Gaviotas a lo lejos. Abel Gustavo Maciel
larga data.
—La Patro quiere que te releve. Están interrogando al Johnny que secuestramos ayer. Jean Paul le pone mano dura al asunto, pero el tipo parece de hierro. Estos hijos de puta hacen cualquier cosa con tal de defender sus dólares.
—¿De modo que me estás relevando, Paquito? Está bien. Ya me estaba cansando de mirar el cielo y pensar tonterías.
El recién llegado se encogió de hombros.
—Te conozco, hermano. Seguramente no deben ser tonterías esos pensamientos. Siempre fuiste “rarito” en esas cosas… Muchos sueños en la cabeza de un simple campesino, ¿eh?
—¿Y qué con lo de campesino? No me arrepiento de mis orígenes, viejo. Nuestra casta ha logrado mantener a este país de pie. Nuestra hoja de tabaco la llevan muchos de estos Johnny´s en sus pulmones, quemándolas a partir de los habanos que fabricamos.
—Sí… Habanos. Lo único que aprendimos a exportar en doscientos años.
—Bueno. Es algo natural. Más útil que los transistores, cabrón. Esos no se pueden fumar, ¿no es así?
—Siempre te las arreglas para tener razón, carajo. El bueno de Alfonso, defensor de los ideales de Costa Paraíso. Mejor te apuras, hermano. Sabes que La Patro tiene pocas pulgas para las esperas.
Alfonso sabía que Paco decía la verdad. La jefa indiscutible del grupo insurrecto era conocida por su carácter complejo. Se puso de pie y comenzó a caminar siguiendo la ruta transitada por su amigo minutos antes. Cuando pasó frente a la posición de Paco, pudo ver en su rostro una sonrisa pícara. Estaba esperando un sermón de ese tenor.
—Además… Me parece que hoy te toca cumplir con la Juanita, ¿eh? La vi un tanto nerviosa antes de salir del campamento.
No respondió a la broma. Estaba acostumbrado a los comentarios insidiosos de sus compañeros. Después de todo, hablaban de un hecho que se había transformado en verdadero mito entre aquella gente sumergida en la espesura selvática. Alfonso aceptaba esas chanzas. A su vez, también ellas le otorgaban cierta posición asimétrica con respecto a los otros combatientes.
A pesar del temor que inspiraba la jefa militar y su veteranía, era mujer apetecible. En medio de la jungla un par de senos bien formados despertaba el apetito sexual de cualquier hombre. Sin embargo, nadie se le atrevía a La Patrona. La respetaban demasiado. Ella saciaba periódicamente su angustia personal debido a la ausencia de aquel poeta “chupado” por los grupos militares gubernamentales. Ya habían pasado treinta años de esos eventos. En aquellos tiempos Juanita contaba con veintisiete años y jamás había logrado superar la pérdida. Últimamente lo había elegido a Alfonso Valladares para cubrirla.
En medio de una noche cálida e iluminado por la luna y las lejanas estrellas, el veterano guerrillero se internó en la selva exuberante sin mayores miramientos. Mantenía el dedo presionando el gatillo de su ametralladora. La muerte podía esperar detrás de aquella frondosa vegetación.
5
En algún lugar fuera del espacio–tiempo molecular…
Era un noble paisaje, así lo había dispuesto su mente. El cielo se veía despejado de un color azul intenso. El bosque se mostraba demasiado prolijo para tratarse de un recorte de la naturaleza real. Los diferentes matices de verdes producían un sentimiento tranquilizador a todo aquél que los contemplara.
Así debía ser. Desde pequeño había aprendido a proyectar imágenes tridimensionales sobre su pantalla mental. Era una especie de necesidad que el agobio de soledad producía sobre su espíritu.
Dicen que los poetas son personas extrañas, que poseen un poder de visión equiparable a la de los antiguos brujos de todas las tradiciones, que pueden penetrar más allá de la realidad metafórica circundante y apreciar formas de una geometría oculta, que a su vez crean mundos con sus sueños y los precipitan en los propios territorios circundantes, que el mismo paisaje compartido por todos es modificado dada la influencia de sus campos ilusorios… No podemos menospreciar el poder de la palabra. Y mucho menos cuando se expresa desde la belleza o el atormentado acontecer del universo cotidiano.
