Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba (edición ilustrada). Rafael Contreras
una impropiedad que se rechaza instintivamente, á que no nos acostumbramos sino á fuerza de uso, y es la imitación servil de objetos que nacieron, no para la simetría, sino para la armonía, y que son por esta razón antiestéticos, impropios de la construcción ó combinación matemática de los duros materiales de que se forman? En el edificio, el ornato menos lógico, quizá el más extravagante, el que ni es flor ni hoja, ni cuerpo imitado, ni línea, ni curva determinada, pero que tiene de todas estas cosas, y que en resumen afecta contenerlas á todas ellas, éste es siempre el más bello ó el más fastuoso. No puede, pues, establecerse que el ornato, al perfeccionarse en el arte árabe y hacerse más geométrico, perdió en ello importancia y belleza, y fuera por esto mismo menos digno de atención que esos extraños floripones y tallos exageradamente robustos del estilo bizantino, que decoran los antiguos monumentos árabes de Europa y Asia.
En el conjunto de la Catedral es preciso ser fatalista como los mahometanos para convenir en la piadosa impresión que puede producir este templo. Un inmenso bosque de pilares rectos, dilatado en simétricos andenes que se pierden reproduciéndose al infinito, siempre bajo la misma forma, despierta en el alma del creyente la inflexible voluntad que lo empuja en la vida, y el hado inexorable que le aguarda en su paraíso. Y en el sueño tranquilo de una existencia impura y llena de esperanzas, nada hay como ese tejido de curvas que se revuelven sobre sí mismas, y aparecen ilusoriamente ondulando como reproducidas en las aguas de un estanque que mueve el viento; nada como el interior de esa mezquita para una conciencia musulmana. Pero esta majestuosa expresión de un culto de recogimiento, que carece de la solemnidad cristiana y de la grandeza pagana, no puede rebajar la significación de otro monumento que se levantó más tarde en la Alhambra para el sensualismo y la voluptuosidad, para la poesía y la gloria. En el primero, el esfuerzo pujante de una religión que alimenta la fe y la creencia en el dominio del universo, y en el segundo, el refinamiento inspirado por la tolerancia que en los pueblos despiertan sus repetidos desastres y sus civiles discordias.
Y mientras estos dos monumentos clásicos se engalanan del lujo que tuvo su cuna en Asia y su perfección en España, hay en Sevilla un alcázar mutilado y otros despojos interesantes, viva imagen y reflejo del arte que manejaron los bereberes, aprendido entre nosotros, llevado cien veces y vuelto á importar en decadencia, fiel intérprete de unos pueblos más groseros é infatigables, que imitaban sin sentimiento ó destruían por vanidad. Las obras árabes de la región sevillana son una demostración de impotencia para perfeccionar el arte; por eso constituyen un género de constante transición ó de inestable permanencia. Lazo que no alcanzó jamás á unir los dos extremos mencionados.
CÓRDOBA
LA GRAN MEZQUITA DE CÓRDOBA
Se empezó á construir el año de 786 por disposición del Kalifa Abd-el-Rhamán[11], el cual falleció un año después de haber empezado la obra. Dícese que se edificó sobre las ruínas de un templo godo, el cual á su vez había sido construído sobre las de otro consagrado á Jano. El pensamiento de aquel monarca fué asentar la independencia de su pueblo, tanto religiosa como política, principiando por evitar que los creyentes hicieran la peregrinación á la Meca, y consiguiendo así que vinieran desde las remotas tierras asiáticas en peregrinación á la suntuosa Djama del poderío occidental. El año 796 estaba ya terminada por el sucesor de Abd-el-Rhamán. Debió costar, según los cálculos hechos por los mismos árabes, unas trescientas mil doblas de oro. Fué la primera en magnificencia, según ellos, pues otras se habían ya construído más pobres en Zaragoza y Toledo, aunque en el principio de la obra no se levantaron más que once naves, y la Capilla del Mihrab sin los espaciosos patios que después se añadieron en tiempo de Abd-el-Rhamán III, bajo la dirección del maestro Said-ben-Ayud, según consta de una inscripción que se halla en ella. En tiempo de El-Haken II se ornamentó la Quibla ó lugar de las oraciones con el mosaico de vidrio y talco; las puertas principales fueron revestidas de la ornamentación exterior, y el arte bizantino dió en sus filigranas cierta semejanza á las de los ornatos griegos de hojas y flores, modificando los abigarrados adornos semibárbaros que se ven en algunos pequeños tragaluces del exterior de sus murallas[12].
