Nakerland. Maite Ruiz Ocaña
les están atendiendo en este momento. Si pueden esperar un momento enseguida les informo —contestó el celador muy amablemente.
Mariah no paraba de ir de arriba para abajo, nerviosa, tocándose las uñas y con esa cara de preocupación que solo las madres saben poner. No es que Sack no estuviese nervioso pero estaba convencido de que nada malo le había podido pasar a su hermana. Él la había dejado en perfecto estado cuando salió corriendo en busca de ayuda. Pero seguía sin entender qué había sucedido para que hubiesen tenido que llevar a su hermana al hospital y la hubiesen tenido que meter en Urgencias.
La espera no fue larga, aunque a Mariah le pareció que había pasado toda una vida. El celador se acercó a ellos con una cara indescifrable.
—Imagino que usted debe de ser la madre de Sarah Williams, ¿me equivoco? —preguntó el celador a Mariah.
—Sí, soy yo. ¿Está bien mi hija? ¿Le ha ocurrido algo? —Mariah ya no podía soportar ni un segundo más de espera para saber qué le había sucedido a su hija. Estaba a punto de desmayarse con tanta tensión.
—Su hija se encuentra estable. Podrán pasar a verla en poco tiempo —contestó el celador con cara inexpresiva pero amable.
—Pero ¿qué es lo que le ha pasado? —Ni Sack ni Mariah podían imaginar qué le había ocurrido.
—Su hija ha sufrido un fuerte ataque de asma. La encontraron inconsciente cuando llegaron los policías y la ambulancia al lugar de los hechos.
Sack abrió tanto los ojos al escuchar esas palabras que casi se le salen de las cuencas. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?, su hermana estaba muerta de miedo cuando la dejó, incluso podría no haber puesto objeción a quedarse sola porque no tenía ni fuerzas para hablar. ¡Oh no!, la culpa había sido solo suya, ¿por qué la habría dejado sola?
—Quiero ver ya a mi hija, por favor —dijo ya sin fuerzas Mariah, un poco más tranquila sabiendo que se encontraba bien.
—Tendrá que esperar un poco, señora. Pero no se preocupe, que su hija está bien. En cuanto puedan entrar a verla, yo mismo se lo comunicaré.
Mientras esperaban a que les avisasen para poder ver a Sarah, Sack no paraba de pensar en lo mal hermano que había sido dejando a su hermana sola, ¿cómo podía haber sido tan irresponsable?
Después de aproximadamente media hora, el celador apareció en la sala donde se encontraban madre e hijo esperando, desesperados, el momento de poder ver a Sarah.
—Acompáñenme, por favor. —Al celador no le hizo falta decir nada más porque Sack y Mariah ya estaban de pie a su lado siguiéndole de cerca a cada paso que daba.
Sarah se encontraba en una habitación con otro paciente más. Estaba dormida y con la mascarilla de oxígeno tapando su boca.
Mariah se le acercó primero y, tocándole la mano, susurró su nombre. Sack miraba desde los pies de la cama a su hermana con la cara de culpabilidad que cualquier hermano podría tener en esas circunstancias.
Su hermana ya había estado en varias ocasiones ingresada, ese último año, por asma.
Desde bien pequeña Sarah sufría de asma, por eso siempre llevaba encima su inhalador, que había sido suficiente, hasta entonces, para solventar los pequeños ataques que le daban muy de vez en cuando. Aunque ese último año esos ataques se habían incrementado en el tiempo y en intensidad. El médico les dijo a sus padres que no se preocuparan, que no revestía mucha importancia, aunque sí tendría que tener cuidado para evitar crisis y que fuese a peor su situación.
En ese momento el médico entró en la habitación para ver cómo se encontraba Sarah y saludó a Sack y a su madre.
