El sello y la pluma. Carlos Ibañez

El sello y la pluma - Carlos Ibañez


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muertes por la costumbre ordinaria de pelear con el arma mencionada. En cierto domingo se presentó el gobernador con todo el aparato oficial de su cargo a visitar la estancia del general Rosas, y éste, en su precipitación por salir a recibirle, lo hizo llevando el cuchillo al cinto, como de ordinario. El administrador le tocó el brazo y le recordó la ley, con lo que Rosas, hablando con el gobernador, le dijo que sentía mucho lo que pasaba, pero que le era forzoso ir a la prisión, y que no mandaba en su casa hasta que hubiera salido. Pasado algún tiempo, el mayordomo se sintió movido a abrir la cárcel y ponerle en libertad; pero, apenas lo hubo hecho, cuando el prisionero vuelto a su libertad, le dijo: “Ahora tú eres el que ha quebrantado las leyes, y por tanto debes ocupar mi puesto en el calabozo”. Rasgos como el referido entusiasmaban a los gauchos, que todos, sin excepción, poseen alta idea de su igualdad y dignidad.

      El general Rosas es además un perfecto jinete, cualidad de importancia nada escasa en un país donde un ejército eligió a su general mediante la prueba que ahora diré: metieron en un corral una manada de potros sin domar, dejando sólo una salida sobre la que había un larguero tendido horizontalmente a cierta altura; lo convenido fue que sería nombrado jefe el que desde ese madero se dejara caer sobre alguno de los caballos salvajes en el momento de salir escapados y, sin freno ni silla, fuera capaz no sólo de montarle, sino de traerle de nuevo al corral. El individuo que así lo hizo fue designado para el mando, e indudablemente no podía ser menos que un excelente general para un ejército de tal índole. Esta hazaña extraordinaria ha sido realizada también por Rosas. Por estos medios, y acomodándose al traje y costumbres de los gauchos, se ha granjeado una popularidad ilimitada en el país y consiguientemente un poder despótico. Un comerciante inglés me aseguró que en cierta ocasión un hombre mató a otro, y al arrestarle y preguntarle el motivo respondió: “ha hablado irrespetuosamente del general Rosas y por lo mismo le quité de en medio”.

      Por su obra El origen de las especies, Charles Darwin ha sido, quizá, el científico más denigrado, después de Galileo. Demostró la realidad de la evolución descubriendo la ley que la gobierna y con ello cambió un paradigma científico al desplazar el hombre del centro de todas las criaturas vivientes. Por su teoría, se sumó a las filas de los grandes hombres —Newton y Einstein, entre otros— que han contribuido a la comprensión moderna del lugar que ocupa el hombre en el orden cósmico. Nació en el mes de febrero de 1809 y falleció en abril de 1882.

      23 Darwin Charles: Textos fundamentales, Ediciones Altaya – 1993, Pág. 32/36

      24 Darwin Charles: Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo. Edición Calpe, 1921. Traducción de Juan Mateos.

      El Caballo y el Hombre

Uno de los seis sellos que integra la hoja block conmemorativa “Razas equinas I”. Viñeta: caballo de raza criolla; impresión offset multicolor. Leyenda: “CRIOLLA”. Valor: 50c. Fecha de emisión: 7 de octubre de 2000.

      Sello postal: Razas equinas I

      Uno de los seis sellos que integra la hoja block conmemorativa “Razas equinas I”. Viñeta: caballo de raza criolla; impresión offset multicolor. Leyenda: “CRIOLLA”. Valor: 50c. Fecha de emisión: 7 de octubre de 2000.

       Historia

      Desde los albores de la humanidad existe una íntima relación entre el hombre y el caballo. Jinete y cabalgadura se han amalgamado hasta alcanzar una unidad, tal la figura mitológica del Centauro. Hay muchas historias que contar acerca de la relación hombre–caballo, no todas ciertas o comprobables, no teniendo evidencia de que hayan ocurrido, relataremos algunas sobre las cuales, al menos, existen testimonios escritos.

      El historiador romano Suetonio (Cayo Suetonio Tranquilo) en su biografía de Calígula (Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus), en La Vida de los doce césares, relata que este despiadado y estrafalario gobernante planeó nombrar cónsul a su caballo Incitatus. Al parecer, Calígula amaba a los animales, especialmente a los caballos y, aún con más devoción, al suyo. La caballeriza en donde descansaba Incitatus era de mármol, y de marfil los recipientes donde colocaban su comida; dieciocho criados se ocupaban de atenderlo personalmente: lo acariciaban sin descanso, ordenaban los collares de piedras preciosas que colgaban de su cuello y su lecho estaba cubierto con mantas de color púrpura, el color reservado a la familia imperial.

      Plutarco de Queronea, biógrafo e historiador griego, relata la relación de Alejandro Magno con su caballo Bucéfalo. Era fama que en la región de Tesalia se criaban los mejores caballos, sucedió que una vez se presentó ante Filipo II (padre de Alejandro Magno) un tesaliano llamado Filónico para ofrecerle en venta un caballo, de color negro azabache con una mancha blanca en la frente, llamado Bucéfalo. El animal despertaba el asombro de todos por su belleza y poderío. Lo cierto es que resultó ser tan rebelde e indómito, que ninguno de cuantos intentaron dominarlo lo consiguió. Filipo estaba ya dispuesto a ordenar que se llevase el caballo por ser enteramente salvaje, cuando Alejandro, que estaba presente dijo que el animal era magnífico y criticó a cuantos se habían acercado al caballo, agregando que lo iban a perder por falta de arte para dominarlo.

      Filipo reprendió a Alejandro argumentándole que (por su juventud) él tampoco podría ni sabría dominarlo, a lo que éste desafió sosteniendo que sabría llevarlo mejor que los otros. Filipo entonces le preguntó qué apostaría si acaso fallara, a lo que el joven Alejandro prometió pagar el precio del caballo. Fue así que, sin hacer caso a las risas y comentarios, se encaminó hacia Bucéfalo, lentamente, con mucho cuidado. Llegado hasta él lo tomó suavemente de las bridas, después y siempre con la mayor calma, lo colocó de cara al sol, porque pensaba que el caballo se asustaba de ver su sombra proyectada en el suelo; lo palmoteó y acarició durante un buen rato para calmarlo y, viendo que el caballo se mostraba fogoso e impaciente, Alejandro se fue quitando poco a poco el manto que lo cubría, para montar luego de un salto. Una vez montado tiró un poco del freno, mas sin castigar al animal, y teniéndole así sujeto algunos momentos, no sólo le dio


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