.
—¿Y cómo podría no estarlo? Ella tiene el rostro de su madre. —Sí, bueno, pero ese rostro no parecía haberlo impresionado.
—Ya verán cómo Persis Blake nos trae a un Helo a casa. —A decir verdad, él tan solo era el último en una larga lista de galatienses que se había llevado con ella. No tan rico como algunos, no tan agradecido como otros.
—Su padre se casó con la nor más hermosa de su generación. ¿Por qué no iba Persis a conseguir el más famoso de la suya?
Ella frunció los labios a medida que los cotorreos se multiplicaban. Isla había adivinado correctamente que la gente en seguida relacionaría su última conquista con su fachada de «Persis Bobalicona» cuidadosamente cultivada. ¿Y por qué no iba a ser así? Se había pasado los últimos seis meses cimentando su reputación en la corte de la princesa. Para eso había sacrificado la escuela, para eso había reinventado su imagen, para eso había escandalizado a los residentes de Centelleos, que habían pasado de pensar que Torin Blake había estado en lo correcto al nombrar como heredera a su única hija, a preguntarse qué cuernos había pasado con la chica inteligente y trabajadora junto a la que habían crecido. ¿Pero qué elección le quedaba a Persis? Debía proteger a la Amapola Silvestre. Debía proteger a Isla. Debía salvar Nueva Pacífica.
Si no la tomaban en serio, nadie sospecharía de ella. Era la muchacha más elegante, la más reluciente, la más frívola de Albión. De ninguna manera podía estar orquestando en secreto una red de espionaje.
Finalmente se encontraron con una pareja mayor formada por dos aristos cuyos orígenes galatienses quedaban patentes por su cabello natural y vestuario más discreto. Justen los saludó con rigidez y Persis siguió su ejemplo, aunque la verdad era que los conocía personalmente, si bien ellos no eran conscientes. lord y lady Seri habían constituido el botín de uno de los primeros asaltos de la Amapola Silvestre. Su aspecto había mejorado muchísimo, en comparación con los deprimentes y desdichados reducidos que había rescatado de su casa solariega.
—Justen Helo —comenzó lord Seri, estrechando la mano del joven—, bienvenido a Albión. Es un honor conocerlo. Conocía bien a su abuela.
—Sí —contestó Justen en un tono tan profundo como el mar—. Discutió usted largo y tendido con ella acerca de la distribución universal de la cura.
El aristo mayor simplemente se rio y luego asintió.
—Sí que lo hice; y perdí. No vamos a discutir sobre quién llevaba razón, a pesar de las repercusiones generadas por su trabajo.
—Si se refiere a la revolución —intervino Justen con un tono aún más controlado y firme—, no era previsible. Fue provocada por el maltrato que sufrían los nores galatienses por parte de sus amos aristos. Se habrá dado cuenta de que en Albión no está teniendo lugar una revolución como resultado de la cura.
—No hay una revolución… todavía —respondió lord Seri.
Persis se quejó. Audiblemente.
—Esta cháchara sobre política hace que me duela la cabeza. Lady Seri, lleva un vestido divino. Esa seda es tan exquisita que creo que podría sumergirme en ella. ¿Viene en algún otro color aparte del negro? —No había rescatado a aquellos aristos para que pudiesen trasladar su esnobismo a su país. E Isla no había accedido a la petición de Justen para que pudiese actuar como instigador de una revolución. Sus inclinaciones políticas eran obvias, incluso comprensibles, dado el antiguo sistema de Galatea. Pero su plan no funcionaría si no podía mantener el pico cerrado delante de los individuos más conservadores de la corte.
—Además —continuó lord Seri—, no me refería solo a la revolución. El Oscurecimiento es una consecuencia lo bastante grave como para cuestionarse todo el experimento, ¿no le parece? ¿Cuál es el porcentaje de nores rehabilitados por la cura Helo que sufre y muere por ese insignificante efecto secundario? ¿El cinco? ¿El diez?
Justen apretó el agarre en su brazo. ¿La habría sentido ponerse rígida? Ella examinaba el semblante del viejo lord, pero apenas parecía percatarse de su presencia. Su comentario había sido mordaz, pero no por Persis. Nadie en la corte sabía lo de su madre. Aún.
—El uno por ciento —señaló Justen con tono cortante—. Pero seguro que incluso ellos prefieren padecer de DNA antes que pasarse la vida reducidos.
Lord Seri parecía entretenido cuando se inclinó hacia Justen.
—¿Y cómo sabe usted eso, joven? No es como si se les pudiese preguntar una vez están comatosos.
Persis percibió que el mentón de Justen se crispaba. Ella misma sentía ganas de vomitar.
—Ay, mira —intervino rápidamente—. Andrine está