Bastardos de la modernidad. Alexander Torres
de control, no menos atenta que la del padre de familia sobre todos los de casa y sus bienes” (182). Esta manera de pensar la economía en relación con el gobierno de Estado se manifiesta en paralelo con la aparición dilemática de la población: “el arte de gobernar, hasta la irrupción del conjunto de problemas relativos a la población, no se podía pensar más que a partir del modelo de la familia, a partir de la economía entendida como gestión de la familia” (191).
Como ya se ha indicado, pertenecen al siglo XVIII hitos históricos de gran envergadura como la producción filosófica de la Ilustración dieciochesca, la Revolución Industrial, la Revolución Americana y la Revolución Francesa, fundamentales en la concepción de la modernidad europea y occidental. Y, por supuesto, no se puede desvincular de todo esto las teorías económicas que son la base del capitalismo. Pero también se tiene que incluir el fenómeno del estado nación-moderno que cobra importancia en este siglo. El surgimiento del estado nacional moderno se explica, por un lado, a partir de la aglutinación de territorios y ámbitos políticos anteriormente fragmentados. Por otro lado, la existencia del estado-nación dependerá de la episteme económica que empuja hacia adelante teórica e ideológicamente el modelo moderno del capitalismo. Esto se observa ←30 | 31→a partir de la manifestación de lo que Foucault denomina “biopolítica”, la cual acompaña la evolución del estado nacional moderno en el transcurso del siglo XVII al XIX.
Parte de la gubernamentalidad moderna –es decir, la biopolítica– se encuentra en el modo en que el Estado lidia con la población, unidad que llena el lugar ocupado previamente por la familia. Con este fin utiliza la estadística –un ejemplo del uso frío e impersonal pero eficaz de la razón– que
descubre y muestra poco a poco que la población tiene sus regularidades propias: su número de muertos, su número de enfermedades, sus regularidades de accidentes. La estadística muestra igualmente que la agregación de la población conlleva efectos propios y que dichos fenómenos son irreductibles a los de la familia. Tales efectos serán las grandes epidemias, las expansiones endémicas, la espiral del trabajo y de la riqueza. La estadística muestra igualmente que … la población tiene efectos económicos específicos. La estadística … hace aparecer su especificidad irreductible al marco reducido de la familia … (“La ‘gubernamentalidad’ ” 191)
Otra parte se halla en el liberalismo. En el curso dado por Foucault en el Collège de France entre 1978 y 1979, éste establece que la biopolítica se da entre la relación que emerge entre el ejercicio de gobernar y la economía. Lo que interesa de ese curso es que aborda el lado económico de la relación en términos del liberalismo, aquella doctrina cuyo interés principal es limitar la intervención del Estado a favor de la libertad social y económica. A diferencia de la gubernamentalidad relativa al Estado, “la racionalización liberal parte del postulado de que el gobierno … no podría ser, por sí mismo, su propio fin” (Nacimiento de la biopolítica 360). La concepción de liberalismo empleada por Foucault es en esencia aquélla que caracteriza tendencias ilustradas como la escocesa en que “la economía política liberal [tiene] como objetivo la vida, la población, la riqueza y el poder de la sociedad” (Bidet 172). Sin entrar en la utilización compleja de esta formación política por parte de Foucault, se recordará que esta corriente liberal descansa sobre la idea del progreso en la que el avance tecnológico, la sociedad basada en el intercambio comercial y la democracia van de la mano (Wood, The Pristine Culture of Capitalism 161). Para usar las palabras de Jacques Bidet, en este esquema “la racionalidad política moderna se desarrolla paralelamente a la forma mercado” (182). Y dentro del mismo, en el que la racionalidad política y el mercado forman un nexo al parecer inextricable, es difícil o imposible pensar una sociedad que no esté determinada por el “impulso expansivo del capitalismo” (Wood, The Origin of Capitalism 193).54
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Así que se puede plantear que, en el seno del estado nacional moderno, si bien ha estado “recorrid[o]; desde fines del siglo XVIII por la cuestión del liberalismo” (Nacimiento de la biopolítica 366), éste siempre ha sido interpelado por el “impulso expansivo del capitalismo”, una fuerza que para muchos pensadores termina imponiéndose por sobre todas las cosas. En este esquema, las ideas progresistas de un Herder o un Rousseau quedan subsumidas bajo la lógica del capital.
