Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
ser víctima de un pariente próximo a quien creéis vuestro heredero, porque ignoráis que antes de contraer matrimonio en Inglaterra estaba ya casada en Francia. Pero la tercera vez que es ésta, podéis sucumbir a ella. Vuestro pariente ha partido de La Rochelle para Inglaterra durante la noche. Vigilad su llegada, porque tiene grandes y terribles proyectos. Si queréis saber absolutamente de lo que es capaz, leed su pasado en su hombro izquierdo.
»
-¡Bien! A las mil maravillas - dijo Athos-, y tenéis pluma de secretario de Estado, mi querido Aramis. Ahora lord de Winter estará ojo avizor, si el aviso le llega; y aunque caiga en manos de Su Eminencia misma, no podríamos quedar comprometidos. Mas como el criado que partirá podría hacernos creer que ha estado en Londres y detenerse en Chátellerault, démosle sólo con la carta la mitad de la suma, prometiéndole la otra mitad a cambio de la respuesta. ¿Tenéis el diamante? - continuó Athos.
-Tengo algo mejor que eso, tengo el dinero.
Y D’Artagnan arrojó la bolsa sobre la mesa: al sonido del oro, Aramis alzó los ojos. Porthos se estremeció; en cuanto a Athos, permaneció impasible.
-¿Cuánto hay en esa pequeña bolsa? - dijo.
-Siete mil libras en luises de doce francos.
-¡Siete mil libras! - exclamó Porthos-. ¿Ese mal diamantucho valía siete mil libras?
-Eso parece - dijo Athos-, porque aquí están; no creo que nuestro amigo D’Artagnan haya puesto de lo suyo.
-Pero señores - dijo D’Artagnan-, en todo esto no pensamos en la reina. Cuidemos algo la salud de su querido Buckingham. Es lo menos que le debemos.
-Es justo - dijo Athos-, pero eso concierne a Aramis.
-¡Bien! - respondió éste ruborizándose-. ¿Qué tengo que hacer?
-Es muy sencillo - replicó Athos-, redactar una segunda carta para esa persona hábil que vive en Tours.
Aramis volvió a tomar la pluma, se puso a reflexionar de nuevo y escribió las siguientes líneas, que sometió al instante mismo a la aprobación de sus amigos:
«Mi querida prima… »
-Vaya - dijo Athos-, ¿esa persona hábil es pariente vuestra?
-Prima hermana - dijo Aramis.
-¡Vaya entonces por prima!
Aramis continuó:
«Mi querida prima, Su Eminencia el cardenal, a quien Dios conserve para felicidad de Francia y confusión de los enemigos del reino, está a punto de acabar con los rebeldes heréticos de La Rochelle: es probable que el socorro de la flota inglesa no llegue siquiera a la vista de la plaza; me atrevería a decir incluso que estoy seguro de que el señor de Buckingham se verá impedido de partir por algún gran acontecimiento. Su Eminencia es el politico más ilustre de los tiempos pasados, del tiempo presente y probablemente de los tiempos futuros. Apagaría el sol si el sol le molestara. Dad estas felices nuevas a vuestra hermana, querida prima. He soñado que ese maldito inglés era matado. No puedo recordar si lo era por el hierro o por el veneno; sólo estoy segura de que he soñado que era matado, y, ya lo sabéis, mis sueños no me engañan jamás. Estad segura, por tanto, de que pronto me veréis volver.»
-¡De maravilla! - exclamó Athos-. Sois el rey de los poetas; mi querido Aramis, habláis como el Apocalipsis y sois verdadero como el Evangelio. Ahora no os queda mas que poner las señas en esa carta.
-Es muy fácil - dijo Aramis.
Y plegó coquetamente la carta, la volvió y escribió:
«A mademoiselle Marie Michon, costurera de Tours.
» Los tres amigos se miraron riendo: estaban prendados.
