José Kentenich, una vida al pie del volcán. Dorothea Schlickmann
el reglamento de la casa, las normas internas, incluso lo relativo a los castigos físicos. Le está vedado por el estatuto de los docentes. Pero en cuanto a los castigos físicos, él no cederá y se dirigirá al Padre Provincial.
En cuanto a lo demás, ¿qué tal si ayudase a los muchachos a aceptar con libertad interior el estatuto de la casa y sus reglamentaciones, aprovechándolo como campo de entrenamiento para la autoeducación? “Dificultades son tareas”. Tareas cuyo cumplimiento nos fortalece. Él mismo lo había experimentado. Si lograse concentrarlos en el desarrollo del hombre interior, entonces realmente estarían libres y no determinados por la mentalidad y carácter del entorno. Había que encauzar su atención hacia el “microcosmos” de la propia personalidad. El P. Kentenich halla una palabra certera: microcosmos. Todo ser humano es en sí mismo un cosmos. En las próximas semanas intentará abrirles a los muchachos ese cosmos y todas sus riquezas; en primer lugar el valor objetivo que ellos tienen en cuanto seres humanos, y luego el valor subjetivo que revisten en cuanto personas.
Mediante el desarrollo de las fuerzas internas podríamos fortalecernos para enfrentar una época de enorme progreso en el campo tecnológico pero de creciente pérdida de capacidades espirituales. La conquista del mundo interior y el dominio de las propias pulsiones - anota en el borrador de su conferencia -, debían marchar a la par con las conquistas de la tecnología y la ciencia.
Recientemente había leído en un diario un artículo que trataba sobre el tema, citando declaraciones de un político italiano. ¿Dónde había quedado? El P. Kentenich busca el diario entre el montón de libros revistas y papeles. Ahí está. El artículo dice que poco tiempo atrás ese político “consideraba que el peligro más grande de los últimos tiempos era que pueblos aún no plenamente civilizados pasaban a disponer cada vez más de medios técnicos de la civilización moderna sin que se les hubiese transmitido también la cultura intelectual y moral necesaria para que hicieran un correcto uso de ellos”.
El director espiritual continúa escribiendo: “Me gustaría devolver la pelota preguntando lo siguiente: ¿Tenemos nosotros la madurez y capacidad necesarias para hacer un uso correcto de los enormes progresos que la modernidad trajo consigo en todas las áreas? ¿O nuestro tiempo se ha hecho más bien esclavo de sus conquistas? Sí; el dominio sobre los dones y fuerzas de la naturaleza no ha ido de la mano del sometimiento de las fuerzas elementales y animales de nuestra naturaleza humana. Esa gigantesca grieta se hace cada vez más grande… Si no promovemos un cambio, y si no lo hacemos pronto y con energía, nos enfrentaremos al fantasma de la cuestión social, de la bancarrota social. Porque en lugar de dominar nuestras conquistas nos estamos haciendo sus esclavos; y también esclavos de nuestras propias pasiones”.
Sobre el tema había leído también textos de Förster. Se dirige rápidamente al estante de sus libros y toma “La instrucción de la juventud” de Förster. Incorpora a su conferencia el pasaje buscado.
Prosigue escribiendo en su pupitre sin levantar la pluma. Afuera ya es de noche. El viento sopla con fuerza arrastrando las hojas secas por calles y jardines. El P. Kentenich mira con ensimismamiento por la ventana: “Sí; las tormentas de otoño no sólo sacuden la naturaleza sino también el Seminario”. ¿Logrará apaciguar la tormenta que arrecia en los corazones de los jóvenes o, mejor dicho, encauzar la energía de esa tormenta?
