Los veinte días del Paraíso. Eugenio Gómez Dzwinka
Cuando abrí los ojos la tele ya estaba encendida. Onetto y varios oficiales iban y venían, riendo y depositando generosas botellas de vino sobre la mesa. La pantalla del Telefunken arrojaba una invasión de colores inagotables. La gran final era un hecho; Argentina y Holanda ya estaban en la cancha. El coronel llegó con algunos más; me clavó una mirada cómplice y discreta, oculta tras una leve sonrisa. Se armó la ronda alrededor de la mesa y ya nadie se movió de ahí.
El árbitro dio el inicio y todo se transformó. Apenas los primeros minutos del partido corrían y en la oficina sólo se sentían nervios y euforia.
–¡Pero mirá cómo lo colgaron a Bertoni! –gritó Onetto–. ¡Y ahora a Ardiles!
–Vamos, carajo, vamos –se escuchaba mientras Argentina avanzaba; pero el juego se había desarmado y ahora Holanda tenía la pelota. Las camisetas naranjas invadieron el área argentina, cabezazo del holandés, “¡Uhhhhh!”.
–Picá, Conejo, picá.
... Tarantini la toca para Luque, Luque para Pasarella, y la pelota se pierde por un costado...
El coronel permanecía callado, con los dientes apretados. Onetto gritaba cada dos segundos por lo que fuera. Los demás se levantaban de las sillas a cada instante, algunos puteando y otros largando suspiros de alivio después de cada toque de Holanda. Quince minutos del primer tiempo y los anaranjados atacaban fuerte, pero la defensa argentina desarmaba todos los avances.
–Vamos, Galván, sí señor, cómo defiende este tipo –decía uno, justo al lado mío.
–Mirá, mirá cómo lo colgó a Bertoni, ¡sacale amarilla, che! –gritó otro desde la otra punta.
... tarjeta amarilla para el jugador holandés y tiro libre para Argentina...
Kempes se paró frente a la pelota y todos se pusieron de pie, se agarraron unos a otros por los hombros. Uno me pasó el brazo por atrás del cuello; “vamos que la mete, pendejo”, me dijo mientras me apretaba por los nervios.
... patea Kempes, directo al arco, y el arquero holandés ataja un tiro impresionante del delantero argentino...
–¡Uhhhhhhhhh! –se escuchó al unísono, y todos se dejaron caer sobre las sillas agarrándose la cabeza. Los vasos de vino se vaciaban al instante. El estado de nervios subía a cada minuto y lo calmaban con un buen sorbo. El coronel seguía en silencio, tomaba vino de a poco pero permanentemente, parecía sufrir en solitario a pesar de que a su alrededor el mundo se venía abajo. Onetto ya tenía los cachetes rojos y sudados, seguía puteando sin parar. Tiro libre para Argentina. Otra vez todos parados; algunos mordiéndose los puños y otros persignándose. Y el grito de bronca cuando Pasarella la mandó por arriba del travesaño. Holanda avanzaba ahora con la pelota, mientras el sufrimiento se hacía sentir cada vez que la camiseta naranja tenía el juego.
... patea el jugador holandés, un puntapié increíble, pero el arquero Fillol ataja la pelota salvando a la Argentina de una gran jugada holandesa...
–¡Dale, Pato, carajo!
–¡Vamos, vamos, Argentina, vamos, vamos, a ganar...! –La euforia del estadio se oía por la pantalla, y todos en la oficina se contagiaron y comenzaron a cantar, abrazados y saltando. El canto acompañaba un nuevo tiro de esquina para Argentina. Kempes la pateó al centro, Pasarella remató de un pelotazo, y el arquero holandés impedía que entre mientras el grito argentino quedaba atorado en las bocas de la tribuna.
... Argentina tiene de nuevo el balón, a los treinta y siete minutos de este primer tiempo el partido sigue cero a cero. Ardiles consigue la pelota y la lleva ahora sobrepasando al jugador holandés que no puede con él, cuando logra pasarla para Kempes. Kempes, Kempes: ¡gooooooooooool!...
–¡Goooooool! –el grito del coronel fue el primero en estallar. Saltó de la silla como si hubiera explotado dinamita bajo sus pies. Y entonces el festejo lo cubrió todo con gritos, abrazos, saltos.
–Gol, pendejo, gol. –El mismo que antes me había tomado por el cuello, ahora me levantaba en andas como si yo fuera un trofeo. Era todo un descontrol absoluto por la emoción y la alegría. Casi terminando el primer tiempo, Kempes “el Matador” lo había conseguido: Argentina 1-Holanda 0.
