En torno al animal racional. Leopoldo José Prieto López
La segunda versión del darwinismo, minoritaria en comparación con la primera, se inspiraba en la obra de los comienzos de Darwin, que se caracterizaba por considerar la selección natural como único mecanismo de la evolución. Esta versión encontró en August Weismann el teórico más decidido. El darwinismo alcanzó pronto el carácter de una verdadera concepción materialista del mundo, dotada de un órgano de expresión en la revista mensual Kosmos, fundada en 1877.
Como es sabido de todos, en el darwinismo hay muchos elementos de índole filosófica (e incluso religiosa). Por eso, para poner luz en este delicado asunto conviene preguntarse qué es el darwinismo desde el punto de vista epistemológico. Pues bien, hay que responder que el darwinismo es ciertamente una teoría. Más aún, según autorizados epistemólogos, el darwinismo es una especie de megateoría. En opinión de Popper, por ejemplo, se trata de «un programa metafísico de investigación que proporciona un cuadro de referencia a teorías científicas controlables».25 Más escéptico se muestra Artigas, que lo considera a su vez una teoría-marco, una suerte de «programa general de investigación que da origen a otros programas más específicos, del que difícilmente pueden conseguirse demostraciones concluyentes».26
Pero no todos piensan así. Para algunos el darwinismo no es una teoría, sino una doctrina científica contrastada que da cuenta cabal de unos hechos o fenómenos de la naturaleza. Ahora bien, al presentarlo como ciencia que, como tal, da cuenta detallada de hechos (lo cual es bastante inexacto), y, de este modo, revestirlo de una dignidad epistemológica de la que en realidad carece, el darwinismo adquiere una notable carga de dogmatismo frente a aquellos que, por diversos motivos, osan poner reservas a la validez de la teoría darwinista. Según R. Chauvin, un biólogo francés, el darwinismo es todavía hoy el único campo de la actividad científica que no ha conseguido liberarse del fanatismo ideológico. Chauvin no tiene dudas sobre la causa de esta actitud anticientífica. Dicha anomalía científica se debe, en su opinión, a la presunción que el darwinismo demuestra cuando «considera como hechos las hipótesis que han sido tachadas de (y que de hecho son) indemostrables».27
Naturalmente una actitud de este tipo provoca perplejidad. ¡Cómo es posible que un científico se enfurezca —como Chauvin dice haber presenciado— cuando alguien expone pacíficamente sus reservas sobre algunas hipótesis del darwinismo! La ciencia, así se dice teóricamente al menos, es un procedimiento de constante control crítico y depuración lógica de nuestros conocimientos sobre la naturaleza. Nada hay por eso más ajeno a la ciencia que una actitud de ese tipo. La ciencia, en definitiva, es una actividad cognoscitiva que controla experimentalmente la validez de sus premisas teóricas. Por eso, si una proposición teórica no puede ser llevada al plano del control experimental, no puede ser llamada propiamente científica, lo cual no quiere decir que no pueda ser verdadera, sino simplemente que no es una verdad de naturaleza científica. En definitiva, todo procedimiento de control experimental y de depuración crítica de sus contenidos teóricos debe ser bienvenido por la ciencia. Únicamente la presencia de opiniones o argumentos emocionales pueden provocar reacciones como la descrita por Chauvin.
A pesar de todo, este tipo de actitudes, aunque sean poco científicas, tienen su propia coherencia, que guarda una relación con los distintos tipos de conocimiento humano. Ya Tomás de Aquino advirtió la proximidad de los estados gnoseológicos de la opinión y la fe. La opinión y la fe se diferencian en muchas cosas. De hecho, ambas formas de conocimiento son los extremos opuestos de una serie de estados intermedios, siendo la fe un tipo de conocimiento al que corresponde un alto grado de certeza y la opinión un estado de conocimiento con una certeza muy inferior. Pero, aunque muy diferentes según el grado de certeza, se asemejan en que en ambas se halla presente la intervención de la voluntad. Ello se debe a que, dada la falta de evidencia, que es característica de estas dos formas de conocimiento, el asentimiento intelectual solo puede provenir de una exigencia de la voluntad que estima que asentir a una determinada proposición es algo bueno. Aquí, por tanto, se encuentra la raíz de la defensa emocional de las hipótesis darwinistas. El evolucionismo darwinista es asumido, si no en conjunto, al menos en algunos de sus postulados fundamentales, como una forma de fe. Nos limitaremos a continuación a poner de manifiesto el carácter de fe secular que con frecuencia ha acompañado a esta teoría científica.
