Secuestro historias que el país no conoció. Humberto Velásquez Ardila
quemado la casa» del secuestrador. El término «quemado» se refiere a haber logrado ubicar la vivienda donde reside algún objetivo; es muy utilizado en el argot de autoridades. Tomé transporte público hacia mi casa, ya que la moto se había quedado en el punto de trabajo. Desde allí llamé a mi jefe, le di la noticia de que al día siguiente era probable que llegara una carta extorsiva a la familia y que yo ya tenía el lugar donde residía el sujeto que la había enviado. Me citó y pidió que llegara al día siguiente al Unase (que funcionaba en ese momento en el batallón Rincón Quiñones). Él iba a transmitir el mensaje para estar alerta de la carta.
Descansé bastante, incluso me levanté más tarde de lo habitual y posteriormente tomé transporte hacia la oficina, donde casi todo el Unase me esperaba ansiosamente. Se haría una reunión de trabajo que conllevara a la nueva línea de investigación. Instantes después de haber llegado a la oficina, la familia nos comunicó que habían recibido la carta extorsiva, que tenía las características que nosotros habíamos informado y, por lo tanto, la persona que habíamos seguido era, efectivamente, uno de los secuestradores que estaban pidiendo la gruesa suma de dinero y que mantenían cautivo a John K. Procedimos a diseñar unas tareas que nos permitieran mantener la vigilancia sobre el inmueble. Permanecíamos en ese lugar dieciocho o veinte horas al día, participábamos la mayor parte de detectives del DAS, Unase Cundinamarca y un buen grupo de integrantes del Ejército Nacional, oficiales, suboficiales y soldados. Durante los primeros días yo era la persona que más estaba en el lugar, pues les mostraba cuál era la casa, quién y cómo era el objetivo. Nuestro sujeto salía antes de las ocho de la mañana, tomaba el transporte sobre la avenida Quito y se dirigía a diferentes lugares. En la carrera 30, cerca de El Campín, se encontraba con una amiga o novia, otras veces iba al cine. Detectamos que todos los días sobre las siete de la mañana caminaba para llevar a su pequeño hijo a un jardín infantil cerca de su domicilio. La orden era seguir la negociación, pero mantener vigilancia permanente, y así logramos saber que el sujeto había hecho un contrato de arrendamiento. Posteriormente, en un día festivo, se mudó al nuevo apartamento, aproximadamente a unas quince cuadras del otro domicilio. Diagonal al nuevo lugar había un sitio de impresión, no sé cómo llamarlo, como una pequeña imprenta de publicidad y allí pedimos el favor de que nos dejaran montar un puesto de vigilancia. Accedieron.
Periódicamente informábamos sobre el desarrollo de nuestra labor a la fiscal delegada ante el Unase y al comandante Flórez. Tomábamos fotos y rutinas de este sujeto, de la persona que al parecer era su novia, de cuando iba a dejar al niño al colegio, de la familia, de la señora madre, de todos los que integraban su núcleo familiar y de las personas que se encontraban con él. Estas vigilancias se mantuvieron durante un largo tiempo, tal vez de treinta y cinco a cuarenta días, en espera de que la familia diera el aval para que procediéramos a hacer algún otro tipo de movimiento. Paralelamente estábamos investigando quién había entregado al secuestrado, qué persona había dado la información, porque si bien es cierto que los veinticinco millones de dólares que pedían era mucho dinero, también es cierto que la familia estaba en capacidad de pagarlos.
Mediante las vigilancias efectuadas se estableció que este individuo era el negociador, era quien hablaba con la familia y quien llamaba. Entonces tocaba identificarlo. ¿Cómo lo haríamos? Diseñamos un retén militar en una calle por donde él pasaba antes de llegar a su domicilio y abordamos a muchas personas, principalmente hombres, a quienes les pedíamos la libreta militar. Entre los abordados estaba el negociador y así obtuvimos el nombre. ¡Íbamos bien! Ahora teníamos otra línea de trabajo para averiguar toda su vida partiendo del nombre obtenido. Descubrimos que era un ingeniero de sistemas que dictaba clases en varias universidades.
