Pensar en escuelas de pensamiento. Libardo Enrique Pérez Díaz
nuestra comodidad y, en ocasiones, la falta de medios, para generar un espacio de libertad y creatividad, para realizar un proyecto común compartido, para crear un mundo futuro más habitable, justo y solidario.
Élites o masas: el gusto contemporáneo no es muy amigable con todo lo que lleve el apellido de élite. Se da cotidianamente una hipersensibilidad a que todo tiene que ser popular, democrático, igualitario, cortado con el mismo rasero. Nos olvidamos que desde los tiempos bíblicos la humanidad aprendió que los talentos están repartidos de manera diversa y que todos no nacieron para ejercer las profesiones y oficios con los mismos grados de excelencia. “Zapatero a tus zapatos”. En una universidad no todos están predestinados para ser creadores de escuelas de pensamiento. En esto hay mucho de gusto, talento, dedicación y disciplina. Hacer parte de una minoría selecta, de una élite en un campo del saber, conlleva la responsabilidad de destacarse del común de los mortales, no por el simple prurito de considerarse superior a los demás, sino porque se ha demostrado que se ha “puesto la camiseta” y se ha “corrido la milla extra”, la cual siempre está hecha de arduo trabajo, tesonera constancia, fatigas sin cuento, horas robadas al sueño, sacrificios para sacar adelante una creación, una innovación, algo nunca visto. Toda universidad, en virtud de la finalidad que la sociedad le ha otorgado, educar en lo superior y para lo superior, está obligada a contar con cuerpos de élite: “Pero no en aquellos que quieren aprovechar una oportunidad institucional para hacer gala de lo que no son o nunca han sido, sino en aquellos que verdaderamente tienen el deseo de integrarse a un proyecto que principalmente requiere de la humildad, la sencillez y el compromiso que la sabiduría adquirida con esfuerzo y tesón, otorga y proporciona” (Coronado, 2013, p. 277).
Júnior o sénior: ¿Usted ha escuchado hablar o ha leído a los gurús de la guerra de civilizaciones o de la lucha de generaciones? Yo al menos sí. Y créanme que no deja de sorprenderme la seguridad sofística con la cual sostienen sus argumentos. Al menos en esta Universidad uno percibe un gran esfuerzo cotidiano y callado por lo contrario, un diálogo entre el experto y el no experto, entre los más jóvenes y los que ya peinan canas. Una conversación posibilitada por nuevas relaciones, no las asimétricas que se dan entre quienes saben y los que no saben, sino por el contrario, aquellas surgidas del considerarse pares en la búsqueda de la verdad. Si júnior es un profesional joven y, por tanto, con menos experiencia que otro, y un sénior es un profesional de mayor edad y, por tanto, de más experiencia que otro, es recomendable que las escuelas de pensamiento sean lugares de encuentro entre generaciones de jóvenes y veteranos profesores. Como lo aconseja Coronado (2013), “también es necesario aprovechar la experiencia de quienes la tienen y crear sinergia con el personal más joven para establecer una relación simbiótica que se constituya en la fuerza invisible motor de esas mentes inquietas y brillantes que harán de su proyecto de vida un constante repensar de la escuela, para darle forma, proyectarla y posicionarla” (p. 278). Conforme aumenta ese intercambio de experiencia, también puede hacerlo la creatividad. Se trata de darles a todos la oportunidad de trabajar en conjunto.
Obras de autor o expresiones colectivas: ¿quién en Colombia no ha escuchado desde niño la cantaleta de que la vida es para “sembrar un árbol, tener un hijo y/o escribir un libro”? Detrás de ella se esconde el normal anhelo inconsciente de trascendencia e inmortalidad, del ser fértiles y fructíferos en los años que la vida nos depare sobre esta tierra. Las escuelas de pensamiento existen cuando son fértiles, sus frutos son los que las hacen visibles, de lo contrario seguirán estando diseñadas en el papel. Como bien señala Berdugo (2013), “la escuela de pensamiento surge o se constituye con el fin de generar conocimiento, promover el estudio, la investigación de un fenómeno, de un problema, la enseñanza de una disciplina, de forma novedosa, diferente a la existente, a través del empleo, apropiación o construcción de teorías, categorías, enfoques teóricos y metodológicos” (p. 276). La universidad colombiana lo será tanto más cuanto trabaje denodadamente por seguir siendo fuente y no solamente reflejo de los saberes. Dime cuántas escuelas de pensamiento has creado y te diré qué tipo de universidad eres. En tal sentido seguirá siendo válido el que una escuela de pensamiento logra su consagración cuando posiciona en el campo intelectual autores, ya sea de forma individual o colectiva.