El entretiempo fue un ir y venir con más botellas de vino. Onetto, que durante el partido se había olvidado completamente de mí, se acercó y me abrazó.
–Dale, pendejo, festejá, carajo –me dijo, ya bastante borracho y con un vaso lleno en la mano. Y levantándolo para que todos lo vean, me lo extendió para que lo bebiera. Todos comenzaron a reír y a festejar aquella invitación. El vaso temblaba en mi mano cuando marcaron al unísono la cuenta de tres, y le entré de un solo trago. El ardor me perforó la garganta en un segundo, lo tosí y me salió el líquido, ácido, por la boca y por los orificios de la nariz; y al fin lo vomité, de rodillas en el piso. La explosión de carcajadas fue instantánea, –“flojo el muchacho”, dijo uno, “vamos a tener que adiestrarlo de a poco”–, y las risas siguieron mientras alguien me ayudaba a levantarme y otro me daba palmadas en la espalda.
El segundo tiempo arrancó entre gritos y cantos.
... la lleva Bertoni que la toca para Luque y se salva Holanda del segundo gol...
Todos saltaron de las sillas agarrándose la cabeza. El coronel, nuevamente, estaba absorbido por la seriedad; nada a su alrededor lo desconcentraba, sus ojos parecían encadenados a la pantalla.
–¡Pero cómo lo vas a sacar a Ardiles! –dijo Onetto–, y encima por Larrosa, dejate de joder –y la transpiración le caía por la papada. Ahora el conejo Tarantini estaba en el suelo, había chocado con el holandés y los dos cayeron y quedaron tirados. El tiempo pasó, iba más de media hora y Holanda apretaba. Los nervios eran destructivos, y con razón: el holandés Van de Kerkhof la tocó certeramente y Nanninga la metió de cabeza, faltando apenas nueve minutos.
El espíritu de campeones se desplomó, murió repentinamente, el fantasma de una posible derrota anudaba la garganta de todos. Un pique feroz de Kempes revive el aliento, pero pierde la pelota. Los cuarenta y cinco están cumplidos y... Argentina se salva de milagro, señores, la pelota holandesa pega en el palo y se escapa, y Holanda se pierde de ganar la copa sobre el tiempo cumplido. ¡Increíble, señores, increíble! Por un milagro volvemos a soñar, argentinos, cuando el árbitro marca el final y nos preparamos para el tiempo suplementario...
Tiempo suplementario. El temor de la derrota era abrumador. La pelota iba y venía y los nervios no se podían canalizar ni con el vino. Alguien me acercó nuevamente un vaso lleno y, a pesar del ardor que me perduraba y de la náusea, lo bebí de a poco. De repente todos se levantan, se agarran, se empujan y se zamarrean... la lleva el Matador, la pelota rebota en un holandés, Kempes, Kempes, lo pasó al arquero, señores, y ¡gooooool! ¡Gooooool! Gol de Argentina, qué emoción, qué locura, ¡goooool! Kempes, el Matador, cuando ya finaliza este primer tiempo suplementario, Argentina 2-Holanda 1... El coronel saltaba fuera de sí, Onetto se abrazaba con todos y alguien me había alzado en andas como un trofeo. La alegría y la euforia eran descontroladas dentro de la oficina, el aire triunfalista hacía estallar las gargantas.
Arrancó el segundo tiempo de quince; era cuestión de minutos para que todo explotara, o se derrumbase. Los ojos de todos chispeaban, y se perdían las miradas de una punta a otra de la cancha, mientras en el vivo verde de la pantalla las camisetas argentinas corrían por el triunfo, por la gloria, y ... la tiene Kempes, la domina, la toca para Bertoni, Bertoni, Bertoni le da el puntapié y ¡gooooool! ¡Gooooool! Gol, gol, gol, señores, Bertoni , Bertoni, Bertoni, ¡goooool, Argentina, Argentina! Faltando sólo seis minutos, señores, Argentina 3-Holanda 1, Bertoni... los cantos y los gritos de gloria eran completamente ensordecedores dentro de esa oficina. El coronel aullaba mientras alzaba sus puños apretados y mostraba los dientes comprimidos por la emoción. Onetto bailaba abrazado con dos más, y a mí me meneaban de un lado a otro, a los empujones. Alguien me acercó más vino, y lo bebí. Y al fin,