Pensar en escuelas de pensamiento. Libardo Enrique Pérez Díaz

Pensar en escuelas de pensamiento - Libardo Enrique Pérez Díaz


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de largo plazo para concretarse y hacer parte de la cotidianidad. Si pensamos en las innovaciones tecnológicas, lo cual podemos aplicar a otros campos de la inventiva, al menos demandan de tres tipos de actores: el del visionario o genio que concibe la idea, la piensa, es quien se adelanta a su época; el del práctico, aquel que es capaz de hacerla funcionar, de ejecutarla contra viento y marea; y el tercero, el del espíritu empresarial y de negocios, que todo lo que toca lo torna producto y le encuentra un nicho en el mercado. Fácil es deducir que no es lo común el que las tres cualidades se encuentren en la misma persona, por eso el trabajo en equipo ha sido siempre la clave, grupos exitosos que han combinado gente con talentos complementarios.

      En los colectivos de escuelas de pensamiento y, en general, en todos los ámbitos de la Universidad, se encuentran personas que encarnan los diferentes tipos de liderazgo, por tanto el éxito está asegurado. Sin embargo, hay que ser conscientes de que las innovaciones toman su tiempo para madurar, y que los grupos van creciendo y encontrando su camino poco a poco. Se trata de darle tiempo al tiempo. Cuestión nada fácil para nuestra época que vive fascinada por la velocidad y por la aceleración, en una carrera por quién trabaja más rápido, más eficientemente, procurándose logros y éxitos lo más pronto posible. Para que las escuelas de pensamiento no se esfumen como flor de un día se debe huir de ese ritmo vital desasosegado, siendo conscientes de que nuestra cultura: “[…] valora más el presente, desplazando la comprensión del futuro como proyecto social y humano; además, se vive en una colectiva urgencia de tiempo, es decir, una sensación de falta de tiempo constante” (Barragán, 2013, p. 72). Frente a este virus de la prisa, el mismo Barragán propone el antídoto: “La ruta está en pensar de forma serena en aquello que nos acontece” (2013, p. 73).

      Junto a este antivirus de celeridad que evita la productivitis aguda, es igualmente importante una buena dosis de silencio. ¿Por qué las universidades colombianas no son más creativas? Las respuestas posibles son múltiples. Una de ellas es que se tornaron muy ruidosas. No nos referimos aquí a la contaminación sonora de la ciudad que las envuelve. Pensamos ante todo en el cúmulo de tareas y funciones que cada uno debe desempeñar, las cuales de por sí no dejan mucho tiempo libre, y el escaso que queda ha sido colonizado por los dispositivos electrónicos de última generación, que pareciera hubieran sido inventados a propósito para invadir los escasos espacios de soledad de los cuales disponemos. ¿Existe algún universitario —profesor, estudiante, directivo— que libremente se desconecte, al menos, por un breve tiempo? Parece que es misión imposible. Nadie se puede escapar del vertiginoso ritmo que asfixia a las universidades. Sin embargo, sabemos que en la medida en que una persona se aplique al silencio, allí radica toda su creatividad. Es la experiencia de todo artista, filósofo, científico, escritor, profesor o investigador que se precie de tal. Sin adecuado silencio interior y exterior, es imposible que surja lo nuevo. En palabras de Smedt: “La variedad infinita de los silencios se revela plena de significados, es un tesoro, porque es una verdadera fuerza activa” (1992, p. 6). Tal energía se asemeja a las fuerzas telúricas que operan en el silencio de lo profundo de la tierra modificando las estructuras y los comportamientos imperceptiblemente. En resumidas cuentas, serenidad y silencio, como condición sine qua non para la consolidación de las escuelas de pensamiento.

      Tornemos nuevamente a Maquiavelo, quien nos hace pensar con su practicidad y realismo: según él, toda innovación necesariamente tiene adversarios que la combaten porque no la comprenden por lo novedosa, o porque sencillamente les afecta a sus propios intereses. Ante tal asunto, propone: “[…] examinar si los innovadores lo son por propia iniciativa o tienen quien los apoye; es decir, si para ejecutar su empresa necesitan apelar a la persuasión o pueden emplear la fuerza […]” (1975, p. 108). Su dilema se reduce a “rogar” (motivar) u “obligar” (imponer) para que las cosas acontezcan. Sin demeritar su postura, en este punto nos toca distanciarnos de Maquiavelo en virtud de la naturaleza propia de la universidad. En esta, todo lo que construye auténtico tejido académico, no se hace por la presión de una fuerza externa sino como fruto de una vivencia de construcción participativa, por proyectos intelectuales libremente creados, asumidos y puestos en marcha. Pero también es cierto que las estructuras y lo institucional coadyuvan para contrarrestar la fragilidad de la condición humana, magistralmente perfilada por nuestro autor en referencia: “[…] el carácter de los pueblos es tan voluble, que fácilmente se les persuade de una cosa; pero difícilmente persisten en ella” (Maquiavelo, 2005, p. 51).