Repercusiones de la evolución de la idea del progreso
Más allá del movimiento ilustrado y de las revoluciones políticas, la Revolución Industrial desencadenará de manera impactante la expansión global del capitalismo moderno. Como parte del panorama de cambios políticos y epistemológicos que se heredan del siglo XVIII en países como Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Alemania, el capitalismo adherido a la idea del progreso cobra un carácter teleológico. Por supuesto, al persistir las ideas progresistas de la Ilustración en una sociedad transformada por el comercio industrializado y el biopoder ejercido por el Estado, se desarrollan como consecuencia nuevas teorías con respecto a la clase civil afectada por éstos. Marx y Friedrich Engels están entre los primeros. Identifican nuevas condiciones humillantes para el ser humano, encarnado en el proletario. No obstante, Marx cree que con el despliegue de la historia, las sucesivas e inevitables manifestaciones del progreso devendrán en el triunfo del proletariado. Al respecto Josetxo Beriain comenta, centrándose en la figura de Marx, que éste era “un premilenarista, esperando a que el Ángel de la Muerte descienda sobre el podrido mundo capitalista, lleno de injusticia, y así lo expresa en el Manifiesto Comunista” (89). Otras figuras en las que prima la huella epistemológica del progreso son los pensadores positivistas Augusto Comte y Herbert Spencer. Éstos ven en la sociedad industrial, en la división del trabajo y en la ciencia un indicio irrefutable del progreso. En el Discurso sobre el espíritu positivo (1844), por ejemplo, Comte manifiesta que
resulta, y todavía con mayor evidencia, en cuanto al progreso, que, a pesar de vanas pretensiones ontológicas, encuentra hoy, en el conjunto de los estudios científicos, su más indiscutible manifestación. Según su naturaleza absoluta y, por tanto, esencialmente inmóvil, la metafísica y la teología no podrían experimentar, apenas una más que otra, un verdadero progreso, es decir, un avance continuo hacia un fin determinado … (77)
Comte, como Marx, identifica en la “vida industrial” un binomio de dos clases: los empresarios y los operarios (47), mientras que para el segundo son la burguesía ←32 | 33→y el proletariado. Marx reconoce en esta división una clase explotadora y otra explotada, en cambio el fundador del positivismo ve la relación dándose “espontáneamente”, es decir, cada clase está de acuerdo con su posición en la nueva configuración social (109). En Los primeros principios (1862), Spencer se hace eco de Comte al ver el progreso sucediendo en el avance cada vez mayor “de lo homogéneo á lo heterogéneo, en la organización industrial de la sociedad” (305). En esto Beriain identifica “[e];l mayor mito que ha producido la modernidad que surge en Europa, a partir del siglo XVIII”, el cual “se apoya en la convicción de que la ciencia permite a la humanidad hacerse cargo de su destino, como lo habían puesto de manifiesto los primeros sociólogos ‘modernizadores’, Saint Simón, Comte y Spencer” (3). Pese al optimismo investido en la idea del progreso, ya sea desde Hegel, Marx, Comte o Spencer, se reconoce en ésta, en su “avance mecánico hacia la perfección” (Todorov 21), una estructura antagónica a la humanidad que se expresa tanto a nivel colectivo como individual.
América Latina y el progreso
Dada la importancia de la relación tanto entre el Bildungsroman y la modernidad europea como entre éstos y el objeto de estudio principal de esta investigación, era necesario hacer un recorrido por los primeros antes de ocuparse de América Latina. Se introduce aquí a Latinoamérica porque es durante el auge del positivismo en cuanto justificación de la idea del progreso en su versión capitalista en el que comienza a perfilarse claramente en Europa Occidental la desazón ante los cambios radicales producidos por el capitalismo moderno –que llegará a reflejarse en su literatura– y en el que surge en la región latinoamericana una resistencia a la lógica de la modernidad según el desarrollo de países como Inglaterra, Francia,