Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018). Carlos Medina Gallego
se debe comportar en él en correspondencia con sus intereses.
En el contexto de esta reflexión, lo que se pretende con la formulación y la aplicación del concepto de discurso al análisis historiográfico es dar cuenta de que las personas y las organizaciones experimentan el mundo, entablan relaciones entre sí y emprenden sus acciones desde el interior de una matriz categorial que no pueden trascender y que condiciona efectivamente su actividad vital. Así, para el caso de las organizaciones insurgentes, la matriz categorial del marxismo, pero también los discursos resultantes de los Congresos (ELN) imponen marcos que limitan lo que puede experimentarse o el significado que la experiencia puede abarcar; de este modo, influyen, permiten o impiden lo que puede decirse o hacerse (Cabrera, 2001, p. 53). Así, el discurso se constituye en una matriz relacional de supuestos epistemológicos, con capacidad para fijar las reglas de inclusión y exclusión de los hechos reales, establecer las divisiones y demarcaciones de los patrones temporales y espaciales. Igualmente, puede establecer los criterios de demarcación de las relaciones entre lo privado y lo público, la sociedad y el Estado, lo social y lo político, lo reaccionario y lo revolucionario, y, en razón de ello, configurar la conducta de los individuos y los grupos en sus relaciones sociales y políticas.
En el caso de la organización insurgente ELN, el discurso constituye una configuración estructurada de relaciones entre conceptos que están conectados entre sí, en virtud de su pertenencia a una misma red conceptual (fundamentos ideológicos, fundamentos programáticos, historia de la Organización, reglamentos y estatutos). Esto implica, por un lado, que todo concepto solo puede ser descifrado en términos del “lugar” que ocupa en relación con los otros conceptos de la red y, por otro lado, que la activación de un concepto con el fin de dotar de sentido a la realidad o, a la práctica social, moviliza toda la red categorial a la que este pertenece. Por tanto, esta última ha de ser tomada en cuenta como un factor explicativo capital de las relaciones hermenéuticas de los individuos y del grupo frente a su contexto social y, en particular, frente a los cambios de este.
Para Miguel Ángel Cabrera, la aparición y adopción del concepto de discurso en la construcción histórica, ha supuesto, esencialmente, “el establecimiento de una marcada distinción y una nítida separación entre concepto y significado, con la consiguiente adscripción de uno y otro a esferas sociales diferentes”. Esto es, “la distinción y separación, entre, por un lado, las categorías mediante las cuales los individuos perciben y hacen significativa la realidad social y, por otro, los significados y formas de conciencia (interpretaciones, ideas, creencias, sistema de valores) resultantes de esa operación de percepción y dotación de significado” (Cabrera, 2001, p. 54). Desde esta percepción, considera que la nueva historia se basa en una concepción constitutiva o realizativa, en la que el lenguaje no se limita a transmitir el pensamiento o a reflejar los significados del contexto social, sino que participa en la constitución de ambos15, como un patrón de significados que toma parte activa en la constitución de los sujetos de los que habla y de los sujetos que lo encarnan y lo traducen en acción.
Lo que esta investigación está poniendo de manifiesto es que dado que los marcos categoríales de conceptualización de la realidad social tienen una naturaleza específica, los significados que los individuos y las agrupaciones otorgan a los fenómenos sociales no son atributos que estos poseen y que el lenguaje se limita a designar, transmitir o hacer conscientes, sino que son atributos que esos fenómenos sociales adquieren al serles aplicado el correspondiente patrón discursivo de significados. Es decir, los significados no son representaciones o expresiones de sus referentes sociales, sino efectos de la propia mediación discursiva. Lo que un hecho, situación o posición social significa para un agente histórico –y que lo induce a actuar de cierta manera– no es algo que dependa de ese hecho, situación o posición, como si estos poseyeran una especie de ser esencial, sino que depende de la trama categorial mediante la cual, en cada caso, han sido hechos significativos (Cabrera, 2001).
