Götterdämerung. Mariela González

Götterdämerung - Mariela González


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le daba la ausencia de Lake, su mutismo. Si ni siquiera podía contar con una de sus artimañas, el asunto pintaba más que feo.

      Con este pensamiento se alentó para continuar: estaba solo, tenía que valérselas por sí mismo. Allá donde el escalpelo hendía, sus palabras entraban como un ejército bien entrenado. Sus versos suturaban. Todo encaminado a un único fin. El lápiz, silencioso en paradójica contradicción con el frenesí de su cabeza, volaba sobre el papel, tachando, reescribiendo. Pronto la voz del pobre Albrecht en aquellas líneas se convirtió en un susurro ahogado, una llamada desde la lejanía. Lo lamentaba, claro que sí. Nunca estaba bien hacer un estropicio en la obra de otro.

      No se detuvo hasta que el lápiz cayó de su mano, cuando notó un súbito pinchazo que le nació en la muñeca y le ascendió por los metacarpianos hasta estallarle en los dedos. Se agarró la mano, se la masajeó, no pudo contener un gemido. Maldita sea, había entrado en aquella suerte de trance, uno de esos arrebatos en los que el mundo a su alrededor se volvía sordo y ajeno. Se limpió con la camisa el rostro empapado en sudor. Se cuidó bien de no tocar el papel hasta que sus dedos se hubieran secado; lo último que necesitaba era que las débiles líneas del lápiz desaparecieran. Para cuando Albrecht volvió a aparecer en la celda, su corazón se había calmado. Le esperó sentado en el camastro, las manos sobre las rodillas, los ojos cerrados. El poema, extendido, se encontraba a su lado.

      —Herr DeRoot —saludó el guardia, con la bandeja de la cena en una mano. De nuevo aquellas lentejas insípidas y vino—. Habéis escrito, por lo que veo —dijo, ilusionado, clavando enseguida la vista en el papel garabateado de lápiz.

      —Sí, así es. No podré daros nunca las gracias por esto, Albrecht —dijo Viktor—. Dejad que me llene la barriga primero, por favor —con gesto ansioso, tomó las lentejas y las engulló. Se puso en pie a continuación, tomando el papel con ambas manos.

      »He hecho algunos añadidos y modificaciones a vuestro poema. Si me lo permitís, os lo recitaré. —No esperó confirmación.

      Los versos de Albrecht hablaban sobre un viaje a las montañas y el sobrecogimiento que le había producido verlas en el horizonte, la sensación de comunión con la naturaleza. Era un poema descriptivo que seguía las estructuras más básicas. Poesía en estado puro, proveniente de una experiencia personal. La mano experta de Viktor, no obstante, había entresacado los hilos, había dejado al descubierto las costuras. Los sentimientos vivos. La agreste naturaleza también podía ser salvaje, despiadada. Albrecht había depositado suavemente los bosques y su verdor; Viktor los había arrancado de cuajo, había tomado sus raíces y había rasgado con ellas el paisaje idílico. Las montañas podían aullar, resquebrajándose en un repentino terremoto, en vez de ser aquel remanso de paz. Incluso podían inflamarse de ira y reventar con el fuego de sus entrañas.

      Aquel era el poder de la Alta Poesía: retorcer los versos para dar la vuelta a la realidad, convertir las metáforas y los símbolos en vida y fuerza. En manos de un experto como Viktor, aquella disciplina servía para mucho más que para encender los corazones y provocar suspiros.

      No recitó con sus labios, sino con su mismo espíritu, y el aire a su alrededor comenzó a estremecerse. No era ya mero arte o simple exaltación de la belleza; estaba llamando a la energía en estado puro, conminándola a manipular el entorno. Declamó cada verso, llamó a la violencia y la fuerza de los elementos representados en él. Albrecht no tuvo tiempo de darse cuenta de lo que sucedía antes de que un vendaval terrible, venido de ninguna parte, lo azotara y mandara contra la pared, haciéndole perder el sentido del golpe. En un segundo envite, toda la furia del viento surgido de ninguna parte se dirigió hacia la puerta. Una puerta de madera recia, pero también enmohecida y estropeada con los años. No le resultó difícil hacerla saltar de sus goznes.