La aurora de una nueva vida
La primera conferencia fue bien recibida por los estudiantes. Quedaron impresionados; no habían contado con algo así. Con sus primeras palabras ya comenzaron a reírse a carcajadas. Luego vinieron muchas cosas sobre las cuales valía la pena reflexionar. A Norberto Theile le había llamado la atención la frecuencia con que el nuevo director espiritual había empleado los pronombres “nosotros” y “nos”. Nunca dijo “ustedes tienen que…”, “ustedes deben…” ni términos similares. Al cabo de todo lo que habían vivido en el internado, aquello había sido muy franco y liberador. “Vamos a ver”, se dijo con un asomo de duda, “si el nuevo director espiritual se mantiene así…”
Luego de la primera conferencia, pronunciada del 27 de octubre de 1912, el P. Kentenich pronunció otras dos: una sobre la importancia de la Sma. Virgen en la historia, y otra sobre un tema que le era igualmente valioso: el ideal de la santidad moderna. El 1 de noviembre, fiesta de Todos los santos, se prestaba para ello. En primer lugar procuró liberar a los jóvenes de falsas representaciones de la santidad, y luego hacerles tomar conciencia de que ese ideal mantenía su vigencia en la actualidad. Comenzó su reflexión diciendo: “Hoy, fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos presenta una galería de grandes personalidades: los santos”, y concluyó con la afirmación de que lo santos “no son más que la buena voluntad de los hombres canonizada”. Ellos fueron personas totalmente normales, con fortalezas y debilidades, con dificultades y luchas. Tuvieron que vencer las mismas dificultades “que nosotros”, y por eso podrían ser perfectamente un modelo para nuestra propia vida.
El director espiritual evitó hablar desde un enfoque demasiado religioso, concentrándose en primer lugar en argumentos éticos y sociales. En la primera conferencia les había hablado de la necesidad de esforzarse por llegar a ser una persona cristianamente creíble. Y había fundamentado esa necesidad en el hecho de que los jóvenes, en el futuro, ya sacerdotes, ejercerían influencia sobre otras personas. Tal influencia sería posible “gracias a la fuerza y riqueza interiores de su personalidad”. ¡Credibilidad! José Kentenich recordaba sus propias experiencias y decepciones…
En el tiempo sucesivo no había que ahorrar esfuerzos. El nuevo director espiritual encargó más libros: historias de estudiantes, de Ricardo P. Garrold, muy nuevas y actuales, con interesantes relatos sobre adolescentes que en el hogar, en la escuela o en el internado, tenían que luchar con todo tipo de dificultades. Con sus alumnos leía “Los dos Merks”, un libro sobre dos adolescentes cuyo padre, luego de ser abandonado por su mujer, cae en el alcoholismo y da palizas a sus hijos. Éstos finalmente huyen del hogar sufriendo la orfandad. En la escuela tienen problemas al punto de que los docentes deciden que se les aplique un castigo físico, pero finalmente un joven profesor los defiende. Para los muchachos esas historias eran como un espejo donde veían reflejadas sus propias dificultades. Así se fue abriendo el camino para conversar francamente sobre ellas.
Desde el principio el director espiritual los integró a los propios procesos pedagógicos como si tuviera que tratar con adultos, con futuros docentes y educadores y no con adolescentes. Los invitaba a reflexionar sobre el propio desarrollo personal. En este proceso procuraba aprovechar para la autoeducación y la dirección espiritual conocimientos más profundos de psicología. Todo eso les hizo ver claramente a los estudiantes con qué respeto los trataba el director espiritual y cuánto confiaba en ellos.
El P. Kentenich ilustraba sus conferencias con ejemplos tomados de las más diversas áreas, por lo que sus conferencias no eran aburridas ni áridas. Leía junto con los estudiantes las historias de Elena Keller, María Heurtin y Laura Bridgman. Había que convencer en profundidad a los muchachos del valor y dignidad del ser humano. Por ese camino los motivaba no sólo a la autoeducación sino que les explicaba su sentido y necesidad. La originalidad y dignidad de nuestra propia persona nos compromete a trabajar sobre nosotros mismos.
En esas semanas y meses nada fue demasiado arduo para el P. Kentenich. Por las noches, mientras sus hermanos de comunidad dormían, estudiaba tales y cuales capítulos de las más diversas áreas del saber para llevar adelante su programa con los chicos. Su puerta estaba abierta a los muchachos en todo tiempo. Pronto éstos advirtieron que podían exponerle todos sus problemas, que la confesión con él transcurría de manera diferente de lo acostumbrado. Uno de los estudiantes relata que en aquella época había dos puntos centrales en la casa: “El Santísimo en la capilla” y “el director espiritual”.
El P. Kentenich se dedicaba con todas sus fuerzas a los muchachos, los ayudaba en todo tipo de dificultad. Con cada uno de ellos emprendía el camino del descubrimiento del Ideal Personal o meta de vida. Los escuchaba con paciencia y los invitaba a expresar su opinión con toda franqueza, no sólo en el diálogo con él sino entre ellos mismos. Lograr esa independencia no era tarea fácil porque los estudiantes no estaban acostumbrados a la iniciativa propia, ni siquiera a hablar libremente. Siempre se los exhortaba a hablar