Arlot. Jerónimo Moya

Arlot - Jerónimo Moya


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le dieron el alto desde la distancia a voces y, viendo que no obedecía, intentaron alcanzarle, pero les resultó imposible. El caballo que montaba aquel hombre corría demasiado rápido. La explicación es sencilla, montaba el mejor de la cuadra del castillo, el favorito del duque.

      —Pero ¿sospechan que ha sido Arlot? —preguntó la mujer.

      —¿Y de dónde iba a sacar él ese caballo, y menos tan veloz? —intervino Yamen tratando de poner unas gotas de esperanza en la conversación—. Quizá alguien se le ha anticipado.

      El herrero se encogió de hombros.

      —¿Se lo quitó al propio duque? En fin, vamos a lo que ahora nos interesa. No tienen ni idea de quién es el fugitivo. Preguntan en varios lugares si últimamente ha sucedido algo inusual, o se ha visto a algún extraño con un caballo fuera de lo normal. Tienen esa pista, al parecer se trata de un caballo muy llamativo. Sospechan de algún criminal a sueldo porque el duque tenía muchos enemigos. Pero no nos engañemos, eso no nos servirá. Hay que ser muy estúpido para buscar alivio en el engaño, y nosotros no lo somos. Arlot se fue hace días, los suficientes para llegar a Aquilania, y nosotros sabemos que ha crecido con una obsesión, la de matar a ese hombre. Y yo le forjé la espada, ¡Dios!

      —Lo hubiera intentado con la vieja y usted lo sabe —razonó Yamen.

      —Arlot no es un asesino —protestó al mismo tiempo la mujer, recuperando fuerzas—. Ha hecho lo que le dictaba su conciencia.

      —Nadie dice que lo sea —la tranquilizó el herrero apretando la mano que tenía sobre la suya—, a mí ni se me ocurriría pensarlo y tampoco creo que él se considere como tal. De lo que sí estoy seguro es que habrá ido al combate de frente, sin trampas ni traiciones. Y eso no se llama asesinato, y menos cuando a quien tienes enfrente es un hombre armado y acostumbrado a matar. Quiero decir que el llamado Diablo sí lo era, un auténtico asesino.

      —¿Y ha huido con el caballo de ese hombre? —preguntó Yamen.

      —Eso me ha llegado. El que mató a Diablo escapó con su caballo.

      —Pues de momento sabemos que, si se trata de Arlot, ha conseguido su objetivo —insistió Yamen en su esfuerzo por ayudar moralmente—, estemos de acuerdo o no con lo que ha hecho. ¿No es cierto? Eso es lo importante. Para él se ha hecho justicia y sigue vivo. Además, ¿quién va a sospechar de él? ¡Un aprendiz de herrero enfrentándose al duque de Aquilania y venciéndole!

      Yamen lo dijo forzando una sonrisa animosa. El herrero apretó los labios, dudando. No sabía si seguir con lo que sabía de lo sucedido, o guardárselo para no empeorar la situación. Cruzó los brazos y volvió a dirigir la vista hacia el círculo rojizo que creaban las llamas, buscando en su movimiento la respuesta acertada. A través de las ventanas la negrura que se percibía del exterior resultaba absoluta, como si con ello buscara proteger el secreto de lo que se dijera alrededor de aquella mesa.

      —Me temo que no es ni será tan fácil porque la búsqueda no la han cerrado. Se trata del sobrino del rey, ¿comprendéis? —continuó dirigiéndose en especial a su mujer, que guardaba silencio y había cerrado los ojos—. Descubierto el cuerpo sin vida del duque, han enviado varias patrullas en busca del fugitivo, empezando por los señoríos más próximos al de Aquilania. Y saben que se trata de un joven, alto y robusto, de pelo oscuro.

      —¿Cómo saben que se trata de un chico joven con esa descripción y no de uno de sus propios soldados, o de un sicario contratado por cualquiera que odiara a un ser tan siniestro? —preguntó Yamen deseoso de añadir sombras a las posibles pistas que pudiesen tener los emisarios del rey.

      El herrero negó suavemente. No seamos ingenuos ni busquemos engañarnos, parecía repetir.

