La magia de pensar en grande. David J. Schwartz
una operación consistente en aplicar una válvula de plástico a su corazón.
El rumor sordo podría continuar –según me dijo– durante varios meses hasta que creciesen nuevos tejidos sobre la válvula artificial. Le pregunté qué se proponía hacer.
-“¡Oh! –repuso–. Tengo planes en grande. Voy a estudiar leyes cuando regrese a Minnesota. Espero algún día trabajar para el gobierno. Los doctores me dicen que debo tomarlo con paciencia durante unos meses, pero después voy a quedar como nuevo”.
Aquí tienen ustedes dos caminos para hacer frente a los problemas de la salud. El primer sujeto, sin estar siquiera seguro de que hubiese en él alguna falla orgánica, se encontraba preocupado, deprimido, en el camino de la derrota, deseoso de que alguien secundase su indicación de que no podía seguir adelante. El segundo individuo, después de soportar una de las operaciones más difíciles, se sentía optimista, ansioso de hacer alguna cosa. ¡La diferencia entre los dos, consiste en cómo pensó cada uno en cuanto a la salud!
He tenido varias experiencias directas con la “excusitis” de salud. Soy diabético. Apenas descubrí que padecía este achaque (unas 5.000 inyecciones hace tiempo) me advirtieron: “La diabetes es una condición física, pero sus perjuicios mayores resultan de una actitud negativa hacia ella. Preocúpese al respecto y podrá verse en un apuro serio”.
Naturalmente, a raíz del descubrimiento de mi propia diabetes, he tenido oportunidad de saber de otros muchos diabéticos. Me permito hablarles a ustedes de dos extremos. Un sujeto que padece un caso leve pertenece a esa fraternidad de la muerte en vida. Obsesionado con el miedo al tiempo, se le ve por lo regular ridículamente arropado. Le invade el temor a una infección y así evita a cualquiera que emita el más ligero resuello. Le amedrenta el esfuerzo excesivo, en consecuencia no hace casi nada. Gasta la mayor parte de su energía mental conjeturando acerca de lo que puede ocurrir. Atosiga a los demás contándoles “cuán pavoroso” es su problema. Su padecimiento real no es la diabetes. Más bien es una víctima de la “excusitis” de salud. Tiene piedad de sí mismo por el hecho de ser un inválido.
El otro extremo es el de un gerente de división de una gran compañía publicitaria. Su caso es severo: toma cerca de treinta veces más insulina que el sujeto mencionado anteriormente, pero no vive para estar enfermo. Vive para gozar en su trabajo y sentirse divertido. Un día me dijo: “De seguro que es una inconveniencia, pero así se minimiza el mal. Por qué habría de pensar en limitarme a mí mismo. Cuando me inyecto el remedio, no dejo de elogiar a los tipos que descubrieron la insulina”.
Un buen amigo mío, ampliamente conocido como educador de la secundaria, regresó de Europa sin un brazo. A pesar de este obstáculo, John sonríe constantemente y siempre ayuda a los demás. Es casi tan optimista como el que más lo es de la gente que yo conozco. Un día, él y yo sostuvimos una larga conversación acerca de su defecto.
“Es exactamente un brazo –dijo–. Seguro que son mejor dos que uno. Pero se limitaron a cortarme el brazo. Mi espíritu se encuentra cien por ciento intacto. Estoy muy agradecido por ello”.
Otro amigo amputado es un excelente jugador de golf. Un día le pregunté cómo le era posible desarrollar tal estilo casi perfecto con un solo brazo. Mencioné que muchos jugadores de golf con los dos brazos no podían hacerlo tan bien. Él me dijo: “Mi experiencia es que con la actitud correcta y un solo brazo le ganarán a la actitud incorrecta y a los dos brazos a la vez”. La actitud correcta y un solo brazo le ganarán a la actitud incorrecta y a los dos brazos a la vez. Piénselo durante un rato. Contiene la verdad no sólo en lo que concierne al golf sino a cualquier faceta de la vida.
Cuatro cosas que usted puede hacer para vencer
la “excusitis” de salud
La mejor vacuna contra la “excusitis” de salud son estas cuatro dosis:
1 Rehusar conversaciones respecto a la salud. Cuanto más hable de un achaque, inclusive de un resfriado común, parece que es peor lo que se consigue. Hablar de la mala salud se asemeja a fertilizar las semillas. Además, hacerlo es una mala costumbre. Aburre a la gente. Le hace aparecer a uno centrado en sí mismo. La gente que piensa en el éxito desecha esta tendencia natural a hablar de su “mala” salud. Uno puede (y permítanme enfatizar la palabra puede) merecer una pequeña simpatía, pero no respeto y lealtad, siendo un quejumbroso crónico.
