Sigo estando aquí. Juanjo Soriano

Sigo estando aquí - Juanjo Soriano


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contacto real con las personas. En resumidas cuentas, sentir, sin ningún canal de por medio que no sea nuestro propio cuerpo y nuestra propia alma. A veces, no nos damos cuenta del valor que pueden llegar a tener pequeños gestos como es este, o una caricia, un susurro, en un determinado momento, sobre todo cuando la otra persona lo necesita tan urgentemente como era el caso de Julia. Ese simple contacto la hizo más fuerte y le sirvió para salir disparada y dejar atrás, al menos de momento, todos esos ecos del pasado. Cuando llegó a la habitación y se quitó la toalla, abrió el armario y se dijo:

      Hoy voy a ponerme guapa, hoy cumplo 40 años y es mi día…

      Aunque solo iban a celebrar el cumpleaños en casa, a pesar de los años seguía siendo una mujer coqueta y esa noche necesitaba mirarse de nuevo al espejo y darse ella misma ánimos antes de salir al ruedo. El fin de semana pasado había pasado por la tienda de ropa de su amiga Paquita y había visto un vestido al que no pudo decir que no, y mucho menos cuando se enfundó en él, un precioso vestido en dos piezas; la parte de abajo, una falda roja vaporosa hasta los tobillos que dejaría a relucir esos sencillos pero fantásticos salones negros ligeramente acharolados de tacón fino que tanto estilizan, y la parte de arriba, un cuerpo negro de manga corta y cuello redondo exquisitamente brocado a mano con ligeros hilos plateados haciendo formas geométricas. Aunque habían pasado los años seguía siendo una mujer que arreglándose un poquito no había alterado ese atractivo especial y casi mágico que poseía, innato en ella. Ya estaba lista para salir, se dio un último vistazo frente al espejo y no había ni un solo rescoldo aparente de hace unos minutos cuando se derrumbó en el baño. Sacó su mejor sonrisa y con su cabeza bien alta, como decía Freddy Mercury, el show debía continuar y desde luego que continuaría.

      A pesar de que iban a estar esa noche las personas más importantes de su vida, bueno, o casi todas, iba a tener dos grandes ausencias, una de ellas irremediablemente imposible, su tía Carmen, que hacía décadas que dejó ya este mundo, pero que en su momento fue un pilar sumamente importante en su vida y su ángel de la guarda, pero que en tantos momentos seguía notando su presencia en pequeños gestos que el mundo expresaba a su alrededor. Julia tenía una pequeña parcela en su corazón donde la tenía instalada, un lugar que jamás podría ser sustituido. Esa noche decidió colocarse la medalla de oro que le dejó en herencia como pequeño homenaje a ella y tenerla más presente. Y la otra gran ausencia, su padre, Jesús, el cual decidió desvincularse de su hija casi por completo por haber vuelto con su marido después de todo lo ocurrido, pero la relación con él siempre había sido así, con grandes altibajos, muchos de ellos por razones culturales y machistas; su mentalidad seguía siento antigua y para empeorar esto, se le sumaba su tremendo orgullo. El orgullo, ese sentimiento que todos tendríamos que tener encerrado en un frasco pequeño y en su justa medida.

      Era ya la hora de poner todo el aperitivo en la mesa y apagar el horno, ahora sí que se encontraba dispuesta a recibir ayuda de su madre Ángela.

      —Y padre, ¿cómo se encuentra?

      —Bien, hija mía. Bueno, con las tonterías de la edad, pero lo normal. Le he insistido en que viniera, pero ya sabes cómo se pone de terco. Julia, lo siento, lo he intentado, pero ha sido imposible.

      —No me digas más, lo conozco perfectamente…

      Pero la conversación entre ellas se detuvo, se escuchó el timbre de la puerta.

      —Chicos, que salga alguno a abrir.

      Y a los pocos minutos apareció una de sus dos amigas de siempre, con una gran bolsa con un regalo dentro, Sofía, que este año coincidían sus vacaciones en España con el día que ella celebraba su cumpleaños.