En la construcción de la historia social ligada a las corrientes materialistas, la conciencia se concebía como un reflejo de la realidad y era esta en última instancia la que determinaba la primera; esa conciencia estaba ligada a una posición social que era igualmente determinada por esa realidad. Los historiadores postsociales han dejado de concebir la conciencia como una expresión (del tipo que sea) de la posición social, pues consideran que la conciencia no brota de un acto de la toma de conciencia o del discernimiento experiencial de los significados de dicha posición social, sino por el contrario, de una operación de construcción significativa de la conciencia misma (Cabrera, 2001).
Con el advenimiento de la nueva historia16, los significados han perdido su antigua condición de expresiones subjetivas y se han convertido en conjuntos de relaciones históricamente cambiantes que están contingentemente estabilizados en un punto del devenir histórico. Si los significados no son representaciones de los objetos sociales con atributos que pueden ser categorizados conceptualmente, entonces los propios objetos sociales emergen de la mediación discursiva a través de un proceso de diferenciación de otros objetos.
Para este enfoque, un actor político como el ELN, en tanto fenómeno real, solo deviene sujeto una vez que ha sido dotado de significado dentro de un cierto régimen discursivo que define el significado que han adquirido en un contexto de significación más amplio que logra diferenciarlo17.
Se produce desde esta perspectiva un distanciamiento de la noción de subjetividad, como la depositaria del cúmulo de significados, discursivamente forjados, con que los individuos dotan al mundo social y su lugar en él, y en particular, de las formas de identidad propia de un determinado imaginario social. Igualmente, se señala que la noción de ideología como falsa conciencia, tendría que ser erradicada de la investigación histórica, pues implica la existencia de un ser social que, aunque puede estar velado o activarse solo simbólicamente, es discernible en última instancia y tiene la capacidad de encarnarse en conciencia y de proyectarse en acción18.
En la nueva historia el dualismo realidad-conciencia ha sido reemplazado por la tríada realidad-discurso-conciencia (Cabrera, 2001). En esta concepción, el propósito de la investigación histórica ha pasado de ser el de determinar el grado de adecuación entre ambas instancias, a ser el de desentrañar el proceso de mediación categorial en virtud del cual una ha dado lugar a la otra. Si la acción no es un efecto estructural, sino un efecto del despliegue práctico del discurso, entonces la eficacia práctica de las acciones no tiene una base teórica, sino más bien retórica, en el sentido de que no responde a la mayor o menor correspondencia entre conciencia y realidad, sino del grado de implantación y de vigencia histórica del régimen discursivo subyacente.
Una primera aproximación, en un contexto explicativo guiado por este enfoque a la pregunta de por qué las organizaciones armadas se comportan como se comportan, apuntaría a señalar que en toda situación histórica existe una matriz categorial o patrón establecido de significados de naturaleza específica, al que se denomina discurso o metanarrativa, que es mediante el cual los individuos y las organizaciones de las que hacen parte entran en relación significativa con sus condiciones de existencia y mediante el cual organizan y confieren sentido a su práctica. Dicha matriz o patrón, contribuye activamente con su mediación a la constitución de los significados que se otorgan al contexto y a las posiciones sociales, así como de las correspondientes formas de conciencia y de identidad, y opera como marco causal de las acciones y, en consecuencia, de las relaciones e instituciones sociales a las que están dando vida (Cabrera, 2001).
En el desarrollo de este trabajo se ha hecho necesario prestar atención a los discursos y a las categorías en cuyo seno se forma la práctica revolucionaria. Es mediante dichas categorías como los individuos y las organizaciones de las que hacen parte elaboran el diagnóstico de su situación, se clasifican a sí mismos como sujetos y confeccionan el programa de alternativas mediante el cual resuelven la crisis revolucionaria e implantan un nuevo orden político, legal e institucional. Este ejercicio lo hemos hecho prestando especial atención a la manera como el discurso media y transforma el comportamiento en el ámbito de lo social y lo político en las dinámicas propias del conflicto.
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