Manual de lectura y escritura universitarias. Sylvia Nogueira
diferencias se reflejan en el lenguaje (o código). Al examinar los elementos del cualquier proceso de intercambio simbólico, nos referimos a un mensaje que se transmite entre emisor y receptor, mediante un código que es común a ambos. Pero, en realidad, el código no es igual para todos, porque el lenguaje tiene variaciones que reflejan las diferencias sociales.
El código cambia según el hablante, en función del lugar que él ocupa dentro de la estructura social, de sus competencias, de su intención y de la situación enunciativa en general. Existen básicamente dos clases de variaciones del lenguaje: las variaciones lectales y las variaciones de registro.
Las variaciones lectales son las variaciones del lenguaje que reflejan lo que el emisor de una lengua “es”. Estas variaciones se diferencian especialmente por el vocabulario y por el tipo de frases o construcciones sintácticas
Los lectos se pueden clasificar de la siguiente forma:
Dialectos: Son variaciones de una misma lengua, que dependen del lugar en donde nacieron o viven los hablantes.
Son dialectos el castellano (que se habla en la zona española de Castilla), el argentino, el venezolano, el boliviano, entre otros. Y, dentro de cada uno de ellos, hay variaciones regionales más acotadas: el lenguaje que se habla en Jujuy tiene modismos y palabras diferentes de los que se usan en Buenos Aires, Santiago del Estero o Mendoza (evidentemente, las diferencias en estos casos no son muy grandes).
Por ejemplo, en diferentes regiones se usan distintas palabras para designar a los pequeños: “niño”, “gurí”, “chango”, “pibe”, “chaval”.
Sociolectos: Son variaciones de una misma lengua originadas en las diferencias sociales (situación económica, social, educativa).
Un hablante con un nivel socioeconómico alto o medio tiene acceso a libros, espectáculos, recibe en general una educación esmerada, accede a trabajos donde el uso del lenguaje es constante, tiene un amplio campo de relaciones sociales, etc. Todos estos factores van determinando un tipo de lenguaje con un vocabulario más amplio y con construcciones sintácticas más complejas. Domina, en fin, lo que se denomina un “sociolecto (o código) elaborado” (amplio).
Por el contrario, un hablante de un nivel socioeconómico bajo por lo general no tiene el mismo tipo de acceso a estas actividades y en su trabajo emplea limitadamente el lenguaje.
Por ejemplo, un abogado o un investigador en ciencias naturales deben trabajar precisamente con el lenguaje; no ocurre lo mismo con el obrero de una fábrica, que realiza tareas manuales. Esta situación se refleja en el lenguaje, con un vocabulario más escaso y construcciones sintácticas más simples, es decir, un “sociolecto restringido” (limitado).
El código restringido impide a su vez acceder a trabajos o actividades sociales en los que se requiera un empleo de lenguaje elaborado, vinculado con frecuencia a operaciones hipotéticas deductivas. En definitiva, el lenguaje se convierte muchas veces en un instrumento de discriminación social.
Esto se observa muy claramente cuando alguien quiere acceder a un trabajo: hay que enfrentarse a pedidos de cartas de presentación, completamiento de formularios o entrevistas orales donde el entrevistado debe expresarse de acuerdo con las normas que el entrevistador entiende como válidas.
Cronolectos: Son variaciones de una misma lengua que se originan debido a diferencias generacionales. Los adolescentes, por ejemplo, crean constantemente palabras y frases diferentes de las usadas por sus padres, como una forma de rebelión.
Cada generación produce su cronolecto particular. Por ejemplo, expresiones del tipo “la época de Maricastaña”, “estar in o estar out”, “grasa”, “rockero”, “filito”, “noviar”, pertenecen a generaciones que, según dirían hoy los adolescentes, “ya fueron”. Ellos, en cambio, están “de onda”, lo que les gusta es “una maza”.
Las variaciones de registro son variaciones de una misma lengua originadas en lo que el hablante “hace”. Las actividades que realiza el ser humano generan diferentes enunciados que, a su vez, reflejan esa actividad.