-Ahora - dijo Aramis - comprenderéis, señores, que sólo Bazin puede llevar esta carta a Tours; mi prima sólo conoce a Bazin y no tiene confianza más que en él: cualquier otro haría fracasar el asunto. Además, Bazin es ambicioso y sabio; Bazin ha leído la historia, señores, sabe que Sixto V se convirtió en Papa tras haber guardado puercos. Pues bien, como cuenta con entrar en la iglesia al tiempo que yo, no desespera convertirse él también en Papa o al menos en cardenal: comprenderéis que un hombre que tiene semejantes miras no se dejará prender o, si es prendido, sufrirá el martirio antes que hablar.
-Bien, bien - dijo D’Artagnan-, os concedo de buena gana a Bazin; pero concededme a mí a Planchet: Milady lo hizo poner en la calle cierto día a fuerza de bastonazos; ahora bien, Planchet tiene buena memoria y, os respondo de ello, si puede suponer una venganza posible, antes se dejará romper la crisma que renunciar a ella. Si vuestros asuntos en Tours son vuestros asuntos, Aramis, los de Londres son los míos. Ruego por tanto que se escoja a Planchet, quien además ya ha estado en Londres conmigo y sabe decir muy correctamente: London, sir, if you please y my master lord D’Artagnan; con esto, estad traquilos, hará su camino de ida y vuelta.
-En ese caso - dijo Athos-, es preciso que Planchet reciba setecientas libras para ir y setecientas libras para volver, y Bazin, trescientas libras para ir y trescientas para volver; esto reducirá la suma a cinco mil libras; nosotros cogeremos mil libras cada uno para emplearlas como bien nos parezca, y dejaremos un fondo de mil libras que guardará el abate para los casos extraordinarios o para las necesidades comunes. ¿Estáis de acuerdo?
-Mi querido Athos - dijo Aramis-, habláis como Néstor, que era, como todos sabemos, el más sabio de los griegos.
-Pues bien, todo resuelto - prosiguió Athos : Planchet y Bazin partirán; en última instancia, no me molesta conservar a Grimaud; está acostumbrado a mis modales, y me quedo con él, el día de ayer ha debido baldarle, y ese viaje lo perdería.
Se hizo venir a Planchet y se le dieron las instrucciones; ya había sido prevenido por D’Artagnan, que de primeras le había anunciado la gloria, luego el dinero, después el peligro.
-Llevaré la carta en la bocamanga de mi traje - dijo Planchet-, y la tragaré si me prenden.
-Pero entonces no podrás hacer el encargo - dijo D’Artagnan.
-Esta noche me daréis una copia, que mañana sabré de memoria.
-¡Y bien! ¿Qué os había dicho?
-Ahora - continuó dirigiéndose a Planchet - tienes ocho días para llegar junto a lord de Winter, tienes otros ocho para volver aquí; en total, dieciséis días; si al dieciseisavo día de tu partida, a las ocho de la tarde, no has llegado, nada de dinero, aunque sean las ocho y cinco minutos.
-Entonces, señor - dijo Planchet-, compradme un reloj.
-Toma éste - dijo Athos, dándole el suyo con una generosidad despreocupada - y sé un valiente muchacho. Piensa que si hablas, te vas de la lengua y callejeas haces cortar el cuello a tu amo, que tiene tanta confianza en tu fidelidad que nos ha respondido de ti. Pero piensa también que si por tu culpa le ocurre alguna desgracia a D’Artagnan, te encontraré donde sea y será para abrirte el vientre.
-¡Oh señor! - dijo Planchet, humillado por la sospecha y asustado sobre todo por el aire tranquilo del mosquetero.
-Y yo - dijo Porthos haciendo girar sus grandes ojos-, piensa que te desuello vivo.
-¡Ay, señor!
-Y yo - continuó Aramis con su voz dulce y melodiosa-, piensa que te quemo a fuego lento como un salvaje.
-¡Ah, señor!
Y Planchet se puso a llorar; no nos atreveríamos a decir si fue de terror, debido a las amenanzas que le hacían o de ternura al ver a los cuatro amigos tan estrechamente unidos.
D’Artagnan le cogió la mano y lo abrazó.
-¿Ves, Planchet? - le dijo-. Estos señores lo dicen todo eso por ternura hacia mí, pero en el fondo lo quieren.
-¡Ay, señor! - dijo Planchet-. O triunfo o me cortan en cuatro; aunque me descuarticen, estad convencido de que ni un solo trozo hablará.
Quedó