En torno al animal racional. Leopoldo José Prieto López
por prejuicios naturalistas. ¿Quién no ve en el hombre la altura inigualable de su ciencia, de su técnica? ¿Qué otro animal, además del ser humano, hace teoría de los monos, de los animales, de las plantas, de los minerales, de los planetas, del cosmos? Y todo ello en un alarde de especulación teórica, que es un puro lujo existencial que no le reporta el menor beneficio biológico y que ningún otro animal puede permitirse. ¿Qué otra criatura sobre la faz de la tierra inventa las matemáticas, elabora complejísimas ecuaciones para calcular las dimensiones y el movimiento de expansión del universo? ¿Qué animal se entretiene con las abstracciones de la filosofía, preguntándose por el ser y la esencia de todo lo real, por la causa de las cosas, y por la causa de las causas, el origen absoluto y el fundamento primero? Cuando se afirma, en nombre de la ciencia, que se han tratado de fijar los criterios que permitirían establecer una diferencia esencial entre el hombre y el animal y que todos han fallado, podría objetarse que la existencia misma de la ciencia como actividad humana es uno de esos criterios, a los que no se ha prestado la debida atención. Cualquier aspecto del ser y de la vida humanos es un terreno en el que la ciencia, abandonada a sí misma, naufraga. Privada del recurso a una forma de racionalidad no experimental-cuantitativa, sino filosófica, la antropología es un proyecto inviable. En el hombre es más lo que no se ve que lo que se ve.
Pero es que, además, como han puesto de manifiesto las antropologías biológicas, el cuerpo humano postula el espíritu. Como esta nueva orientación antropológica afirma (de lo cual se da cumplida cuenta a lo largo de este libro), el cuerpo humano está de tal modo desasistido de la naturaleza, ha sido de tal modo abandonado en una enigmática precariedad biológica que, si no fuera por la intervención de las facultades del espíritu, la criatura humana hace mucho tiempo que habría desaparecido de la faz del planeta. Esto por un lado. Pero, por otro, lo propio del espíritu es la apertura. Y el ser humano es una criatura abierta tanto en su alma como, a su modo, en el cuerpo. El espíritu que mora en el hombre ha evitado continuamente, rehuyendo la especialización morfológica y la orientación instintiva que lo esclavizarían, el quedar recluido o prisionero de un determinado lugar o hábitat físico. Se dice que la inteligencia humana, en su función más elemental, consiste en la fabricación de instrumentos. Pues bien, el hombre ha resuelto el problema de la precariedad biológica por medio de la ideación y producción de instrumentos. Ahora, los instrumentos son mucho más que algo fabricado para facilitar ciertas tareas. Son, por así decir, órganos artificiales. De este modo con su producción se ha resuelto para el hombre el problema verdaderamente arduo de remediar la precariedad biológica sin poner en peligro la apertura que el espíritu concede a todo el ser humano, incluido el cuerpo.
El hombre realiza con instrumentos artificiales las acciones necesarias para la conservación de la vida que los demás animales llevan a cabo con sus instrumentos naturales, o sea, con su propio cuerpo. Pero de este modo, precisamente porque estos instrumentos no conforman su cuerpo, el organismo humano queda desligado, desatado de los diversos hábitats naturales. Poseyendo la razón y las manos, que son el órgano de los órganos, el hombre puede preparar una variedad ilimitada de instrumentos para infinitos efectos. De manera que, al parecer, el alma racional es la responsable tanto de la pobreza orgánica (fruto de la inespecialización morfológica, sin la cual el mundo humano se transformaría en hábitat animal), como de la riqueza de los infinitos instrumentos que, concebidos racionalmente y producidos manualmente, subvienen artificialmente a las necesidades del hombre no paliadas naturalmente.
Por ello, para el hombre nada es natural. Para él todo lo necesario para la vida está mediado por su inteligencia y su capacidad técnica de transformación de la naturaleza. La técnica, a pesar de algunas impugnaciones recientes contra ella, inspiradas sobre todo en Heidegger, está esencialmente ligada al hombre. Heidegger es un gran filósofo, pero no está dicho que un gran filósofo no pueda incurrir en apreciaciones parciales en sus juicios. La técnica no es otra cosa que el resultado de la concepción intelectual de algo (necesario, útil o incluso superfluo para la vida) manualmente plasmado. La técnica es la transformación inteligente de la naturaleza. Sin ella el hombre no podría vivir. Su naturaleza biológica es demasiado pobre. La técnica es el fenómeno protohumano.
