El juego de la seducción. Martín Rieznik

El juego de la seducción - Martín Rieznik


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de que empiece la clase y mira cómo entrenamos).

      Dentro del gimnasio, tengo la ventaja de ser uno de los mejores boxeadores y, además, el mayor de mis hermanos (liderazgo y protección de los seres queridos). Pero en realidad nunca se dio una situación de diálogo con ella (bah, muy pocas veces), además de que entrenamos en lugares separados.

      En la última clase, ella llegó con su hermanito mientras yo entrenaba con la bolsa. Nos saludamos con un “hola” y seguí con la mía. La bolsa está cerca de donde la gente se puede sentar para ver las clases, por lo que ella estaba a menos de dos metros y se me ocurrió que era hora de empezar a jugar, ¡a ser un Aven 24 horas!

      Fui para el baño, pasé cerca de ella, tomé agua y al volver le pedí que me registrara el tiempo de tres minutos con la bolsa. Accedió y para medir el tiempo sacó su teléfono del bolso.

      Quise hacer esto para que estuviera invirtiendo tiempo en mí, como cuando le das tu sombrero a una mujer dentro del venue y queda pendiente de vos. En este caso, también me daba la oportunidad de poder hablar con ella mientras entrenaba. La tuve unos cuatro rounds, con un minuto de descanso de por medio (un total de 16 minutos) y en los primeros tiempos de descanso le hablaba un rato.

      Después la dejé ahí y no pasó nada hasta el final de la clase. Mientras cada uno guardaba sus cosas, nos quedamos hablando y la desafié a una pelea. Me dejé perder y me dijo que otro día hacíamos la revancha. Necesitaba una forma de contactarla para que la interacción no quedara ahí. Entonces, como sabía que estaba con el teléfono con el que me había cronometrado, le pregunté si estaba conectada al Facebook, y le sugerí que me agregara, así coordinábamos la siguiente pelea. Sin más, me buscó y me agregó. Si era un boliche la besaba, jajaja.

      Fue un buen set, todo fluido. Hacía tiempo que quería jugarla: la típica chica linda del gimnasio con la que cuesta arrancar. Ahora ya la tengo en mi Facebook. Falta trabajo, pero es un paso necesario. De hecho, ninguno de mis compañeros de box tiene este ontacto, así que corro con ventaja. ¡Próximamente, novedades!»

      Capítulo

      03

      Valores de supervivencia y reproducción

      Las mujeres sólo quieren rock

      La atracción no es una elección, es un hecho.

      David DeAngelo

      Existen mecanismos físico-psicológicos, conscientes o inconscientes, que explican por qué con ciertas personas se despierta en nosotros el deseo de tener una relación sexual y por qué, con otras, sentimos desagrado sólo por imaginarla.

      Hablamos de valor de supervivencia y reproducción (VSR) porque nos remitimos a los estudios científicos que investigan qué genera atracción en los hombres y qué en las mujeres.

      En El origen de las especies, Darwin planteó que a la hora de elegir compañeros sexuales todos los animales se basan en los parámetros de supervivencia y reproducción de los posibles candidatos, es decir que seleccionan a sus compañeros sexuales a partir del VSR que suponen en él. De este modo, cada especie posee sus propios valores de supervivencia y reproducción. Como este libro trata de técnicas de seducción y no de biología, nos centraremos en los VSRs del ser humano y, en particular, en aquellos que más les interesan a las mujeres.

      El concepto de VSR

      Como su nombre lo indica, el valor de supervivencia (VS) es la capacidad de sobrevivir en cierto medio que posee un individuo determinado. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con muchas otras especies animales, es difícil concebir a un hombre fuera de una comunidad. Hace decenas de siglos, el filósofo griego Aristóteles definía al hombre como un animal sociable por naturaleza, de ahí que su VS se extienda también a quienes lo rodean.

      En cambio, el valor de reproducción (VR) está determinado al mismo tiempo por las características genéticas del individuo y por su eventual capacidad de reproducirse. Por ende, dentro de cualquier comunidad, aquellos que posean un material genético apreciado y que al mismo tiempo sean fértiles tendrán un elevado VR, valor de reproducción.

      Si bien es complicado establecer parámetros universales de belleza, las características asociadas al VSR son prácticamente las mismas en todas las culturas y todas las épocas.

      Tomemos, por ejemplo, el caso del “90-60-90” que utilizamos hoy en día como ideal de belleza femenina en cuanto a contornos corporales se refiere. Es sabido que en épocas pasadas las medidas perfectas eran muy diferentes. Pero la proporción, el ratio entre cintura y cadera siempre ha sido el mismo, ya que indica un alto valor de reproducción. Al ver a una mujer con esas proporciones, nuestros sentidos nos informan que probablemente sea muy fértil y tenga un buen canal de parto. En definitiva, podemos decir que una mujer no nos atrae porque es linda, sino que nos resulta linda porque nos atrae.

      El VSR es un parámetro universal, lo que no quita que existan muchas excepciones y diferentes gustos. Tampoco sostenemos que la atracción entre un hombre y una mujer pueda explicarse de modo monocausal. Sin embargo, la imagen corporal forma parte de la evaluación del VSR; éstos son valores universales que tienden a ser semejantes en la mayor parte de las personas.

      La realidad es que nuestro cerebro está amoldado a una situación primitiva. La anticoncepción es un fenómeno muy reciente en la historia de la humanidad. Instintivamente, seguimos relacionando el sexo con la reproducción y, aunque conscientemente sepamos que sólo deseamos una noche de sexo salvaje, nuestra carga genética, nuestras emociones y nuestro inconsciente siempre evaluarán a nuestro compañero sexual en términos de VSR.

      No es una cuestión menor la reproducción y mucho menos aún para la mujer. Elegir al compañero sexual no fue siempre un acto recreativo. A lo largo de los doscientos mil años que el ser humano lleva sobre la Tierra, la mayor causa de mortalidad femenina ha sido el embarazo y parto. Durante siglos y siglos, elegir al hombre indicado fue una cuestión de vida o muerte para la mujer. Darwin concluyó entonces que el género que más invierte en la reproducción buscará en mayor medida valores de supervivencia en sus compañeros sexuales. La mujer se comporta como óvulo y el hombre como espermatozoide: el hombre se postula y la mujer selecciona.

      Entonces, a grandes rasgos, en términos de selección sexual, podemos decir que la mujer es quien elige. Si va a estar embarazada durante nueve meses y deberá cuidar al niño constantemente por un lapso igual o mayor que ése, no le importará que su compañero sea lindo, sino que pueda garantizarle la supervivencia.

      Entendamos cómo se produjo este fenómeno evolutivamente: las mujeres que se sintieron atraídas por compañeros que no les garantizaron la supervivencia y se reprodujeron con ellos, probablemente no hayan dejado descendencia, pues ellas y sus crías deben haber perecido en el intento. En términos de selección natural, fueron más aptas (y, por lo tanto, dejaron más descendencia) las mujeres más selectivas, que detectaron mejor los valores de supervivencia en los hombres. La mujer de hoy en día desciende de aquellas que supieron seleccionar a esos hombres con alto VS, y su cerebro se moldeó para eso en el transcurso de los siglos. Del lado masculino, la selección natural parecería actuar de modo inverso. ¿Qué hombres lograron perpetuar su descendencia? Los más promiscuos. La promiscuidad siempre fue una ventaja evolutiva en el hombre, pero no tanto en la mujer. Veamos…

      El sexo y la reproducción


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