      —Pero Julia, cariño, tú no vas a envejecer nunca o qué…

      —Anda, ven aquí y dame un abrazo. Un año y medio sin vernos ya, vamos a tomarnos una copita de vino que hay que celebrar que hayas venido, no se cómo agradecértelo. Por cierto, ¿y las niñas y tu marido Andrés cómo van?

      —Muy bien, están todos genial, pero no han podido venir.

      —Qué pena. Bueno, vamos a brindar por nosotras.

      Pero la única en tomar un sorbo de vino blanco fue Julia, Sofía volvió a dejar su copa tal como estaba en la mesa.

      —¿No te gusta? Es un vino muy bueno, seguro que te va a encantar.

      —Seguro que está buenísimo pero ahora mismo no puedo tomar alcohol, mejor tomaré agua.

      —¿Y eso por qué?

      —Es que estoy con medicación y no creo que me siente bien si tomo vino.

      —¿Medicación para qué? —dijo Julia visiblemente preocupada.

      Aunque Sofía ponía todo su empeño en aparentar que se encontraba perfectamente, el instinto de Julia la avisaba de que algo estaba pasando. Además, la había visto visiblemente más delgada de cara y cuerpo que la última vez que la vio.

      —No es nada importante, hoy es tu cumpleaños, cariño, y estoy aquí para que lo pasemos bien.

      —¡Cómo que no es nada importante, Sofía! Eres de mis mejores amigas, para mí tú eres importante y seré muchas cosas, pero tonta no y te ocurre algo. ¿Qué clase de tratamiento estás tomando?

      —Déjalo estar, de verdad, no te preocupes.

      —Sofía, no me puedes engañar, dímelo.

      Entonces, su amiga miró para todos los lados, no quería que nadie escuchase la mala noticia que tenía que dar.

      —Quimioterapia. Bueno, de momento no es muy fuerte, me encontré un pequeño bulto en el pecho y me dijeron que es… Lo siento, Julia, no soy capaz ni de nombrar esa palabra…

      —CÁNCER…

      Esa palabra que aunque se dijo en el más absoluto de los silencios, resonó y caló en lo más hondo de Julia revolviéndola, desencadenando en ella una tristeza y un dolor por su amiga que aunque intentó disimular buenamente, no pudo evitar que dos grandes lágrimas se derramaran por sus ojos, dos gotas que eran como ácido que le quemaba mientras recorría los surcos de su piel.

      —Sí, Julia, cáncer, tengo tanto miedo a pronunciarlo.

      —Tranquila, ven aquí, cariño.

      Y Julia la tomó entre sus brazos y la abrazó con todo su amor. En esos momentos, aunque no hacía falta decir la enfermedad en alto para saber por lo que estaba sufriendo, todos sabemos lo terrible que es esa dolencia cuando nos golpea duramente y sin piedad a las personas que amamos y son importantes para nosotros.

      —Mira, Sofía, mañana mismo llamo a la clínica privada a la que yo voy y pregunto por un buen oncólogo y te pido cita antes de que te vayas.

      —Julia, yo no puedo pagar eso.

      —Y quién dice que tengas que pagarlo tú, de eso no te tienes que preocupar, quiero que sepamos todos los tratamientos posibles en este momento.

      —Eres un ángel…

      —No soy un ángel, solo soy tu amiga y ahora cambia esa cara que todo va a salir bien.

      —Sí, sí lo eres y no entiendo como una mujer tan buena como tú volvió con un monstruo como Ginés.

      —Eso no importa. Ahora tú eres lo importante.

      —Julia, ¿por qué nunca quisiste contar la razón de volver con él? Ni siquiera a tus amigas, mereces ser feliz.

       El tiempo se paró. Julia dejó ese salón con su amiga para trasladarse por unos terribles y angustiosos instantes a ese horrible día donde todas sus convicciones, todas sus luchas y horrores con su marido pasaron a un segundo plano, donde todo el dolor quedó en el olvido y rogó al cielo que lo que estaba pasando no fuera cierto.

      —Shh, tranquila, ya está bien de malos momentos por esta noche.

      —Julia, te pido que no digas nada a nadie, esta noche no, ya se lo diré en otro momento a Paquita.

      La


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