—Buenas tardes. Soy el médico que ha atendido a Sarah, usted debe de ser su madre. —En la solapa del médico colgaba una chapa donde podía leerse «Dr. Parker». El doctor era un hombre alto y fuerte, con la cara cruzada de arrugas. Debía de tener no más de cincuenta años, pero estaba claro que su ocupación le había dado tantos disgustos como surcos tenía en su frente y en el contorno de sus ojos. Debía de llevar trabajando muchas horas seguidas porque además tenía cara de estar muy cansado.
—Buenas tardes, doctor —contestó Mariah—, ¿cómo está? —preguntó sin dejar de soltar la mano de su hija.
—Su hija se encuentra estable. Ha sufrido un ataque de asma importante. Aunque cuando llegó la ambulancia ya estaba inconsciente, consiguieron reanimarla a tiempo y no ha sufrido daños cerebrales. Lo que sí tendrá es que guardar reposo durante unos días y tendrá que dejar de hacer deporte o esfuerzos o someterse a estrés durante una larga temporada. Debe evitar que se produzca otro ataque de asma para poder recuperarse bien.
—Mamá… —Sarah se había despertado, aunque se la veía cansada y su voz era apagada.
—Hija mía, ¿cómo te encuentras?
—Muy cansada, mamá. Me cuesta hablar mucho, me falta el aire.
—No te preocupes, mi vida. No hables. Descansa y te pondrás bien muy pronto. Doctor, ¿cuándo considera que podrán darle el alta?
—Necesitamos que se quede en observación esta noche y mañana veremos cómo ha evolucionado. Aquí no pueden quedarse. Les recomiendo que se vayan a casa y descansen. Vuelvan mañana por la mañana. Pasaré a examinar a Sarah a primera hora para ver cómo está.
—Gracias por todo, doctor Parker.
Mariah se despidió de su hija dándole un beso en la frente.
—Descansa, cariño, mañana por la mañana vendremos temprano para llevarte a casa. Ya verás cómo descansando esta noche te podrás bien. Las enfermeras cuidarán muy bien de ti.
Sarah apenas tenía fuerzas para abrir los ojos, pero alcanzó a ver a su hermano, que seguía a los pies de la cama sin decir nada.
Lo que Sack pudo leer en los ojos de su hermana fue una mezcla entre odio, rencor, enfado y dolor. Eso hizo que se sintiese todavía más culpable.
n
A la mañana siguiente Mariah, Alfred y Sack fueron al hospital muy temprano. Prácticamente no habían podido dormir.
Cuando llegaron a casa la noche anterior, Alfred estaba esperándoles muy preocupado porque no encontró a nadie cuando regresó del trabajo y algunas luces estaban encendidas. Mariah le explicó todo lo que había pasado, tranquilizándole con respecto a la situación en la que se encontraba su hija.
Sack, sin embargo, seguía sumido en el silencio, taladrando su conciencia por haber provocado esa situación y que su hermana estuviese en el hospital. «¡Podía haber muerto!», se decía una y otra vez. Y le venía a la mente la imagen de su hermana mirándole desde la cama.
Esto le mantuvo en vela toda la noche.
El médico, como prometió, había examinado a Sarah justo antes de que llegaran, y firmó el alta de la niña para que pudiese volver con su familia a casa. Ya no necesitaba oxígeno y su saturación estaba bien.
—Ya te puedes marchar, Sarah —le dijo dulcemente el médico. A lo que ella le respondió con una amplia sonrisa. Estaba deseando salir de allí.
En ese momento la familia se fundió en un abrazo. Todos menos Sack, que no se atrevió ni siquiera a mirar a su hermana. Él se mantuvo al margen, sabiendo que su hermana le odiaba.
Lo peor fue la vuelta en el coche, cada uno mirando por una ventanilla.
Sack no quería decir nada a su hermana, para que no se alterase. Sabía cómo era el carácter de Sarah y temía provocarle otro ataque de asma.
Y así trascurrieron todo el camino, sin hablarse. Además, Sack tuvo que soportar de vez en cuando la mirada fulminante de su hermana.
Sarah pasó aquel día entero en la cama, recuperándose. Su madre se encargó de atenderla para que no le faltase de nada y cuidó de ella.
Pero