Hermann Linch. Leena H.
en sus pensamientos y después de dejar la cartera en algún lugar cercano, debió de ponerse ropa cómoda y se dispuso a cortar las verduras para la cena.
Puede que también activara el sistema de seguridad de la casa… Sí, lo había hecho, estaba encendido. Las cámaras funcionaban, todo estaba en orden y las verduras también estaban hervidas.
Pensaba que la comida era un mal placer, así que las verduras le darían las vitaminas adecuadas que necesitaba en ese momento y, por otra parte, harían que su digestión fuese perfecta.
Pensó también en ponerse dos hielos y beber un poco de whisky. No le pareció adecuado, no cenando. Quizá después.
Algo le inquietaba y decidió tomarse una copa de vino. Aquello era más acorde con la cena. De vino blanco, no toleraba el tinto. Demasiado fuerte para su gusto.
Bajó a la bodega y se dirigió a la parte donde guardaba el vino blanco, a la gran nevera situada a la derecha que contenía vinos jóvenes y eligió uno. En la bodega también guardaba vinos tintos, pocos, fuera de las grandes neveras. En fin, esperaba que si algún día tenía algún invitado en casa, el invitado tendría la posibilidad de elegir. La libertad de elegir el color de su caldo.
Subió arriba, se sirvió una copa y dispuso la cena en un plato pequeño. Mientras apuraba su copa volvió a pensar en su jornada diaria. Nada, otra vez igual, había algo que se le escapaba, o quizá no, quizá había sido todo.
Cuando se acabó la cena, dejó el plato en el fregadero y volvió a servirse otra copa de vino. Al alejarse del fregadero, observó que el lavavajillas se encontraba repleto y que había acabado su ciclo. Pensó entonces que eso era algo que habría hecho antes de empezar a preparar la cena, sí, definitivamente había puesto el lavavajillas. Así que lo abrió y descubrió su contenido deslizando la bandeja hacia afuera. No recordaba cómo había podido utilizar tantos platos, tantos vasos y tantos cubiertos de un día para otro. ¿Había dado una fiesta la noche anterior? Definitivamente tenía que dejar de beber por las noches, estaba perdiendo facultades. Antes se acordaba de todo, de hecho había empezado a recordar hechos del pasado y gente a la que había conocido mucho tiempo atrás y, sin embargo, no podía acordarse de cómo habían llegado allí todos esos platos. Sin más, los recogió y los apiló en el armario. Después hizo lo propio con los demás.
Se prometió que era la última copa que se servía y se sentó en su sofá preferido.
Giró la cabeza y miró la hora en el reloj cuadrado que sobresalía de la mesita que se encontraba en uno de los laterales del sofá. Eran casi las dos de la madrugada. No sabía cómo se le había hecho tan tarde, pero sí que le quedaban muy pocas horas de sueño y debía acostarse. Por lo menos estar en la cama para intentar conciliar el sueño.
Dejó la copa a medias. Apagó las luces del salón y las del resto de la casa. Mientras andaba, las luces se apagaban a su paso. Creaba un bonito efecto visto desde atrás, claro que él no podía verlo.
Se quitó la ropa, hoy dormiría desnudo. Se tapó. No se durmió.
Cuando sonó el despertador a la mañana siguiente se despertó al momento y pensó que había podido descansar un poco.
De camino a la oficina, se encontró bastante mal, le dolía la cabeza. Decidió que no iría a trabajar. Llamó a su secretaria por el manos libres y dijo que se encontraba mal. Sabía que en el estado en el que se encontraba, no sería adecuado tomar decisiones sobre la próxima campaña. Después decidió lo que haría el resto del día.
Dio la vuelta en el primer lugar permitido. Volvió a casa y dejó el coche en el garaje.
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