2. ANIMALISMO, DARWINISMO Y EVOLUCIÓN
Ya se ha dicho antes que una nota característica de la cultura de nuestros días es la creciente confusión de los límites entre el mundo humano y el mundo animal. Un factor que ha contribuido de manera decisiva a este estado de cosas es la mentalidad animalista, que, a su vez, se sustenta en buena medida sobre la teoría darwinista, como confirman los casos de autores como Desmond Morris o Peter Singer (que veremos más adelante). La mentalidad animalista se nutre de diversas raíces, pero en su origen el darwinismo ha desempeñado un papel fundamental. El animalismo del que aquí se habla no significa la simple simpatía hacia los animales. Tomando el término en un sentido amplio, es una actitud caracterizada por el estado de incertidumbre cultural sobre las fronteras que delimitan el mundo animal y humano. Más aún, es una especie de ofuscación, que ha alcanzado dimensiones culturales, que impide ver a quienes lo profesan que el hombre, incluso considerado zoológicamente lejos de ser un animal como los demás, es un animal atípico, y que, si se atiende debidamente a todo lo que en el hombre es atípico desde el punto de vista animal, aparecen con nitidez los rasgos diferenciales de la inteligencia y voluntad; en otras palabras, del espíritu. Naturalmente la confusión animalista va en perjuicio del hombre, porque desconoce su realidad espiritual e interpreta su compleja naturaleza simplificándola y degradándola a la sola animalidad.
En un sentido más restringido, el animalismo es la doctrina que sostiene la idea de la existencia de derechos de los animales, o al menos de la relevancia moral de sus intereses. A partir de la idea de que todos los animales son iguales en el sufrir, el animalismo ha reivindicado el derecho (o el interés para los más cautos) a no sufrir, que es común a todos los seres sentientes. Los defensores más destacados de esta doctrina son Peter Singer y Tom Regan. El primero ha afirmado que todos los animales, incluido el hombre, son iguales, porque todos son iguales en el sufrimiento. Regan, en cambio, ha propuesto la noción de derecho moral que asistiría a los animales, así como una versión atenuada de los derechos naturales de estos. Ambos autores comparten el rechazo de lo que el animalismo ha convenido en llamar especieismo, así como de la perspectiva antropocéntrica de la moral. El término especieismo ha sido acuñado por el psicólogo R. D. Ryder para indicar el injustificado privilegio moral que los seres humanos otorgan a los demás individuos humanos por la sola razón de ser de la misma especie.22
Un promotor cualificado de estas ideas es —como se ha dicho— el darwinismo. Conviene dejar claro que una cosa es Darwin y otra es el darwinismo. El término darwinismo fue acuñado por Thomas Huxley (el llamado bulldog de Darwin, por la tenaz agresividad demostrada en la defensa de las ideas del naturalista inglés), en 1860, con la intención de significar no solo el conjunto de teorías biológicas de Darwin, sino también sus implicaciones en los campos antropológico-moral, psicológico y social. El darwinismo se difundió en dos versiones. La primera se inspiraba en el Darwin de madurez, sobre todo en su obra El origen de las especies (particularmente en la edición de 1872), en la que la dinámica de la evolución no se fundaba por entero sobre el mecanismo de la selección natural, ya que se hacían intervenir los efectos del uso (propiedad hereditaria de los caracteres) y la selección sexual. La expresión más típica de esta versión del darwinismo se alcanzó en Alemania, en la obra del biólogo Ernst Haeckel, célebre científico autor de la ley biogenética fundamental, a la vez que uno de los casos más notorios de fusión de materialismo y librepensamiento. En este sentido, como ha afirmado William C. Dampier, «en el pensamiento de Haeckel la filosofía materialista predominaba claramente sobre los datos científicos».23 Haeckel, como fundador de lo que en Alemania se llamó el Darwinismus, transformó la doctrina del naturalista