En torno al animal racional. Leopoldo José Prieto López

En torno al animal racional - Leopoldo José Prieto López


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del ser humano. La naturaleza impone inexorablemente al animal la adaptación a un determinado medio ambiente, en el que debe inserirse para poder ser biológicamente viable.

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      Como se ha dicho antes, a lo largo del siglo XX se ha desarrollado un nuevo tipo de antropología filosófica que se puede llamar biológica. Esta escuela antropológica, si es lícito considerarla así, está particularmente relacionada con la fenomenología. De hecho, sus autores más importantes pertenecen también de alguna manera a la fenomenología.

      Ciertamente, uno de los mayores méritos de la fenomenología ha sido el haber dado vida a la actual antropología filosófica, separándola de la clásica psicología racional, especialmente con la obra de Max Scheler, El puesto del hombre en el cosmos (1927). Desde el momento mismo de su nacimiento, esta nueva antropología filosófica se ha interesado constantemente por el estudio de lo específico humano frente al animal. En este sentido, algunos de los iniciadores de la antropología filosófica (M. Scheler, H. Plessner y A. Gehlen) son considerados justamente pioneros de la antropología biológica.

      Las antropologías biológicas, como cualquier empresa humana, no han carecido de algunos defectos. El más obvio es un cierto tono antimetafísico, que comparte con la mayor parte de las corrientes de la antropología filosófica del siglo XX. Pero tienen algunos méritos considerables que dan un neto carácter positivo al balance general de esta nueva orientación antropológica y hacen verdaderamente interesante su estudio. Si en su gran mayoría las antropologías del siglo XX han negado la existencia de la naturaleza humana, un mérito sin duda no pequeño de las antropologías biológicas ha consistido en redescubrir y proponer de un modo nuevo el concepto de naturaleza humana, inducido en parte por contraste (o por oposición) con la naturaleza del animal. En este redescubrimiento de la naturaleza humana, estudiando las obvias diferencias físicas entre el hombre y los demás animales, las antropologías biológicas han puesto de manifiesto no solo los caracteres específicos del cuerpo humano frente al del animal, sino que, a la vista de los caracteres somáticos del ser humano, han llegado a la conclusión de que el cuerpo humano es un cuerpo atípico según las exigencias de la zoología. Este aspecto, conocido en realidad desde siempre, pero caído en olvido en los últimos siglos (probablemente por influjo del racionalismo y dualismo modernos), constituye una aportación de la antropología biológica de indudable valor. Se ha asistido así a una conquista paradójica: insistiendo en el estudio de los aspectos físicos del ser humano, han salido a la luz valiosas observaciones sobre la inteligencia, la voluntad, la racionalidad y, en definitiva, sobre el espíritu, sin el cual la criatura humana, dotada de un cuerpo de una anómala indigencia biológica, no habría logrado sobrevivir.

      Así pues, partiendo no directamente del estudio del alma, como clásicamente hacía la psicología racional, sino del cuerpo humano, de su morfología y de sus peculiares disposiciones, las antropologías biológicas han encontrado un considerable número de datos empíricos de gran valor que apuntan a la espiritualidad del ser al que pertenece un cuerpo tan peculiar desde el punto físico. De este modo, la espiritualidad se convierte en la clave de interpretación profunda de la naturaleza humana, incluida su componente somática. La observación de la precariedad biológica del cuerpo humano es una constante a lo largo de la historia del pensamiento. Platón, Aristóteles, Cicerón, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Hobbes, Kant, Herder, además de otros muchos, la conocían perfectamente y la hicieron frecuentemente objeto de inteligentes comentarios en sus obras. Pero nunca se había convertido en objeto de un estudio sistemático. Y tanto menos había sido hecha punto de partida en el estudio del hombre.