Aquel escenario era siempre el mismo, es decir, con sus matices, por supuesto. Una creación mental nunca resulta exactamente igual cuando se vuelve a manifestar. Hay cierta indeterminación en todo fenómeno sensorio. La vida se guarda cierto grado de imprevisibilidad cuando derrama la cinética diaria. Otorga misticismo a la existencia.
Más allá del bosquecito prolijamente alineado podía verse una playa que se perdía en el horizonte. El sol, humilde en su geometría pero perfecto en el esplendor de sus atributos, se alzaba en lo más alto de su cenit iluminando aquellas formas con el garbo de un monarca. La playa explanaba su superficie perdiéndose en la depresión de un horizonte curvo.
No se trataba de una limitación de esa realidad virtual, ficticia para los que gustan atribuirle personería absoluta al nivel molecular de la existencia. Todo lo contrario, permitía entrever la posibilidad de un territorio disponible más allá del paisaje insinuado en aquel esquema mental. Los límites difusos siempre inducen curiosidad en el alma de un poeta. Esto le sucedía cada vez que se dejaba transportar al prolijo bosque ubicado más allá de la prisión donde su cuerpo mutilado descansaba a merced de los torturadores de turno.
Al principio una bruma espesa de color blanquecino se hacía cargo de sus sentidos externos. Lo rodeaba en conciencia, sometiéndolo a una placentera quietud donde el dolor acumulado en la realidad molecular quedaba momentáneamente de lado.
Renovado en cuerpo y alma, se dejaba guiar por las fuerzas misteriosas que gobiernan nuestro mundo interno. El sopor que ellas destilaban sobre su sistema nervioso lo suspendían en un espacio–tiempo diferente. Podía sentir la verdadera paz de una existencia ontológica precipitándose en el flujo de energía que desarrolla el Acto en la Forma.
Una vez aquietado el cuerpo emocional, los sonidos naturales del bosque comenzaban a penetrar sus espacios perceptivos. La bruma blanquecina se diluía a su alrededor en la medida en que la realidad virtual establecía dominios en una conciencia ávida de la exploración de otras dimensiones, otras posibilidades del ser más allá de la prisión impuesta por el mismo esquema de experiencias.
Al principio era el canto de los pájaros un trino enriquecido en melodías diatónicas e insistencias comunicacionales. Las lenguas de las aves, verdaderos mantras de un universo saturado de dimensiones ocultas, siempre habían atraído su atención. Sabía que en esos sonidos la naturaleza ocultaba grietas a partir de las cuales resultaba posible migrar el espíritu a otras regiones de mayor libertad. Podía apreciar el murmullo de fondo típico de toda palpitación contenida en las formas dinámicas usadas por la vida para proyectar el Acto de la existencia.
Es una suave melodía cadenciosa que está detrás de toda manifestación activa. La poseen las estrellas en el recorrido del orden molecular, desde el punto alfa al omega. Se manifiesta sustentando todo pensamiento emitido como perturbación electromagnética. Atraviesa los espacios remotos de un cosmos pleno de rozamientos de las posibilidades activas. Está detrás de los cielos impolutos, en la profundidad de los océanos o en los latidos de todo corazón enamorado…
Luego, la bruma se tornaba una capa delgada y permeable a la penetración de la luz emergente en aquella dimensión mental. La niebla blanquecina desaparecía y los paisajes del prolijo bosquecito permitían situarlo en un lugar fuera del tiempo convencional.
Por último, los aromas ricos en disonancias y fragancias estimulantes terminaban de instalar la sensación sólida que se le exige a toda realidad circundante para ser aceptada como tal.
La mente resulta ser un observador complicado a la hora de otorgar legitimidad a un suceso o todo un escenario donde el cuerpo ha de realizar su faena. El sentido del olfato siempre se ha considerado el más noble de todos, ya que puede atestiguar la veracidad de las experiencias vividas en la resonancia del sistema nervioso. El aroma perfumado de una flor ha sido fiel testigo de los acontecimientos sentimentales a lo largo de la historia. Lo mismo sucede con los paisajes naturales. Uno termina