Planta de la mezquita de Córdoba.
Parece cierto que en tiempos posteriores se construyeron otras ocho naves, como se observa bien al estudiar su planta, las cuales, ensanchando el lado de Oriente, dejaron el Mihrab fuera del centro, y la puerta principal cerca del eje del edificio. Entonces, según opiniones discutibles, se hizo la Capilla de los Emires, cuyo decorado, uno de los más modernos y elegantes, principia á cambiar de rumbo enriqueciendo y afinando los tallos de sus trazerías, no tanto como en el alcázar de Granada, donde son más delicadas y menos parecidas á las concepciones del estilo bizantino, sino tomando el carácter peculiar del primer desarrollo de la civilización árabe española. Sin duda esta Capilla es lo más moderno del edificio; existe una inmensa distancia entre su estilo y el del santuario, de modo que supone algunos siglos de intervalo entre ambas decoraciones[13].
Cuando San Fernando entró en Córdoba, se bendijo por el obispo Mesa la mezquita, y se levantó en ella un altar provisional, hasta el año 1521 en el que otro obispo D. Alonso Manrique, obtuvo fatalmente permiso del emperador Carlos V, á pesar de las protestas de la población, para levantar en el centro la capilla gótica y algún tanto mudéjar que hoy se ve. Dícese que tres años después el mismo emperador se arrepintió de haber otorgado aquel permiso, y eternamente se protestará del torpe proyecto que hizo levantar esta capilla en medio de aquel fantástico recinto, donde se siente la inspiración del arte musulmán, y se recuerdan con respeto las profundísimas salutaciones que hacían en sus naves dilatadas, los apasionados descendientes de Ismael. La obra de los cristianos, por más rica y fastuosa que se presente, es siempre pálida. El viajero se embriaga á la vista del bosque interminable de columnas y arcos enlazados, que se desvanece como las formas ondulantes creadas por una imaginación calenturienta. El más piadoso cristiano aparta de sus ojos las imágenes más veneradas, y devora con la vista los ejemplares rarísimos de aquel arte mahometano, que se perdió para siempre, persuadido de que va á hallar todavía entre ellos las sombras de los poderosos kalifas, que ayudaron con sus propias manos á edificar la obra de su santo imperio.
La planta cuadrada de esta Djama recuerda también las antiguas construcciones hebráicas, que sirvieron de tipo á los primeros muslines en su celebrada Kaaba. Tiene la clásica pureza de aquéllos, y nada de la influencia romana de Itálica, Mérida ó Narbona, ni vestigios del elemento visigodo que por otras partes principiaba á renacer.
En la restauración y ensanche que experimentó este edificio un siglo después de su fundación, se conservó la planta primitiva, se tapiaron entradas, y se introdujeron los esbeltos tímpanos sobre rectos linteles que recordaban las artes greco-romanas. Llegaron hasta destruir el primitivo alminar para reemplazarlo con otro más bello, y á colocar en él campanas como las de las iglesias godas, para que los almuédanos llamasen á los fieles á sus azalas, costumbre que no siguió mucho tiempo por odio á los usos mozárabes.
La extensión que ocupa es de 642 pies de Norte á Sur y 462 de Oriente á Occidente, cercada de un muro que remata en almenas, y flanqueado de torres con paramentos lisos, que se abren solo á numerosas puertas exteriores y á otras interiores que comunican con el gran patio agobiado de gruesos pilares, y de un robusto alero de repisas, semejantes á los usados en Oriente desde los tiempos egipcios. Repetidos arcos ofrecen por todas partes ejemplos de las más antiguas ojivas de arranques embebidos en sus macizos cuadrados, que se apoyan sobre columnas de diversa decoración, los cuales ostentan la esbeltez de la curvatura, y repitiéndose se cruzan en direcciones opuestas.
Innumerables columnas se enfilan en naves paralelas, cuyos fustes están coronados de capiteles corintios de bárbara cinceladura, obras todas trabajadas para