Memorias de viaje (1929). Raúl Vélez González
nota.
A partir de ese momento me dediqué a leer los manuscritos con gran deleite y contraté a alguien para que los transcribiera, de modo que pudieran disfrutarlos también otros miembros de la familia, por la dificultad que hay hoy en día de leer lo que llamábamos en mi infancia “letra pegada”.
No sé bien si alguien los leyó completa o parcialmente de entre los descendientes del abuelo Raúl, fuera de sus dos hijos varones. Pero curiosamente el texto llamó mucho la atención de una filóloga de la familia, que no era descendiente del abuelo Raúl y ni siquiera colombiana, mi esposa, Lina Oliveira da Silva, quien desde el primer momento se mostró fascinada con la lectura de las crónicas.
De nacionalidad brasileña, pero dedicada a la corrección de textos, la traducción y la enseñanza de su lengua materna y del español, y doctora en Filología, se puso en la labor de leer minuciosamente los originales, hacer observaciones y conseguir toda la correspondencia de mi abuelo que pudiera ayudarnos a entender más sobre él y sus viajes.
Con el tiempo, la relectura de las crónicas de viajes y de las cartas se nos convirtió en una reconstrucción de la vida de alguien a quien no pudimos conocer por haber fallecido en 1958, pero que se nos fue haciendo cercano, hasta el punto de sentirlo en el grupo de familiares con los que sí habíamos compartido aunque ya no estuvieran con nosotros.
Yo estaba fascinado con las crónicas, pero personalmente no me identifiqué en principio con mi abuelo, aunque percibí que mi esposa parecía estar usando los manuscritos y las cartas para hacer una lectura cifrada de mi personalidad. Al final terminó convenciéndome de varias coincidencias, más allá de que yo también elegí ser profesor como actividad principal de mi vida o la importancia que le dio él a su viaje y yo a los míos, especialmente si están relacionados con historia o libros.
No puedo negar que esto me animó a seguir buscando la publicación de ese manuscrito. Por supuesto, parte del atractivo por las crónicas se debía a las similitudes que encontrábamos ella y yo entre la vida del abuelo Raúl, dedicada a la familia, la lectura, la docencia y los viajes, y nuestras propias decisiones personales en ese mismo sentido. Pero realmente se trataba más de una fascinación por el personaje, su manera de vivir, la forma sencilla, humorística y erudita al mismo tiempo de contar las cosas.
Una vez que aparecieron las memorias y pasó la novedad del asunto entre los familiares, estas permanecieron por varios años como un tesoro privado para disfrute solo de los tres o cuatro miembros de la familia que habíamos mostrado más interés en ellas. Luego, como nadie disputó la posesión de las mismas por nuestra parte, se fue olvidando que las teníamos y poco se habló más del asunto.
Pero justamente investigando la vida de mi abuelo, preguntando a mi tío Ramiro, descubrimos que había sido rector de la Universidad de Cartagena por un periodo corto antes del viaje que dio lugar a las memorias. Visité entonces esa ciudad para entrevistarme con el rector del momento y coordinar con la universidad la elaboración, como homenaje a él, de un retrato en óleo basado en una vieja fotografía, pintura que ahora está en la galería de los antiguos rectores de la universidad.
En medio de los trámites de este reconocimiento póstumo, pude saber de textos escritos por él en esa época de su rectorado, impresiones sobre todo de la dura huelga de estudiantes que había enfrentado su antecesor, y que durante su periodo al parecer logró negociarse parcialmente. Por supuesto, se trataba de un convencido católico y seguidor del Partido Conservador a principios de siglo pasado, y en sus declaraciones culpaba a los padres de los estudiantes de la desproporcionada huelga, por no haber educado en valores a sus hijos, en lugar de verla, sin ser falsa su afirmación, como lo que parecía que era realmente, un síntoma más de una sociedad aún decimonónica tratando de acomodarse a la modernidad.
En ese ir y venir para la elaboración del óleo, fue surgiendo la idea de publicar por parte de la editorial de esa universidad unos trozos de las memorias, comparándolas con relatos propios míos de viajes y de mis tíos, ya publicados o inéditos, de modo que se notara como veían dos miembros de la misma familia ciudades como París o Madrid, con sesenta o más años de diferencia.
