Secuestro historias que el país no conoció. Humberto Velásquez Ardila

Secuestro historias que el país no conoció - Humberto Velásquez Ardila


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por parte de “elenos” (pertenecientes al ELN), pero que en esos días la universidad estaba calmada y que, si queríamos, ellos estarían allí en la plazoleta para avisarnos si veían movimientos raros. Así quedamos. Nuestros compañeros encubiertos se despidieron y se dirigieron a hacer la vigilancia en la plazoleta de la universidad, donde iba a hacerse la reunión.

      Inmediatamente retornamos al punto de concentración y continuamos la charla con el capturado, alias “Mateo”, y le dije:

      Señor, vamos a llevarlo al sitio, usted va a entrevistarse con el cabecilla en el interior de la universidad. La prenda de garantía es su amiga, quien se quedará con varios funcionarios en algún lugar de Bogotá, y cuando usted cumpla su cita y vuelva, nosotros cumpliremos nuestra palabra y le daremos libertad a su amiga Cristina.

      Sin embargo, el capturado presionaba para que la dejáramos ir ya, que él iba a cumplir. Es obvio que no podíamos acceder a eso, había mucho en juego y no podíamos dejar cabos sueltos. Es eso o nada. Ella se fue con dos soldados y un funcionario del DAS hacia otro lugar, mientras se desarrollaba la cita.

      El tiempo era muy corto y por eso ya estaba organizado el siguiente paso. Íbamos para la Plaza Che Guevara de la Universidad Nacional, en uno de los taxis que teníamos a nuestro servicio. Ingresé a la plazoleta junto con soldados de similar apariencia, jóvenes, con cortes de cabello muy normales, y una vez allí divisé a la pareja de compañeros de inteligencia que estaban apoyándonos a cubierta. Me sentía seguro de que íbamos a ganar.

      Nos comunicamos con el grupo de afuera y les informamos que todo estaba listo, que dejaran pasar a Mateo, quien entraría custodiado de manera discreta por dos suboficiales del ejército. Las instrucciones eran claras, tenía que esperar la llegada del cabecilla y hablar con calma, caminando y tratando de llevarlo hacia alguna de las puertas de la universidad. Afuera teníamos cuatro carros que reaccionarían prontamente para sacarnos a los cinco detectives que estábamos adentro.

      Los compañeros del DAS nos indicaron que no veían gente diferente a la habitual y que la situación estaba controlada. Por su parte, Mateo tenía que tratar de sacar al cabecilla a un sitio que nos facilitara capturarlo y subirlo a un vehículo. Teníamos aún bajo nuestro control a la mujer, que era la prenda de garantía, y por eso tenía que cumplir.

      Efectivamente llegó el sujeto; ya lo conocíamos, era alto, joven, apariencia intelectual; ahora tenía barba. Llegó directo, abordó a Mateo sin ningún temor ni prevención. Buscamos si alguien lo acompañaba y no detectamos a nadie; se sentía muy confiado en la universidad, era un terreno que conocía. Comenzaron a hablar y a caminar, pero infortunadamente no teníamos la tecnología para escucharlos y habían pasado más o menos diez minutos. Nos dimos cuenta de que algo no andaba muy bien, que quizás nuestro individuo estaba hablando más de la cuenta y eso estaba poniendo en grave riesgo la operación. ¡Había que pensar rápidamente! Pedí que trajeran los carros lo más cerca posible, llamamos dos camperos para que se parquearan frente a la puerta de la carrera 30, cerca del puente curvo que ingresa al barrio La Soledad.

      Los vehículos permanecían encendidos y allí teníamos a otros cuatro compañeros más, éramos siete personas. Los agentes de inteligencia ya no estaban, habían apoyado desde el inicio, pero ya se habían retirado y nosotros estábamos como a diez metros de la puerta. Le dije a mi compañero:

      O lo sacamos y nos lo llevamos… ¡o esto se jodió!

      Y es así como en un momento, en un instante, uno de los sargentos que me acompañaba se encargó de inmovilizar al primer objetivo, y junto con un soldado nos le fuimos encima al cabecilla, lo inmovilizamos y lo botamos hacia la calle, donde lo abordaron tres compañeros más, que lo subieron a uno de los camperos. Mateo fue montado en la cabina de un furgón que teníamos cerca y se alejaron del sector hacia un lugar seguro que teníamos dispuesto. Por otra parte, cuando el cabecilla reaccionó, ya estaba en un carro, tendido en el piso con cinco personas que lo controlaban. El vehículo arrancó a gran velocidad hacia el siguiente punto de encuentro.

