Antes de que hable el volcán. Oscar Melhado

Antes de que hable el volcán - Oscar Melhado


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el que recogía mis impresiones en diferentes dominios de la historia del país. Motivo por el cual me acerqué más a Chisdavindro con el que discutíamos intensamente sobre Escolástico Andrino y la importancia a finales del siglo xix de las bandas municipales que tocaban en los quioscos de los pueblos los domingos por la tarde.

      Licón, había sido seminarista, pero cercano a su ordenación se había enamorado y había descubierto que su vocación no estaba en los hábitos y que su culto a los santos podría ser trocado por un amor a las mujeres. Posteriormente se había dedicado a escribir poesía y ensayos. En una revista que él dirigía, se dedicaba a dibujar mujeres a las que ornamentaba con vida marina en su interior y las acompañaba con poemas de manifiesta sensualidad. Con Licón además de conversaciones de literatura, compartíamos una profunda apreciación por la naturaleza y nos dedicamos a viajar por diferentes sitios del país y descubrir lo exuberante de la naturaleza tropical.

      Canuto, lo mismo que yo, había regresado recientemente al país. Convencido de que tenía algunas claves para cambiarlo desde su posición de economista. Había regresado idealista, y al mismo tiempo, con una actitud de profundo desprecio a lo rudo, primitivo, y vulgar de Sivarnia.

      Mis amigos eran posiblemente los encontrados tripulantes de la nave de Ulises, desafiando cantos de sirenas y cíclopes, pero con la sensación de que han pasado incontables años a la deriva y en una expectativa mística esperando que la emanación de lava de un volcán llegara sin anunciarse y acabara con todo.

      IV.

      Canuto: Bloomsbury en Santa Tecla

      Canuto estudió economía, inspirado, según él, por algunos de sus antepasados que siguieron dicha disciplina. Cinco años encerrados en una de las universidades de Washington estudiando modelos matemáticos, ofertas y demandas y problemas financieros, le valieron los méritos para obtener el título de doctor en Economía.

      Desde los primeros años de estudio, Canuto, sospechaba de la rigurosidad de lo que estudiaba, pero desertar de lo ya comenzado no era su opción, así que sin el convencimiento de lo que hacía, continuó y culminó sus estudios de posgrado. En su último año, aplicó para una posición en un organismo financiero internacional. Después de sobrevivir una fuerte competencia en entrevistas de trabajo, una llamada que al principio pensó que era broma le anunciaba una oferta de trabajo con salarios que no imaginaba que existieran.

      Los Estados Unidos, ese gran país nacido, como toda América, del genocidio de los habitantes amerindios. Al no haber el oro o la plata de Tenochtitlán o de Cuzco, las diferentes olas de migrantes anglosajones no tuvieron otra alternativa que el trabajo fuerte. Crearon instituciones basadas en el trabajo asiduo y productivo de la tierra y no en la extracción de recursos.

      Así como Europa tuvo el epicentro de la actividad intelectual y cultural en el renacimiento florentino, los Estados Unidos se beneficiaron de un grupo de pensadores y hombres de acción para la creación de un gran país. Un periodo de lucidez histórica fue la recuperación de la gran recesión en el periodo de Franklin Delano Roosevelt y su política de crear una gran clase media que prevaleciera sobre los grandes intereses económicos. Esa perspectiva permitió el desarrollo de riquezas y bienestar de la posguerra. Una sociedad fundamentada en la productividad y en las fuertes relaciones familiares y de vecindario. Aún con lo positivo había taras manifiestas como la discriminación, primero a la población de origen africano, después, a las sucesivas olas de migrantes que llegaban, y posteriormente, a los hispanos y asiáticos. Los intelectuales y grandes pensadores existen, pero no son visibles. Están perdidos en un océano de gente que ve televisión y ama la comida rápida.

      Canuto logró entrar en el programa de profesionales jóvenes y fue asignado a trabajar con los países asiáticos. Después del efímero entusiasmo de entrada, se dio cuenta de que la profesión que había elegido era digna de uno de los personajes de Kafka en El Castillo o El Proceso. Juzgó que estaba en un sitio equivocado cuando conoció a su jefe y se familiarizó con el ambiente imperante. El ambiente de personajes que orbitaban toda su vida alrededor de una promoción era intolerable. Los burócratas aburridos sin más conversación que los detalles de trabajo le fortalecieron la convicción de que su destino era lejos del ámbito de corbatas y trajes oscuros.