      —Esa gente sabe ser muy convincente. No tuvieron que esforzarse demasiado para encontrar a un campesino que confesó haber llevado a un joven hasta el bosque con el encargo de ir a recogerle a primera hora de la noche. Eso sí, también juró y perjuró que aquel chico no se había presentado en el lugar de la cita llegado el momento. De paso se vio obligado a describirle, espero que no lo hiciera de forma demasiado precisa. ¿Y qué iba a hacer el pobre? Alto, de aspecto fuerte, con el pelo oscuro y largo, bien parecido, vestido de negro, con un precioso estuche a la espalda…

      —Esa descripción les llevaría a muchos jóvenes —le interrumpió Yamen, de nuevo pugnando por conseguir una sonrisa de consuelo para la mujer que continuaba en silencio— y lo del estuche lo sabemos apenas…

      —Yo pensé igual, ¿cómo van a sospechar de un simple aprendiz de herrero que vive en un señorío alejado de Aquilania? Pero luego empecé a cavilar con más cuidado. Cuando mañana empiecen a preguntar, alguien les hablará de un chico alto, fuerte, con el pelo oscuro y largo que vive en esta casa, o vivía, porque precisamente hace semanas que desapareció sin dejar rastro y desde entonces nada se sabe de él. Podrían ligar ambos hechos.

      Yamen negó con la cabeza.

      —No lo creo. No tienen el motivo. ¿Por qué un vecino de esta villa iba a recorrer tantas leguas para matar al duque de Aquilania? Es absurdo. En el peor de los casos vendrán a preguntarnos a nosotros. Diremos que salió a buscar leña o de caza y que, mucho nos tememos, sufrió un accidente o le atacaron los lobos y no hemos vuelto a verle. Por el pueblo es lo que se cuenta y esos hombres no tendrán motivos para no creernos. Además, a ti te protege el marqués, tienes fama de honrado y eso nos favorece. E insisto, la descripción serviría para muchos. Yo también soy alto, no débil, y llevo el pelo largo.

      —Cierto, pero hay más y es ese más lo que me preocupa realmente. En el resto te doy la razón.

      Se abrió un nuevo paréntesis. El herrero parecía haberse sumido en sus propios pensamientos y sus ojos miraban sin ver. Los labios apretados, el ceño fruncido. Su mujer se había acercado al fuego para sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, en la actitud de quien espera resignado ante lo que no debería suceder, lo que quisiera que no sucediese. Yamen, menos paciente que sus mayores, se puso en pie y se acercó a la puerta, encarando la oscuridad, buscando en ella un apoyo para soportar aquel silencio. No debió encontrarlo porque al cabo de unos segundos volvió a la mesa, se sentó de nuevo y preguntó:

      —¿Y qué es ese más?

      Pareció despertar el herrero y su rostro, tan poco dado a mostrar sentimientos, se tiñó de tristeza.

      —El estuche de la espada, el que le regalé.

      Yamen movió las manos, pidiendo aclaraciones.

      —¿El estuche? ¿Por qué van a relacionarlo con Arlot? Para empezar nadie, aparte de nosotros y nuestros amigos, lo ha visto. Siempre lo llevaba oculto en un saco, todos lo hacíamos con nuestras armas.

      —Lo hemos visto nosotros, vuestros amigos, Páter y sobre todo lo ha visto el mercader, el padre de Yúvol, que fue precisamente quien me lo dio.

      —No entiendo el sentido —dijo Yamen, aunque empezaba a intuir que estaba a punto de encontrarse con una realidad que desarmaría parte de sus esperanzas—. Estuches hay muchos.

      —Como ese, pocos. Uno de los criados, presente en la reunión del marqués con los emisarios del rey, me ha dicho que, por el motivo que sea, Arlot lo dejó o lo perdió no lejos del cadáver. Y lo han encontrado. —Las grandes manos del herrero frotaron con fuerza su rostro—. Conociéndole me resulta extraño, incluso considerando que estuviera alterado y ya hubiese caído la noche. ¿Cómo pudo dejar tras de sí una pista como esa? No lo sé, pero el caso es que lo hizo. Y no es un estuche cualquiera, el mercader me lo repitió una y otra vez. Digno de un noble.

      —Y crees que…

      La voz de la mujer llegó hasta la mesa, y sonaba firme.

      —Creo que cuando empiecen a preguntar, porque por lo que sé seguirán haciéndolo al menos un par de días, si le llega el turno al mercader…

      —No van a interrogar a todos los que vivimos por aquí —insistió Yamen en arrojar luces a las sombras—. Picotearán por aquí y por allá, y no veo el motivo


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