Efecto Polybius. Manu J. Rico

Efecto Polybius - Manu J. Rico


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dar un paseo? Si es que no le avergüenza que la vean con un viejo como yo, evidentemente —rio. Rhoderik tenía una sonrisa capaz de alegrar un día nublado.

      Ángela también rio al recordar por qué le gustaba aquel hombre, que por otra parte también era una gran persona. Él captó un matiz sutil en su mirada y su risa. Eran muy ancianos, pero el sexo era parte de sus vidas y después de tantos años estaban libres de vergüenza.

      —Qué buenos días pasamos juntos, sevillana. Era usted una bomba. Tenía que tomar vitaminas para seguirle el ritmo.

      —Nunca he visto a nadie salir tan rápido por una ventana. Por esta misma ventana, ahora que lo pienso.

      —Sí, sus padres casi nos cazaron un par de veces. Ahora lo recuerdo y me divierto, pero entonces casi me dio un infarto. Anduvimos muy cerca. Además, no imagina usted el frío que pasé corriendo en pelotas de noche por estos barrizales. Una vez llegué a casa con nieve en... bueno, por todas partes. Entre el susto y el frío, imagínese.

      Ambos rieron con ganas, incapaces de seguir la conversación.

      —Pero mereció la pena. Sin duda. Es usted uno de mis recuerdos más preciados. Un beso, mi niña, la veré mañana.

      Ángela le despidió melancólica. La primera vez que se acostó con Frederik no podía creer que aquel hombre fuese real. Pero no fueron sus atributos físicos los que la enamoraron. Con él descubrió otra dimensión de las relaciones. Fue su primer amor, tan efímero y doloroso que solo pudo recobrarse cuando conoció a quien se convertiría en el hombre de su vida.

      No quiso pensar más en él. Tenía hambre y decidió que su última comida sería también especial. Quizás un par de velas para celebrar la ocasión. No tenía hambre, pero el sabor de la fruta de Ahmed era exquisito. Cuando acabó, bebió un poco de leche y se acercó al escritorio para curiosear los papeles de su padre.

      Tomó un manuscrito y lo leyó, dejándose llevar por las palabras.

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      Welcome, Martín. Nice to see you. —El dibujo de su iris era una firma tan personal como su huella dactilar. La voz genérica le saludó, acompañada del icono más conocido del mundo desde que Rooftop se impuso entre las demás redes sociales: cuatro armoniosas curvas simétricas, dos intersecadas entre sí y dos fugando al infinito, englobadas por un círculo. En sus cuatro puntos cardinales, discretamente disimuladas, las letras R al oeste, F al este, T al norte y P al sur. Ya no era necesario añadir el eslogan de la red social, «The Truth and Reability Fascinates People». Las conjeturas sobre el significado del logotipo corporativo se dispararon desde sus inicios.

      —Deseo ir a mi área personal, por favor. —Su visión inicial era en un noventa por ciento realidad exterior. El diez por ciento restante se limitaba a pinceladas fantasmales semitransparentes que le ayudaban a ir adaptándose. Su dedo índice izquierdo gobernaba la mezcla y de ese modo la habitación pasó a ser poco más que un cuadro impresionista, hasta desaparecer tras un telón negro.

      —Cargando datos de usuario. Espere un momento... proceso concluido. Esperamos que su experiencia sea satisfactoria. Saludos.

      El sistema operativo propio de Rooftop estaba optimizado para arrancar en menos de diez segundos.

      La oscuridad se fue aclarando hasta mostrar una gran sala repleta de estanterías. Las paredes de ladrillo visto estaban decoradas con fotografías de sus grupos favoritos desde su infancia a la actualidad. Un pequeño retrato de familia presidía la mesa central, que era en esencia una versión estilizada y ampliada del rincón personal de su sala de estar. A su izquierda una pared transparente de tamaño imposible le permitía ver gran parte de su parcela, que incluía huerto y piscina.