Por ejemplo, si se conversa con un amigo se lo hace en forma oral (salvo en muy particulares circunstancias en la que se envía una carta o un e-mail). En cambio, para pedir empleo es habitual una carta, la forma escrita.
Con la escritura se asocia también el estudio en general, la literatura, la investigación, etcétera.
Las variaciones de registro se identifican en parte con los géneros discursivos. Sin embargo, el concepto de género discursivo es más amplio, porque abarca también a los lectos (una ponencia académica se define por un registro escrito, formal, y un sociolecto elaborado, por ejemplo).
Existen variaciones diversas de registro: hay un vocabulario determinado que usan los médicos o los abogados (¿quién no se encontró alguna vez descifrando ese registro técnico del médico o del abogado, que informaban en su lenguaje que alguien estaba enfermo o que ese documento judicial indicaba que había que presentarse obligadamente ante algún funcionario para realizar un trámite o pagar una multa?). Pero los registros no les pertenecen sólo a ellos: también tienen sus propios registros los empleados públicos, los ingenieros, los cocineros, los zapateros, los albañiles, los conductores de ómnibus...
Es muy complicado efectuar una clasificación de los registros, porque constantemente surgen nuevas áreas de trabajo, que dan origen a sus respectivos registros. Por ejemplo, en las últimas décadas se ha asistido al nacimiento del registro de los especialistas en computación, cuyo lenguaje es casi ininteligible para los pobres mortales que no “navegan” en internet, ni “deletean” (borran) partes de un “file” (archivo) en sus computadoras, ni “chatean” (conversan a través de la computadora) con otros “cibernautas” del otro lado del mundo.
De cualquier modo, se pueden clasificar algunos de los registros más comunes: el registro oral, el registro escrito, el informal o coloquial, el formal, el técnico, el literario.
1. Lea atentamente “¿Qué es la locura?”, que se transcribe a continuación. El texto ha sido tomado de la revista Desbordar (Nº 2, 1987), que contiene documentos producidos por internos del Hospital Borda dirigidos por Vicente Zito Lema.
¿QUÉ ES LA LOCURA?
La locura no es la pérdida de la razón, como vulgarmente se cree, sino la del sentido común. No es, sobre todo, la falta de lógica: un psiquiatra como el doctor Betta afirmaba que la tienen incluso algunos delirantes que desean demostrar que son los dueños del hospital.
A veces la locura es más sensible a la lógica que la normalidad y que la propia PSIQUIATRÍA OFICIAL. Yo, que no estoy sino que soy loco, no soy alienado. Aunque lo estuve en el 89. Lo que sé decir es que el felizmente finado psiquiatra que me internó en este hospital, Dr. Féliz Badano, era tan ilógico que, siendo radical, no aceptaba al gobierno tripartito hospitalario y, siendo defensor de la libertad, me privó de ella encerrándome en este oscuro hospicio. Yo, en cambio, sé deducir las últimas consecuencias de un principio falso o verdadero. Por eso me causan gracia los psiquiatras y psicólogos payasos que se creen democráticos pero se oponen, como cualquier dictador, bueno o malo, a que los locos participen en el gobierno de los manicomios. Ellos están de más en su mundo y también en un mundo no basado en la democracia. “No contentan a Dios ni a sus enemigos”, exclamaba el Dante. “Míralos y pasa”, le recomendaba Virgilio en el Infierno. Es lo que pasa en el Borda. La PSIQUIATRÍA DEMOCRÁTICA no es practicada por nadie (salvo por Pichon-Riviere hace unos años) y menos por los jefes “democráticos” de la mayor parte de los servicios, como cierta estúpida psiquiatra que aseguraba que en una democracia todo el mundo trabaja. Como si la gente no hubiera trabajado en la dictadura de Franco; o sea, hablan de lo que ni siquiera para mal conocen, con gran autosuficiencia, como si fueran auténticos sabios.
Yo