3. EL EVOLUCIONISMO COMO UNA RELIGIÓN SECULAR
Al referirnos al elemento de fe presente en el darwinismo, hemos descubierto un punto importante. Michael Ruse, un filósofo canadiense de la ciencia, ha escrito recientemente que el evolucionismo darwinista es una suerte de religión; o más exactamente, una religión secular. En su libro La batalla entre la evolución y la creación,28 Ruse analiza el curioso fenómeno de la transformación en objeto de una cierta fe religiosa de una temática que debería circunscribirse estrictamente al ámbito de la ciencia. Según este autor, el creacionismo y el evolucionismo compiten entre sí por hacer relevantes socialmente sus respectivas visiones rivales del mundo y del hombre. Con este planteamiento inicial se entiende que el propósito fundamental de su libro es poner de manifiesto la ambigüedad de la idea de que creación y evolución constituyen el paradigma fundamental de conflicto entre religión y ciencia. La verdad es que, tras la contienda entre evolucionismo (se entiende darwinista) y creacionismo, lejos de esconderse un conflicto entre ciencia y religión, se pone de manifiesto una pugna entre dos visiones rivales, ambas de naturaleza religiosa. La particular aspereza que ha revestido este debate a lo largo de los siglos XIX y XX se debe, en el fondo, al hecho de que se trata de una riña de familia, dice Ruse.
La vivaz discusión a la que se asiste hoy (sobre todo en Estados Unidos) entre las teorías del diseño inteligente (intelligent design) y del evolucionismo nos resulta más clara partiendo del hecho que si entre ellas hay una batalla es porque ambas teorías se han colocado, indebidamente, en el mismo campo. Dos ejércitos no pueden entablar batalla si no se encuentran en el mismo campo. Pero justamente en esto está el error. La primera teoría debería sostenerse como una teoría filosófica (y hay que reconocer que como doctrina filosófica es bastante plausible), no como una teoría científica, como de hecho pretende al considerarse a sí misma como un creacionismo científico. La segunda teoría debería, a su vez, presentarse como una teoría científica, renunciando a todo elemento propio de una concepción filosófica del mundo, que además es de índole materialista. Sin embargo, colocándose en el mismo plano, además de cometerse un craso error de método, el conflicto resulta inevitable. La situación degenera entonces en pugna abierta. Como dice Ruse, se entabla una lucha por las almas entre la religión tradicional y la religión secular.
En la década de 1920, ante los ataques del fundamentalismo religioso, la editorial The Thinker’s Library, propiedad de la Rationalist Press Association, publicó a precios económicos las obras de Darwin. Si se analiza en detalle esta conducta se verá que, en el fondo, es un modo de dar la razón tácitamente a la tesis de Ruse. La religión secular, el darwinismo, frente al arreciar de las campañas de la fe creacionista, aunque presentada con las exageraciones del fundamentalismo bíblico protestante, levantaba el estandarte de Darwin, el paladín de la fe secular (por más que el mismo Darwin hubiera rehusado claramente asumir esta función, tan impropia de un verdadero científico). Es conocido el hecho que Darwin denegó en 1880 al librepensador socialista Edward Aveling la autorización para dedicarle una colección de escritos ateos.29 A la vista de la campaña editorial pro-Darwin, C. S. Lewis se lamentaba entonces del éxito obtenido por la venta de estas ediciones, cuya difusión no pretendía