El libro fue publicado en Cartagena, donde tuvo buena acogida, pero también fueron positivos los comentarios en la prensa de Medellín, y ello motivó la sugerencia de que se publicaran más adelante no solo fragmentos escogidos de esa memorias, como se había hecho, sino el texto completo, tal cual lo había escrito el abuelo Raúl, y en una editorial antioqueña, y ese es el libro que usted tiene en sus manos. Pero el proceso no fue tan inmediato como hubiéramos querido.
Al principio estuve ocupado en otras publicaciones propias, y un tanto desanimado por dos intentos fallidos que se hicieron con entidades públicas locales de Medellín para intentar la publicación de las memorias en seriales de autores antioqueños inéditos. Fuimos dejándolas entonces como una herencia que le transmitiríamos a la siguiente generación, y empezamos a mostrarlas a nuestra hija mayor para que fuera ella quien las publicara más adelante.
De los tres hijos de mi abuelo, el sacerdote, mi mamá y el médico, solo este último insistía en que buscáramos la publicación de las crónicas completas. Sin embargo, hace un par de años mi mamá me dijo que le gustaría mucho que yo encontrara la manera de que la historia de ese viaje, del cual tanto oyó hablar a su papá en la infancia, fuera publicada íntegramente y en Medellín, y resurgió entonces mi interés en lograrlo.
Por esa época yo ya era profesor de la Universidad Nacional de Bogotá, pero también ocasionalmente profesor externo del programa Saberes de Vida de la Universidad EAFIT, en Medellín, y mantenía cierta relación con esta universidad, aunque ya no tanto con la Editorial. Así, cuando se hizo un gran evento con motivo de la celebración de los 15 años de este programa, dedicado a dar posgrados de calidad a personas mayores, fui invitado amablemente por la directora, María Victoria Manjarrez, y aproveché el viaje a Medellín para presentar el texto en esta universidad.
Decidí asistir al evento con mi tío Ramiro, llevando dos ejemplares del libro ya publicado y dos copias de las memorias completas, también un tanto por sugerencia de María Victoria, quien al conocer los textos conceptuó que si se los enseñaba al rector y a la directora de la Editorial seguramente, ella creía, habría posibilidades de volver a hablar de su publicación.
En ese contexto de celebración entregamos tanto al rector como a la directora de la Editoral la propuesta de publicación y los dos textos que llevábamos, el publicado y el inédito, como un acto simbólico de un último esfuerzo por dejar a los antioqueños ese trocito de realidad paisa que no conocían, aunque sin demasiadas esperanzas, por los pasados intentos frustrados en la Gobernación y la Alcaldía.
Pero meses más tarde recibimos muy gratamente la noticia de que constituía un material adecuado para la Colección Rescates y que sería publicado. El hecho de que fuera EAFIT y Medellín era la mejor parte la noticia, por los antecedentes mencionados, por la fama de la Editorial y por la posibilidad de que más colombianos, y, sobre todo, muchos antioqueños, pudieran tener acceso al texto, y esta vez íntegro.
Por supuesto lo anunciamos a la familia y nos pusimos a diseñar con la Editorial cuál sería la estrategia para esta versión definitiva de las crónicas, habida cuenta del gran prestigio que había adquirido la Editorial y la necesidad de no equivocarnos en la propuesta final del texto, luego de tanto esfuerzo y paciencia.
En un principio se consideró la posibilidad de que las memorias estuvieran acompañadas de comentarios de contexto histórico sobre los lugares descritos, elaborados por los descendientes del abuelo Raúl que también se hubieran dedicado a los viajes, y se planeó en ese sentido un esquema parecido al del primer texto ya publicado, pero mucho más completo, casi todo a mi cargo.
La idea era que la siguiente generación, sus dos hijos varones por lo menos, que igualmente fueron profesores en sus áreas de trabajo, y que habían vivido en Europa y la conocían mucho, escribieran en el libro algunos comentarios, comparaciones o aclaraciones. Ellos habían viajado incluso con más intensidad que su padre por ese continente y por muchos otros lugares, y se pensó que hicieran algunos pequeños aportes como en la publicación previa.
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