El sello y la pluma. Carlos Ibañez
de la Asamblea General a la que había que prestar juramento de obediencia, el general Belgrano desenvainando la espada y señalando la bandera que portaba el coronel Díaz Vélez, dijo: “Este será el color de la nueva divisa con que marcharán al combate los defensores de la Patria”. Todos juraron. Terminada la ceremonia se grabó en el tronco de un árbol la inscripción: “Río del Juramento” y más abajo: Triunfaréis de los tiranos / Y a la patria daréis gloria, / Si, fieles americanos, / Juráis obtener victoria. Desde entonces del río Pasaje cambió su nombre por el de Río del Juramento.
La bandera creada por Belgrano no tenía escudo. El 25 de febrero de 1818, el Congreso de Tucumán, ya mudado a Buenos Aires, dispuso que fuera distintivo de la bandera de guerra un Sol pintado en su centro. Existen en la actualidad al menos cuatro banderas que datan de aquella época: una es la denominada de Ayohúma, que se exhibe en el Museo Histórico Nacional; otra la conocida como de Macha, conservada en Sucre, Bolivia; otra tercera está en el Templo de San Francisco, en San Miguel de Tucumán y, la del Ejército de los Andes que es posterior y que se conserva actualmente en Mendoza. Cada una de ellas posee su propia historia y tradición, y sobre las mismas existen diferentes versiones y estudios, en este caso se han enumerado sin orden alguno.
La bandera de los Andes fue jurada el 5 de enero de 1817. Todas las versiones son coincidentes en afirmar que fue confeccionada en Mendoza por un grupo de damas patricias. Este grupo de jóvenes mujeres estaba compuesto por: Laureana Ferrari, de 14 años; Margarita Corvalán (sin mención de edad); Mercedes Álvarez, de 17 años; Dolores Prats de Huisi, de 32 años y Remedios de Escalada de San Martín, de 20 años. De todas ellas Mercedes Álvarez fue la única que pudo volver a contemplarla setenta años después en la Casa de Gobierno de Mendoza. Laureana Ferrari, después esposa del coronel Manuel de Olazábal, guerrero de la Independencia, en carta datada en el año 1856, da cuenta del esfuerzo hecho para tener a tiempo la bandera y del desprendimiento de sus joyas y bienes para adornar la bandera. Con ingenio debieron sortear esa falta de elementos ¡le faltaban hasta los hilos de colores! No importó nada, en once días la bandera estaba lista.
Esa bandera ondeó en las cumbres andinas, en las llanuras precordilleranas, en las sierras peruanas, en las aguas del Pacífico. Millares de hombres a su pie juraron lealtad, cantaron la marcha patriótica y ofrendaron su vida siguiendo un ideal que honró su vida y aún más su muerte.
Los pueblos no deben olvidar su historia.
19 Blanco y celeste, los mismos colores de la Casa de Borbón. En el Museo Del Prado se exhibe la pintura de Goya: La familia de Carlos IV, donde se aprecian los mismos colores en la banda que cruza su pecho.
20 El color “azul celeste” fue ampliamente discutido por los historiadores. Existe consenso en que la expresión de Belgrano se refiere a “el azul del cielo”. Naturalmente, no existiendo paleta de colores no había forma de determinarlo exactamente, pero claramente, da la idea de color celeste.
21 Alfredo B Grosso: Curso de historia nacional, Talleres gráficos Rossi, 1932, Pág. 266/269
22 Bartolomé Mitre: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina – Editorial Juventud Argentina, 1887.
Darwin
–El naturalista del Beagle–
Sello postal: Repatriación de los restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas
Sello emitido con motivo de la repatriación de los restos de Don Juan Manuel de Rosas. Viñeta: busto de Rosas; impresión offset multicolor. Leyenda: “REPATRIACIÓN DE LOS RESTOS DEL BRIG. GRAL. D. JUAN MANUEL DE ROSAS”. Valor: ₳4000. Fecha de emisión: 1 de junio de 1991.
Historia
Charles Darwin participó en la expedición que realizó el barco S.M. Beagle al mando del capitán Fitz Roy, periplo que duró desde el 27 de diciembre de 1831 hasta el 2 de octubre de 1836, en cuyo itinerario pudo conocer el territorio de nuestro país. En su autobiografía Darwin lo recuerda así: “… al volver a casa luego de una breve expedición geológica por el norte de Gales, encontré una carta en la que se me informaba que el capitán Fitz Roy estaba dispuesto a ceder parte de su camarote a cualquier joven que quisiera ir como naturalista, sin paga, en el viaje del Beagle... Ese viaje fue el acontecimiento más importante de mi vida y determinó toda mi carrera…”. En su obra Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo, escribió este párrafo: “… la sensación de recogimiento que los grandes desiertos de la Patagonia y las montañas cubiertas de bosques de Tierra del Fuego excitaron en mí, ha dejado una impresión indeleble en mi mente... La contemplación de un salvaje desnudo en su tierra nativa es un acontecimiento imposible de olvidar. Muchas de mis excursiones a caballo por tierras vírgenes o en bote, algunas de las cuales duraron varias semanas fueron muy interesantes; su incomodidad y cierto grado de peligro apenas me disuadían por entonces, y nunca más tarde…”.23
En marzo de 1833 se inicia, en nuestro país, la campaña contra los indios a cuyo frente se había designado como comandantes: a Juan Manuel de Rosas al sud, en la pampa central al general Ruiz Huidobro y hasta el límite de los Andes al general Félix Aldao; configurando una especie de línea fronteriza. Rosas había establecido su campamento a orillas del río Colorado, en esas circunstancias se produciría el encuentro con Darwin, quien lo dejaría reflejado en su Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo:
“El campamento del general Rosas estaba cerca del río (Colorado). Consistía en un cuadrado formado por carros, artillería, chozas de paja, etc. Casi todas las tropas eran de caballería y me inclino a creer que jamás se reclutó en lo pasado un regimiento semejante de villanos. La mayor parte de los soldados eran mestizos de negro, indio y español. No sé por qué, tipos de esta mescolanza, rara vez tienen buena catadura. Pedí ver al secretario para presentarle mi pasaporte. Empezó a interrogarme con gran autoridad y misterio. Por fortuna llevaba yo una carta de recomendación del gobierno de Buenos Aires para el comandante de Patagones. Le fue presentada al general Rosas, quien me contestó muy atento, y el secretario volvió a verme, muy sonriente y afable. Establecí mi residencia en el rancho o vivienda de un viejo español, tipo curioso que había servido con Napoleón en la expedición contra Rusia. Estuvimos dos días en el Colorado… mi principal entretenimiento consistió en observar a las familias indias, según venían a comprar ciertas menudencias al rancho donde nos hospedábamos. Supuse que el general Rosas tenía cerca de seiscientos aliados indios…(estos) hombres eran de elevada talla y bien formados… posteriormente descubrí en el salvaje de Tierra del Fuego, el mismo aspecto…”
El general Rosas insinuó que deseaba verme, de lo que me alegré mucho posteriormente. Es un hombre de extraordinario carácter y ejerce en el país avasalladora influencia, que parece probable ha de emplear en favorecer la prosperidad y adelanto de sí mismo. Se dice que posee setenta y cuatro leguas cuadradas de tierra y unas trescientas mil cabezas de ganado. Sus fincas están admirablemente administradas y producen más cereales que las de los otros hacendados. Lo primero que le conquistó gran celebridad fueron las ordenanzas dictadas para el buen gobierno de sus estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres para resistir con éxito los ataques de los indios.
Corren muchas historias sobre el rigor con que se hizo guardar la