      La calma regresó al entorno, tan de súbito como se había marchado. Con el corazón acelerado, notando la energía escurrírsele entre los dedos temblorosos, Viktor arrugó el poema y se lo guardó en un bolsillo. Se aferró a la fuerza que le quedaba, alcanzó la puerta y echó a correr por el pasillo, sin pensar apenas a dónde dirigirse. Ahora notaba el miedo más que nunca atenazar su garganta y colocar grilletes en sus tobillos. Cuando llegó al final de la hilera de celdas, al pie de una escalera que llevaba al piso superior, se frenó en seco. ¿Qué plan tenía en aquella huida?

      —Maldito seas, Lake —bufó—. Si vas a aparecer, ahora es el momento.

      Escuchó gritos y el sonido de pasos apresurados. Por supuesto, los compañeros de Albrecht no podían estar lejos. Como no podía ser de otro modo, habrían oído el estruendo. Imbécil, se recriminó, ¿pensabas que esta cárcel iba a estar al cargo de un solo hombre? Un par de sombras empezaron a bajar por la escalera, las vio crecer en la pared. Se echó aún más hacia atrás, notando que le faltaba el resuello. Los ojos se le empañaron.

      «Tan cerca. Todo este esfuerzo para nada».

      Se encogió sobre sí mismo y apretó los puños. Si tenía que revolverse cuando fueran a apresarlo de nuevo, lo haría. Después del rastro que había dejado tras de sí, poco importaba ya que añadieran agresión a la autoridad. Ah, lo que le gustaría sería ver bajar a Lake por las escaleras. Esa sí que sería una agresión que cometería con gusto…

      Se tensó en cuanto apareció el dueño de la primera sombra al pie de las escaleras. Y detrás de él, otro. Un tipo alto y delgado y otro más bajito, de hombros anchos, que llevaban el rostro cubierto con sendas capuchas. El alto se descubrió… y Viktor dio un respingo, al tiempo que lanzaba un gritito que habría envidiado cualquier caniche.

      —¿Qué diablos has…? No se te puede dejar solo sin que la líes —exclamó Gus, adelantándose. Soltó una risa breve —. Vamos, no tenemos demasiado tiempo.

      Se giró e intercambió unas palabras con su acompañante. Este asintió y se quitó la capa que llevaba. Al hacerlo, dejó a la vista, debajo, el uniforme de la policía de Heidelberg. Gus tomó la capa y se la tendió a Viktor.

      —Ponte esto.

      El poeta, notando cómo el aire volvía a circular por sus pulmones, decidió que no era momento de rechistar. Se colocó la capa sin dejar de mirar por encima de su hombro a la celda que había dejado atrás; todavía esperaba ver a Albrecht levantarse y correr en su dirección como alma que llevara el diablo. Gus, frente a él, se cubrió el rostro con la capucha. Sus rasgos se volvieron… diferentes, se dijo Viktor. Era como si una neblina difusa lo oscureciera de pronto, volviéndolo tan anodino como si estuviera contemplando un garabato desdibujado por el tiempo.

      —Ya te lo explicaré, Vik, pero ahora mismo no podemos pararnos. —Gus estaba preparado para aquel efecto, por lo visto. Hizo amago de añadir algo más, pero Viktor lo detuvo con un gesto apresurado. Se ajustó la capucha del mismo modo.

      —Si esto me va a servir para largarme de aquí cuanto antes, ten por seguro que no voy a hacer preguntas.

       CAPÍTULO 3 Illustration

      Lake se agachó exhalando un suspiro, apoyó los antebrazos sobre las rodillas y miró al centro de aquellas pupilas opacas. Ni un solo movimiento, nada que indicara reconocimiento, temor, curiosidad. No había demasiada diferencia con otros especímenes fallidos. El cuerpo podía ser diferente, más o menos uniforme. Pero al final, lo que le indicaba si estaba ante un ejemplar viable o un despojo más era su mirada. Había vida o no la había.

      A su espalda, notó a su subordinado frotarse las manos, moverse nervioso. Lo escuchó carraspear. Decidió adelantarse a sus explicaciones; el juego dialéctico cada vez que bajaba a verlo empezaba a cansarle.

      —Esta mañana estaba bien. Ni doce horas después me lo encuentro muerto. ¿Qué me puedes decir al respecto, Berner?

      —Me encantaría poder deciros algo con sentido, herr Lake. Pero me temo que no tengo respuesta. Estoy tan sorprendido como vos.

      «Vaya, esta vez ni se ha molestado en darme explicaciones inventadas, con terminología


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