Por otra parte, al efectuar los seguimientos logramos detectar la central de comunicaciones desde donde se efectuaban las llamadas a la familia, ya que cada vez que se producía una llamada extorsiva, previamente este sujeto había llegado a ese lugar. Funcionaba en un tercer piso, frente a la plaza de mercado del barrio 12 de Octubre. Todos los días realizábamos alguna actividad, tomábamos más fotos y más información de personas que se encontraban con él. Regularmente nuestro objetivo ingresaba a la Universidad Nacional, también a la Universidad Antonio Nariño y mantenía reuniones con diferentes personas. Vigilábamos igualmente a varios hombres que salían de las reuniones cuando se producían las llamadas a la familia para pedir el dinero. Uno de ellos era ya mayor, tez trigueña, delgado y de baja estatura. Se retiró del lugar antes que los otros, así que con un compañero lo seguimos; abordó un bus de servicio público hacia el centro, se bajó en la calle 19 con carrera 8a y caminó hacia el norte. Ingresó a una pequeña cafetería donde se encontró con un individuo de similar edad, quien lo esperaba. Le dije a mi compañero que continuara la vigilancia mientras yo conseguía un fotógrafo o una cámara para tomarles una fotografía y averiguar quiénes eran esos personajes. Me desplacé hasta un lugar cercano donde tomaban fotografías, me identifiqué con el encargado del local, le pedí que me ayudara con esa labor porque era para una investigación. Sin embargo, por temor no quería autorizar, pero finalmente uno de los empleados me acompañó y logramos tomar dos fotografías que pagué con mis recursos. Fotos que al día siguiente reclamé y envié con mi jefe para que se las mostraran al padre del secuestrado. Con sorpresa total, me informaron que el segundo sujeto era el tío del secuestrado, hermano del papá. Era casi un hecho que él lo había entregado. ¡El tío!
Por otra parte, la situación de la familia de la víctima era de total indecisión, no querían poner en riesgo la vida del secuestrado, el temor era muy alto, y hasta donde tengo entendido solamente el padre dio el aval para diseñar el operativo final que conllevaría al rescate de su hijo. Puedo decir que nos mandó razón para que continuáramos con los diferentes pasos investigativos y operativos mientras le dábamos tiempo a negociar.
Eran muchas las personas a las cuales estábamos siguiendo, quizá algunos amigos ocasionales de nuestro objetivo negociador y también a personas que estaban involucradas en el plagio. Una vez estructurado el organigrama inicial de la organización criminal, pudimos determinar que, a quien seguíamos, era uno de los mandos del grupo secuestrador, no era un participante común, no iba al sitio donde mantenían al secuestrado. En un secuestro extorsivo hay una división de tareas: unos entregan la información, otros hacen la inteligencia sobre el objetivo, otros levantan, unos cuidan, otros dirigen, unos financian, otros negocian, etc. Pero ¿cuál era el siguiente paso? Estábamos ante una organización grande, personas que ante cualquier tipo de amenaza o cercanía de las autoridades no iban a pensar dos veces en hacerle daño al secuestrado y en perdérsenos del radar. ¡El dinero que estaba en juego era una fortuna!
Diseñamos entonces un esquema de presión psicológica que pudiéramos emplear, en un futuro, sobre alguna de las personas que abordáramos. Sin embargo, nuestro mayor conocimiento era sobre el sujeto que puso la carta el primer día; teníamos todo sobre él, así que definitivamente era el elegido.
Y así es como muy temprano, a las seis y media de la mañana de un martes de abril de 1995, elegimos los mejores hombres que en ese momento integraban el Unase militar, tanto del DAS como del Ejército. Situamos dos carros en la ruta por la cual se movía el sujeto para llevar a su hijo al colegio, un camión carpado y otro vehículo campero que tenía una reacción más rápida. Los grupos Unase eran bastante integrales, después de que lograban estabilizarse daban frutos muy buenos. Era gente muy comprometida, gente que tenía claro que el objetivo era sacar con vida a una persona que estaba cautiva en calidad de secuestrado. A las seis y cuarenta y cinco el objetivo salió de su nueva residencia para llevar a su pequeño hijo al jardín infantil, lo entregó a la profesora, se despidió y no se devolvió a su casa, sino que tomó hacia la carrera 30 o la avenida NQS de Bogotá. La suerte estaba echada para él, para nosotros… y quizás para el secuestrado. Aquí la decisión era halar la punta del hilo para que nos condujera al final. Si nos equivocábamos el riesgo era inmedible para el secuestrado. Nosotros éramos autoridad, andábamos armados, teníamos un empoderamiento muy grande, casi imbatibles. Un oficial, dos suboficiales, un soldado y dos detectives del DAS (yo uno de ellos) procedimos a abordar a nuestro objetivo. El sujeto sabía que andaba en malos pasos, pero opuso resistencia y gritó que le íbamos a causar daño. En pocos instantes ya estaba dentro del camión donde se había acondicionado una caja grande oscura para trasladarlo a otro lugar, hacia las afueras de la ciudad.