Hasta aquí, hemos dedicado varios párrafos a considerar los elementos que en su conjunto conformarían una aproximación a la descripción del arquetipo de una escuela de pensamiento, entendiendo por arquetipo la representación colectiva o el constructo teórico modélico de una realidad. Esta formulación que hemos intentado elaborar sin duda alguna es incompleta, pudiendo ser enriquecida con otras perspectivas. Sin embargo, es clara y suficiente para nuestro propósito. Esta idea general de escuela de pensamiento nos permite argumentar que es tiempo de privilegiar la generación de procesos más que la búsqueda de resultados inmediatos.
Vamos culminando un trienio de ambientación motivacional de ese escenario académico conocido por todos como escuelas de pensamiento. El camino recorrido ha sido fructífero. Mas es importante recordar en este momento que en la historia las personas pasan pero los fenómenos importantes son las innovaciones en las prácticas y las costumbres, los hechos culturales y sociales que cambiaron los paradigmas. Así lo sostiene el historiador colombiano Álvaro Tirado en entrevista concedida a Bautista (2014), “la historia la hacen los individuos, pero a la larga, sin menospreciar su función, lo que mueve la historia son los procesos” (p. 9). En consecuencia, se trata ante todo de sentar las bases, tanto teóricas como prácticas, que permitan en el mediano y largo plazo la creación, el desarrollo y el sostenimiento de escuelas de pensamiento en la Universidad.
El papa Francisco, al reflexionar sobre el tiempo como horizonte que se nos abre, advierte que los ciudadanos vivimos en una permanente tensión entre la coyuntura del momento y la utopía del futuro, y en ella nos invita a trabajar más en el largo plazo sin obsesionarnos por resultados inmediatos, ya que podríamos enloquecer al querer tenerlo todo resuelto en el presente. La prioridad está en ocuparse de iniciar procesos sin camino de retorno. Francisco escribe: “Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos” (2013, p. 172). He aquí por qué el empeño está en generar procesos que construyan academia universitaria, más que obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no contribuyen a la realización humana.
Manos a la obra
Me comentaba un profesor con más de treinta años de trabajo en la Universidad que la idea de las escuelas de pensamiento le parecía una iniciativa con gran potencial de futuro, pero que no era muy optimista frente a su puesta en práctica, pues durante muchos lustros había visto aparecer y desparecer con singular velocidad muchos proyectos prometedores, cuya fugaz trayectoria no dejó sino el recuerdo de un buen debate académico. Con gran franqueza me preguntaba: “¿Han pensado cómo hacer para que la idea de las escuelas de pensamiento no se vaya a quedar en un discurso bonito, llamativo, inquietante y provocador?” A decir verdad, no le falta razón. Es una tarea pendiente por realizar. Ya Maquiavelo había escrito, con especial finura de buen pragmático, al referirse a la introducción de cambios o nuevas leyes: “que no hay cosa más difícil de realizar, ni de más dudoso éxito, ni de mayor peligro para manejar que el establecimiento de grandes innovaciones” (1975, p. 108). Y a renglón seguido, al referirse a sus tímidos defensores, daba como una de las razones de dicha timidez “la natural incredulidad de los hombres, que no se convencen de que una cosa nueva es buena hasta que no se lo demuestra la experiencia” (1975, p. 108).
Tener una idea nueva y llevarla a la realidad es el gran reto de los creadores, mas la experiencia enseña que los fabricantes de sueños no siempre cuentan con la capacidad de concretizarlos. Necesitan de la ayuda de sus colaboradores, de aquellos que son capaces de aterrizar al creativo, de darle polo a tierra a la visión mediante el poner los medios prácticos para su realización: recursos, invenciones, tecnología, metodología, planes y estrategias. La mayoría de las innovaciones se mueren por falta de gerencia, por carencia de uno o varios hábiles administradores del sueño. Nadie hace una innovación en solitario; es toda la universidad la que contribuye a tal fin. Lo importante es que cuando haya una idea creativa, se ofrezcan las condiciones necesarias para aplicarla y ponerla a funcionar. Bien lo dice el refrán