      Al principio diseñó su Rooftop personal dándole el aspecto desordenado y un poco sucio de su habitación de adolescente, pero con la edad empezaba a apreciar los espacios aseados, pulcros, para escuchar música clásica o leer. El ambiente contenía detalles de ambas tendencias. Muchos usuarios elegían el sobrio aspecto del diseño nórdico, las líneas modernas de algunos áticos de Manhattan o el aspecto clásico de un palacio japonés. Miles de plantillas simplificaban la disposición de los elementos, dentro de una cantidad virtualmente infinita de posibilidades. Las preferencias del público a gran escala eran una valiosa mercancía que vender a constructores, interioristas y fabricantes de muebles. Rooftop obtenía suculentos beneficios de ello, y se permitía influir en las tendencias cuando así lo requería un cliente.

      Sin embargo por encima de cualquier otra cosa, lo más adictivo para él dentro de la realidad virtual era la sensación de despreocupación por su cuerpo físico. Sabía que el hiperespacio no era real. Solo una recreación dentro de un frío computador sin alma. Sin dolor ni deseos. Algo en Rooftop se le contagiaba hasta conseguir que allí no le importasen un bledo sus ventrículos cardíacos, las circunvoluciones y vasos de su cerebro, o el éxito de su sistema inmune acabando con células cancerígenas.

      —Rooftop is on fire! You will...

      Un gesto de su mano borró parte del aviso y el resto del texto se marchó dócilmente de su vista; hasta el hilo musical que anunciaba la fiesta se atenuó sin oponer resistencia. Allí él era quien mandaba.

      Pero el evento era realmente importante. La publicidad volvió a la carga.

      —Join us! Our great party is...

      Martín negó con la cabeza. El sistema reconocía algunos signos del lenguaje corporal y le dejó en paz. Rooftop solo insistiría dos veces por una buena razón, pero jamás molestaba a sus clientes en casa una tercera vez.

      Echó un vistazo a sus archivos y tecleó algunas instrucciones en su consola virtual. Sus dedos no ardían en el hiperespacio, al contrario que en el mundo real. Su aspecto era una síntesis poco elaborada, y algo idealizada, de su imagen actual. Tras ejecutar los comandos se transfiguró en su avatar recreativo, pues su intención era dirigirse a la sala de amigos aficionados a la informática clásica. Retroinformáticos, se llamaban entre ellos. Inspiró profundamente, liberado de su cuerpo físico. Flexionó las rodillas y saltó, con impulso suficiente como para salir despedido hacia el cielo, adquiriendo una impresionante perspectiva de su vecindario. Unas décimas de segundo después volaba rumbo a su destino a la velocidad de un caza. Existían otras alternativas, pero él disfrutaba de los desplazamientos al estilo Top Gun. El hilo musical, muy tenue esta vez, le acompañaba al son de «Sitting on the Dock of the Bay».

      El vuelo estable y a toda velocidad proporcionaba una experiencia emocionante e inmersiva, pero cuando le apetecía experimentar sensaciones intensas disfrutaba de la perspectiva de casi desnudez ante espacios enormes, y la aceleración enloquecida del vuelo tipo Iron Man.

      Prefería la posición incorporada de su hardware, con posibilidad de tomar un bocado si le apetecía. El suyo era un modelo ligeramente superior a los más baratos del mercado, parecidos a las primitivas gafas de realidad virtual, pero se encontraba lejos de las prestaciones de la gama alta. El sistema que liberaba el rostro de aquellas pesadas gafas, y otorgaba al usuario la sensación de ver el mundo desde una burbuja accesible por las manos, cubría exclusivamente el campo visual de cada ojo. Su aspecto era similar al de las protecciones contra el viento que empleaban los pioneros de la aviación, obligados a pilotar expuestos a los elementos, pero menos aparatosas. Además el interfaz lanzaba brisa fresca hacia el rostro recreando la sensación de desplazamiento al aire libre, y generaba una amplia gama de estímulos olfativos. Su mujer estaba más cómoda recostada. Los niños habitualmente usaban monitores con acceso a áreas restringidas y vigiladas por las autoridades, y sus interfaces les obligaban a navegar con sujeciones de seguridad e incorporados.

      Una puesta de sol sintético y aromas marinos completaban la escena recreada por su hardware.

      Cada persona conectada se movía en el universo que proporcionaba la compañía con total libertad, según se explicaba en los tutoriales, para ir a zonas públicas y semipúblicas


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