2 Rehúse preocuparse acerca de su salud. El doctor Walter Álvarez, consultor emérito de la famosa Clínica Mayo, escribió: “Siempre rogué a los preocupados que ejercitasen el control de sí mismos. Por ejemplo, cuando vi a ese hombre (un sujeto que estaba convencido de que tenía la vesícula biliar enferma aunque ocho exámenes por separado de rayos X demostraron que el órgano estaba perfectamente normal) le supliqué que se liberase del temor obteniendo unos rayos X de su vesícula. He rogado a centenares de hombres enfermos del corazón, que se liberasen haciéndose tomar sus electrocardiogramas”.
3 Sentirse genuinamente agradecido porque su salud es tan buena como es. Hay un viejo aforismo valioso, que se repite muy a menudo: “Me siento disgustado conmigo mismo porque he destrozado zapatos hasta que di con un hombre que no tenía pies”. En lugar de quejarse acerca de “no me siento bien”, es mucho mejor estar contento porque es tan saludable como es. Precisamente estar agradecido por la salud que usted tiene, es una poderosa vacuna contra el desarrollo de nuevos dolores, molestias y enfermedades reales.
4 Recuérdese a sí mismo a menudo que: “Es mejor gastar que enmohecerse”. La vida es de usted, para gozarla. No la derroche.
2. Sin embargo usted tiene capacidad para el éxito. La “excusitis” de inteligencia o “Yo carezco de cerebro” es común. De hecho, es tan común que quizá tanto como el 95 por ciento de la gente que nos rodea la padece en distintos grados. A diferencia de la mayor parte de tipos de “excusitis”, la gente afectada por este tipo particular de la enfermedad, sufre en silencio. No son muchos los que admiten abiertamente que piensan carecer de la inteligencia adecuada. Más bien lo sienten en lo más profundo de su fuero interno.
La mayoría de nosotros incurre en errores básicos respecto a la inteligencia:
1 Subestimamos nuestro propio poder cerebral.
2 Sobreestimamos el poder cerebral de los demás.A causa de estos errores, son muchos los que se venden barato. Fracasan en cuanto a afrontar situaciones riesgosas porque ello “requiere de inteligencia”. Pero a la larga, quien surge es el sujeto a quien no le inquieta la inteligencia y obtiene el empleo.Lo que realmente importa no es cuánta inteligencia tiene usted sino cómo emplea la que tiene. El pensamiento que guía su inteligencia es mucho más importante que la cantidad de su poder cerebral. Permítame repetir, porque ello es de vital importancia: el pensamiento que guía su inteligencia es mucho más importante que cuánta inteligencia pueda usted tener.Contestando a la pregunta: “¿Debería su hijo ser un sabio?”, el doctor Edward Teller, uno de los más eminentes físicos de la nación, dijo: “Un niño no necesita tener una mente veloz como el relámpago, para ser un hombre de ciencia, ni tener una memoria milagrosa, ni es preciso que obtenga los más altos grados en la escuela. Lo único que cuenta es que el pequeño posea un alto grado de interés por la ciencia”. ¡Interés, entusiasmo, son los factores críticos, inclusive en la ciencia!Con una actitud positiva, optimista y de colaboración, una persona con un equivalente intelectual ganará más dinero, merecerá más respeto, y realizará mayores progresos que un individuo negativo, pesimista, no cooperador con un equivalente intelectual. Un sentido lo bastante ponderado para persistir en algo que hacer, como una tarea, un proyecto hasta que haya finalizado, tiene mucho mejor remuneración que la loca inteligencia, aun cuando esta loca inteligencia, sea del calibre del genio.Porque la persistencia es en un noventa y cinco por ciento habilidad.En una fiesta de despedida celebrada el último año me encontré con un amigo de colegio al que no había visto desde hacía diez años. Check fue un magnífico estudiante, graduado con honores. Su meta cuando yo dejé de verle era contar con su negocio propio en el oeste de Nebraska. Pregunté a Check qué clase de negocio estableció finalmente. “Bueno –confesó–, no me adentré en el negocio por mí mismo. No habría dicho esto a nadie hace cinco años ni siquiera un año