      Se puede decir, por tanto, que la idea central de las antropologías biológicas que nos disponemos a indagar en este trabajo es que el hombre es un ser en cuyo cuerpo, y no solo en su inteligencia y voluntad, se hace patente la presencia de la racionalidad (o del espíritu). La apertura es propia de las entidades espirituales. Ahora bien, la apertura del ser humano a la realidad no es una propiedad exclusiva de su razón. Todo el ser humano, también su cuerpo, participa de algún modo de esta característica. El cuerpo del animal racional manifiesta unos rasgos tales que constituyen un auténtico desafío epistemológico para la zoología y que son el reflejo tanto en la morfología corporal como en el comportamiento de la característica universalidad del alma humana. Así ha de entenderse la carencia, típicamente humana, de adaptación al medio ambiente, es decir, la inespecialización morfológica. También a esta luz ha de considerarse la ilimitada apertura del comportamiento humano, como es propio de un ser que, careciendo de instintos, debe guiar sus acciones mediante la razón y la libertad.

      Conviene dejar claro desde el inicio que el principio fundamental de las antropologías biológicas no es de índole experimental, sino filosófica. La realidad del espíritu no puede ser aprehendida con los métodos y procedimientos aplicados por la ciencia experimental al estudio de la realidad física, que se limita al tratamiento cuantitativo de realidades de índole material. Tal tipo de ciencia deja por principio fuera de su campo visual las dimensiones no cuantificables, es decir, no materiales, de la realidad. La ciencia es incompetente, por definición, en todo lo que se refiere al espíritu. Este es una realidad que escapa a las exigencias del objeto y del método de la ciencia experimental. Pero el espíritu es la dimensión esencial del ser humano. Por eso, la aportación de la filosofía a este campo es no solo preciosa, sino indispensable. De ahí la necesidad de cooperación interdisciplinar entre biología y filosofía. En cualquier caso, por fortuna, hace tiempo que la ciencia, adoptando una loable modestia intelectual, ha reconocido no ser la única forma posible de racionalidad, dejando con ello expedito el campo a otras formas de saber, como son la filosofía y la teología.

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      Este libro ha sido escrito con el propósito de dar a conocer y valorar un ámbito del pensamiento antropológico poco conocido, por lo general, en el ámbito de lengua española. Aunque no carece de desarrollos especulativos y valoraciones teóricas, el cometido de este libro no es tanto especular sobre el hombre, sino indicar dimensiones menos conocidas de la naturaleza humana que, relacionadas con datos biológicos relevantes (señalados por biólogos y filósofos del siglo XX), ayudan a comprender mejor que el hombre es una unidad profunda de soma y psique, o, lo que es igual, de cuerpo y alma. De manera que el cuerpo humano no es un cuerpo simplemente animal, sino humano —valga la redundancia—, por lo que en él se manifiestan, aunque de un modo indirecto, como no podía ser otro modo, aspectos característicos de la racionalidad y espiritualidad de su alma. Dado este carácter del libro, el lector encontrará algunas reiteraciones en el pensamiento de los diversos autores y corrientes expuestos. Se ha preferido no suprimirlas, porque su conocimiento es útil para indicar precisamente aquellos aspectos en los que la antropología filosófica de hoy ha alcanzado un acuerdo fundamental en la explicación del ser humano.

      Este trabajo constituye, por otro lado, un intento de reflexión interdisciplinar entre biología (biología teórica, zoología y etología) y filosofía. La interdisciplinariedad, en una época de fragmentación de las ciencias, es el primer paso en la búsqueda de la recomposición de la unidad del saber, que es la aspiración de toda verdadera sabiduría. Solo la sabiduría, como ciencia de las causas últimas, puede concebir un plano general del saber, aunque solo en sus trazos fundamentales, pues la mente humana obviamente es limitada. La pérdida de esta unidad se ha debido fundamentalmente a dos causas: al desarrollo exponencial de las ciencias particulares en áreas muy delimitadas del saber, y también al progresivo abandono de la metafísica, la antigua regina scientiarum, única ciencia capaz de proporcionar una teoría razonada de los géneros supremos de la realidad. Una teoría de los géneros supremos de la realidad no es otra cosa que una teoría de las categorías, que estudia los modos de ser fundamentales de la realidad (la sustancia y los diversos tipos de accidentes). Pues bien, la necesidad de la interdisciplinariedad es especialmente acuciante en el campo de los estudios sobre el hombre, donde una cantidad inmensa de información es cada vez más difícil de resolver en una unidad. Ahora bien, sin unidad no hay comprensión. Comprender algo significa ver simultáneamente, en la unidad de su naturaleza,


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