      En el sitio se quedaron dos integrantes del grupo, quienes nos informaron cuál había sido la reacción de la gente, principalmente de los estudiantes de la universidad. Algunas personas llamaron a la policía, y desde lejos observamos cómo la policía empezó a moverse, abordó el otro carro del Ejército que había quedado allí, y retuvo a dos compañeros por espacio de veinte minutos aproximadamente, para verificar si era cierto que estaban efectuando una captura, si tenían documentos que lo demostraran. La situación estaba así preconcebida, no tenían nada, llevaban las armas normales y tenían todo el tiempo del mundo para dar las explicaciones, mientras nosotros nos alejábamos del lugar. Ya habíamos establecido un punto de control cercano a la sede del Unase, al batallón Rincón Quiñones. Hasta allí nos dirigimos.

      Alias “Mateo” iba con dos custodios en el furgón; sin embargo, por su nerviosismo, intentó fugarse y se lanzó del vehículo, pero fue recapturado de inmediato por el sargento que lo llevaba; finalmente llegamos a la casa de seguridad y los ubicamos en diferentes esquinas, a Mateo y al nuevo capturado. Inmediatamente se impartió la orden:

      Dejen ir a la mujer que está en garantía. Díganle que tiene veinticuatro horas para que organice sus cosas, desaparezca del radar y que no ponga en riesgo la operación.

      Quienes la custodiaban procedieron a subirla nuevamente a un taxi de nuestro uso, y fue acompañada hasta un lugar cercano a la plaza de toros, en La Macarena.

      El grupo de choque y los jefes del Unase nos quedamos con el negociador y el cabecilla, y ahí comenzó una nueva conversación disuasiva con los capturados. El segundo objetivo aceptó ser el cabecilla y formar parte del frente urbano que delinquía en Bogotá. Su formación académica le permitía ser uno de los ideólogos que les reportaba a los cabecillas principales de esta guerrilla. Bajo su responsabilidad estaba la conformación de una nueva estructura del ELN en Bogotá, a la cual denominaban ‘Brigadas Rojas’, y tenían que conseguir recursos para su creación y sostenimiento. Estas instrucciones provenían directamente del Comando Central del ELN. Sobre el secuestro nada decía.

      El cabecilla era uno de los estudiantes «eternos» de la Universidad Nacional, pertenecía a la facultad de Ciencias Sociales y estaba estudiando hacía más de nueve años sin culminar carrera. Su domicilio lo alternaba entre las viejas residencias universitarias situadas cerca de la universidad y una casa en el sur de la ciudad. Tenía aproximadamente treinta y cinco años, hablar pausado, barba escasa y gafas pequeñas claras, vestía ropa oscura con un gabán largo y delgado. Era una persona estructurada, inteligente y calculadora.

      Junto con un teniente del Ejército entablamos charla con el sujeto, le dijimos que teníamos al negociador y a la novia del negociador —lo cual ya no era cierto—, que lo mejor era entrar a negociar, que ya estaban perdidos y que no iban a ganar un peso. Seguía callado, pensativo. Pidió hablar a solas con Mateo, el negociador, lo cual se le permitió en el mismo salón grande donde los teníamos. Al terminar la conversación se dirigió a nosotros y nos manifestó que el secuestrado John K., estaba en una casa al sur de la ciudad, que ese lugar estaba acondicionado con explosivos y que si irrumpíamos allí se activarían. Pidió llegar a un buen arreglo, porque incluso estaba dispuesto a pagar con cárcel y no decir nada.

      Para esa época ya existían los celulares y teníamos las fuentes en las empresas de telefonía que nos suministraban los listados de llamadas, con inmediatez. Era una carrera contra el tiempo y la división de tareas era imprescindible. En menos de media hora ya estábamos analizando las llamadas que había efectuado el cabecilla desde su celular, nos concentramos en la ubicación del equipo durante las horas de la noche y en las llamadas efectuadas o recibidas de teléfonos fijos, lo que serían buenos indicios. Este análisis nos permitió obtener cinco direcciones de inmuebles en el sector de Bosa y de Kennedy, donde eventualmente podrían tener al secuestrado. Ya no dependíamos solamente de lo que nos dijeran los capturados, habíamos dado un paso muy grande. Si teníamos que allanar todas esas viviendas lo haríamos, esa era la decisión.

      Nuestro objetivo era sacar con vida al secuestrado y por eso la primera opción era que el cabecilla capturado colaborara. No pensábamos soltarlo, eso no estaba en negociación,


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