      Energías para crear

      Singular coincidencia que el primer cincuentenario próximo a cumplir la Universidad de La Salle haya coincidido con un periodo de 50 años de violencias de todo género en el territorio nacional. La historia en su caminar es paradójica, en un mismo lapso pueden darse cita destructores y creadores. Pareciera que un pueblo al experimentar el mal en todas sus formas, por esa misma circunstancia, desencadena con más vehemencia sus anhelos de plenitud, de desarrollo, de ascenso, de búsqueda de perfección en todos los dominios. Esto lo han vivido los lasallistas colombianos —como tantas otras agrupaciones— quienes, al mismo tiempo que en el país se suscitaban destrucciones de todo tipo, se empeñaron en la tarea de construir, para el caso, una universidad en lo superior y para lo superior.

      Hacer balance de cinco décadas de creaciones en la Universidad es, siguiendo el pensamiento de Barragán (2012), entrar en la dialéctica de la memoria que hace del pasado un presente viviente: “Este proceso, que no es el simple recuerdo de lo acontecido, se denomina memoria (que no es más que el hacer presente la historia para reconfigurar la propia historicidad)” (p. 65). Cincuenta años después de la firma del acta de fundación de la Universidad el 15 de noviembre de 1964, es posible también hacer un inventario de propuestas creativas en curso que le proporcionan unas bases sólidas de cara a su segundo cincuentenario. De ellas hace parte la iniciativa de las escuelas de pensamiento, las cuales son centros de concentración creadora, referentes simbólicos para la Universidad donde acontece lo nuevo, se suscitan los descubrimientos, se dan los avances en pro del desarrollo y de la calidad de vida. O como bien las llamara Ramírez-Orozco (2014): antecedente visionario, proyecto prioritario de la Universidad de La Salle en su tarea de educar para el posconflicto, en donde “[…] las escuelas de pensamiento invitan y desarrollan prácticas para la generación de pensamiento auténtico abierto a toda polémica” (Ramírez-Orozco, 2014, p. 40).

      En Colombia son muchedumbre los que madrugan cada mañana a construir y a buscar un porvenir mejor. Los podemos encontrar en la urbe, en el campo, en los centros de investigación, en las fábricas, en el enorme laboratorio de paz que es nuestra sociedad. En todos ellos es patente la energía creadora del esfuerzo humano que se niega a dejarse entrampar por las mezquindades y bajos instintos de los protagonistas de la violencia, la destrucción y la muerte. Gracias a todos los que viven para crear es que progresamos, a pesar de los vientos en contra. Todo cuanto por ellos fermenta —arte, ciencia, pensamiento, industriocidad— manifiesta lo mejor de nuestra idiosincrasia y es garantía de un porvenir mejor. Parodiando las palabras de Teilhard de Chardin (2000), digamos: creemos y basta, creemos con mayor fuerza y más desesperadamente cuando la realidad parezca más amenazadora, incambiable y oscura, entonces, poco a poco, veremos alumbrar un nuevo amanecer.

      Las escuelas de pensamiento, como tantas otras iniciativas creadoras de creadores, surgidas de las entrañas de una comunidad académica comprometida con las problemáticas del país, sabrán salir adelante como el barco en medio de la borrasca, siempre y cuando sus protagonistas sepan confiar en la sabiduría acumulada por la tradición de la Universidad en sus primeros 50 años de historia.

      Agradecimientos

      A los estudiantes de cuarto semestre del seminario interdisciplinar “La universidad: trayectoria y perspectivas” de la Maestría en Docencia de la Universidad de La Salle del II Ciclo de 2014: Paul Andrés Ariza Landínez, Mauro Jordán Baquero Rodríguez, Jorge Augusto Coronado Padilla, Seudy Johanna De Hoyos Peinado, Diana Patricia Forero Rico, Flor María Fuentes Fagua, Brenda Lilibeth Gama Rodríguez, Nubia Elizabeth Iguarán Olaya, Diego Alejandro López Ordóñez, Rosaura Lotero Ovalles, Diana Marcela Méndez Gómez, Lina Yovana Paipa Reyes, Hermeht Pérez Caro y Marmel Velandia Cequera; quienes con sus análisis, cuestionamientos y debates contribuyeron a delinear los planteamientos centrales del presente capítulo.

      Referencias

      Anónimo.


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