El sello y la pluma. Carlos Ibañez
un papel importante en los hechos de la emancipación. Otro grupo fuerte eran los hacendados, la ganadería era la actividad más rentable: cueros, sebos, tasajo (carne salada) eran los productos exportables, pero, por su dispersión, nunca lograron formar un cuerpo institucional estable y debieron depender de representantes —cómo lo fue Mariano Moreno en su momento—. Ambos, comerciantes y hacendados se constituyeron en fuertes grupos de presión.
La producción manufacturera era escasa y tosca y no podía competir con los productos europeos, finos y baratos. La industria textil, rudimentaria, sólo confeccionaba telas de bayeta rústica. Hasta los ponchos venían del exterior. La industria naval de pequeñas embarcaciones estaba monopolizada por un reducido gremio de carpinteros altamente corporativo. La agricultura no tenía ningún incentivo de la Corona para su fomento. Se cultivaba lo necesario para el consumo interno, siendo los costos de fletes de carretas y la navegación del atlántico, obstáculos insalvables para el comercio exterior frente al bajo valor del grano. Vinos y aguardientes que la región de Cuyo producía en forma importante, estaban sujetos a prohibiciones de exportación.
A través de iniciativas plasmadas en las Memorias, Belgrano intentó mejorar el comercio por medio de su apertura, fomentar la industria y sobre todo la agricultura, abrir academias de enseñanza de artes y oficios. Nunca fueron atendidas. El Consulado quedó sometido a una fuerte disputa interna entre quienes se beneficiaban del estatus vigente y los que querían un cambio. Sin embargo, Belgrano divulgó sus ideas económicas a través de El telégrafo mercantil y el Semanario de agricultura. Luchador incansable por la libertad de comercio y de empresa, y contrario al aislamiento, el contrabando y la corrupción decía: “jamás podrá existir un Estado luego que la corrupción se ha instalado en él, faltándole el respeto a toda ley… en tal situación todo será ruina y desolación”.
Estando la agricultura atrasada con respecto a los países europeos, tanto desde el punto de vista tecnológico como de la organización de los capitales, Belgrano desde el Consulado propugnaba por ampliar las áreas cultivables, modernizar los útiles de labranza e instruir a los agricultores sobre los conocimientos básicos para potenciar la producción, tales como: la rotación de cultivos, sistemas de riego y abono de la tierra. También planteaba la idea de forestar —con especial énfasis el Curupai, árbol cuya corteza era utilizada para el curtido de cueros— y de evitar la tala indiscriminada sin replantación. Paralelamente fomentaba la producción de cueros y la industria de telares de lana y algodón, para sustituir y abaratar la importación de géneros y aplicarla a la confección local, aunque fuera rudimentaria. En el plano de la enseñanza propuso la escuela primaria gratuita para niñas y niños y la creación de las academias de náutica, comercio y dibujo.
Casi sin excepción, la Corona fue renuente a aceptar esas iniciativas. España se obstinaba con su política mercantilista. En el año 1809, las arcas estaban exhaustas. El virrey Cisneros planteó la necesidad de abrir el comercio, pero tuvo la fuerte oposición de los comerciantes peninsulares. En apoyo de la iniciativa estuvo el Consulado en cabeza de Belgrano, también los hacendados representados por Moreno y, dubitativamente el Cabildo. El decreto signando la apertura del comercio duró poco, pero sentó las bases de un nuevo sistema que rompía con las ideas existentes. También fue uno de los motivos de la gesta emancipadora.
Belgrano concebía la propiedad privada como el fundamento esencial del orden económico, decía: “… sin la certidumbre de que el agricultor gozará de sus frutos, no habrá incentivos y el suelo quedará inculto”. Pensaba que debía favorecerse la libertad de comercio, sostenía: “… la agricultura es el verdadero destino del hombre… pero ¿qué sería de la agricultura sin el comercio?... el gobierno no debe restringir el comercio internacional ni regular la producción interna… no hay política de comercio interior y exterior más segura que la libertad plena de concurrencia a los mercados”. Sobre el capital decía: “… el dinero es un fruto idéntico a los demás, que se mueve hacia donde hay mayor provecho, según la oferta y la demanda...”, lo consideraba fungible. Contra las prácticas monopólica y corporativas decía: “… con ello impiden la competencia y ponen obstáculos a la industria, quitando posibilidades de trabajo al pueblo”.
29 La escuela fisiocrática, fundada por Francois Quesnay (1694 – 1774) médico y economista, sostenía que la agricultura era la única actividad realmente productiva, de la que dependían todas las demás. En consecuencia, había que fomentar un desarrollo económico basado en una agricultura altamente capitalizada y tecnificada, y para ello proponía una política económica liberal: libertad de precios y de mercado, libertad de empresa y de cultivos, libertad de circulación y de comercio, reducción de las barreras aduaneras, simplificación del sistema tributario reduciéndolo a un único impuesto sobre la renta de la tierra.
El sable de San Martín
Sello postal: Repatriación del sable corvo de San Martín
Sello conmemorativo emitido al cumplirse el Centenario de la llegada al país del sable corvo de San Martín. Viñeta: empuñadura del sable, escudo y morrión del Regimiento de Granaderos a Caballo; impresión offset multicolor. Leyenda: “Repatriación sable corvo del General San Martín 1897 – 1997”. Valor: $0,75. Fecha de emisión: 15 de marzo de 1997.
Historia
La historia del sable corvo de San Martín comienza en el año 1811 cuando lo adquiere en Londres. Ese sable era totalmente distinto a la Espada de Bailén, que había recibido en mérito a su actuación en dicha batalla librada, en el año 1808, contra la invasión napoleónica en España.
Posteriormente de su renunciamiento —todavía conjeturado— de Guayaquil, San Martín regresa a Mendoza, paso previo a su exilio en Europa. Su sable quedará en tierra mendocina, bajo custodia de amigos. Años después el Libertador escribirá a Mariano Balcarce y a su hija pidiéndoles: “…traigan mi sable corvo… que servirá para algún nieto, si es que lo tengo…”. El destino no lo premiaría con hijos ni nietos varones.
Según Ricardo Rojas refiriéndose a San Martín imagina que el Libertador, ya anciano, al redactar su testamento habrá pensado en el hijo varón que había deseado tener y en el nieto varón que esperaba y nunca llegó… Toma entonces una decisión y, en la cláusula 3° de su testamento, dispone: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur, le será entregado al Excmo. Señor General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”30. Y así se hizo.
Mitre deploró el legado: “…creyó ver —se refiere a San Martín – amenazada la independencia y el honor de su patria por cuestiones de la Francia y la Inglaterra con el tirano Rosas, manifestando con la autoridad de su nombre y de su experiencia militar, que la América era inconquistable por la Europa. Sus instintos criollos despertaban. Consecuente con su modo de ver, legó al tirano de la patria: <El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur> son las palabras de su testamento. Él —decía Mitre— no veía ni quería comprender otra cosa que la independencia…”31 De allí su dicho: Serás lo que debes ser, y si no, no serás nada
El legado del sable fue motivo de encarnizadas polémicas entre los detractores de Rosas y quienes lo ponderaban. Una lectura despojada de partidismos