      Canuto se cuestionaba en las tardes llenas de tedio y de procesos burocráticos interminables de preparación de documentos. ¿Cómo era posible que la mayoría o la totalidad de los mejores economistas de mi tierra estuvieran trabajando allí y no en el país, tratando de sacarlo adelante? Recordaba los tiempos de universidad, cuando se acercaba la finalización de los estudios, todos los estudiantes de los países grandes y en crecimiento no dudaban en regresar. Eran extraños los casos de brasileños, mexicanos, chilenos o colombianos que tuvieran como proyecto quedarse en las tierras del norte. Sin embargo, los pocos centroamericanos y los de otros países latinoamericanos llenos de problemas, sufrían la angustia de buscar trabajo y no regresar. Este organismo era el caso típico. La mayoría de los economistas oriundos de Sivarnia laboraban allí. Este era el síntoma claro que la patria no les dio las oportunidades ni espacios y que prefirieron la seguridad laboral y financiera de la burocracia internacional a la zozobra del ambiente del país minado de envidias y débiles remuneraciones.

      Canuto tenía la convicción nacida de un profundo desprecio que él no pertenecía a dicho mundo ni llegaría a identificarse con él. Un largo y tedioso año le bastaron para que desarrollara un profundo desprecio a sus congéneres. Juzgaba, por ejemplo, el caso de Enrico, totalmente patético. Un economista italiano que había trabajado más de treinta años en la burocracia y hasta el último minuto resistió a que lo retiraran. Solamente por presiones de sus superiores fue separado del trabajo. Lo patético era que Enrico, después de su retiro, continuaba llegando al edificio como si permaneciera trabajando, vestido de saco y corbata. Deambulaba por los pasillos y comía en la cafetería como parte de una rutina que jamás cambiaría.

      O el caso de Philip, un estadounidense que vivió su infancia en los barrios obreros de Detroit y que llevaba las marcas de discriminación recibida en una turbulenta niñez, no era menos patético. Con admirable esfuerzo se forjó una buena educación y posteriormente entró a la burocracia. Ya dentro, como muchos otros, consideró que esa era la vida y que el objetivo principal era ser promovido. Dicho principio estaba arriba sobre la familia y sobre cualquier otro valor. Esa era su eje de órbita y su ambición principal. Su esposa sufría de una enfermedad congénita y necesitaba estar cercana a hospitales del primer mundo. Philip, como un acérrimo ortodoxo de la institución, tuvo la oportunidad de una promoción en un país recóndito alejado de los servicios básicos de salud y a pesar de la necesidad de la esposa, se desplazó a la posición para recibir la promoción. En su nueva posición, la salud de la esposa se deterioró considerablemente. Afortunadamente, no hubo consecuencias funestas, pero estaban claras las prioridades tan distorsionadas de vida: una promoción más importante que la vida de su cónyuge. Canuto razonaba: esto jamás podría ser mi sistema de valores.

      Otro ejemplo del patético zoológico en los edificios de oficinas iguales era el economista latinoamericano, Libardo. Este era un caso común en muchos ámbitos, no solo en la burocracia: el típico caso del camaleón de pensamiento. En un continuo aferramiento de ideologías dependiendo de dónde estuviera. A Libardo lo había conocido, anteriormente, en la universidad del país, en ese entonces Libardo consideraba que la verdad revelada en la economía venía de los libros de Karl Marx, atacando con vehemencia los organismos internacionales. Pasados algunos años, Libardo aplicó y logró entrar con mérito propio a un organismo financiero internacional y desde que puso un pie en el edificio, era el más acérrimo convencido de la ortodoxia de su institución, recetando fórmulas leídas en reportes repetitivos.

      La decepción de Canuto fue descubrir que aun los estratos que podrían parecer los más sofisticados, solo estaban concentrados en sus intereses profesionales sin un afán holístico de comprender lo que sucede a los alrededores. No saber que Mali se encuentra en el continente africano o que T. S. Eliot fue uno de los grandes poetas del siglo xx que bautizó su tiempo como «Tierra baldía», era sintomático del conglomerado.

      Consideraba que el trabajo, en esta


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