Hermann Linch. Leena H.
el peso de las miradas acuciantes, Cloe se dirigió hacia el único lugar que parecía seguro. Eligió la barra, ya que, tras un vistazo rápido hacia delante, no vio a nadie sentado allí. En realidad no vio ni siquiera al camarero, el que iba a atenderle aquella noche y muchas otras noches más.
-¿Me puedes poner un whisky?
-¿Con qué te lo pongo?
-Solo.
-Como quieras, aunque no creo que sea lo mejor.
Cloe se contuvo, no quería discutir con nadie, al menos con nadie más aquella noche, pero le molestó que el camarero no acatara sus órdenes. Ante la penetrante mirada de ella, él se disculpó y fue a por la bebida.
El ensimismamiento llegó a Cloe más o menos a mitad de su pedido. El fuego que fluía hacia abajo había calmado su sed de venganza. Aprovechó para mirar en derredor, aún no había observado el local y se dio cuenta que aquello no tenía nada de particular, una barra situada en frente de la puerta principal más iluminada que el resto del espacio y poco más. Las mesas tenían muy poca iluminación, así que Cloe no podía distinguir los rostros de la gente que estaba sentada en ellas. Bien mirado, tampoco le importaba.
Normalmente la gente que suele conocer en bares solo espera una cosa de ella y, claro, normalmente no es una buena conversación. Le sorprendió que el intrépido camarero se atreviera otra vez a hablar con ella.
-Todos te miran aquí ¿sabes?
-No me importa.
-Debes estar acostumbrada a que te miren.
-Puede.
-Oye, sé que he empezado con mal pie. No quería ser entrometido, pero intentaba ayudarte.
-No importa, es que no es un buen momento para mí.
-Ah, ya, bueno y ¿sería mañana un buen momento si volvieras a la misma hora y te pusiera otro whisky?
-Podríamos volver a empezar- Esta vez, Cloe no rechistó.
Durante aquel silencio Cloe pensó y repasó toda su historia con Hermann. Le surgieron las dudas cuando miró al camarero. Ahora le repasaba con la mirada.
Puede que no fuera tan atractivo como Hermann pero tenía una belleza atemporal, sumado a una serie de rasgos que hacían su rostro algo femenino. La nariz perfilada, labios finos, pero bien definidos, pelo claro en la barba y ojos color ámbar. Todo eso le decía a Cloe una verdad que no podía reprimir por más tiempo.
-Claro, aquí estaré mañana.
-Pues mañana me pagarás la copa.
-Puede, aunque luego me tendrás que invitar tú a cenar.
-Por supuesto, ¿Cómo te llamas? Lo digo porque mañana me encantaría poder saludarte cuando entres en escena. Ya sabes que aquí eres la actriz principal.
-Me llamo Cloe ¿y tú?
-Yo, Set. Soy camarero de este bar, pero terminaré pronto mañana. Creo que podríamos ir a cenar sobre las diez de la noche. Me gustaría hablar contigo en un ambiente que no sea este.
Apurando el vaso, Cloe sintió como se le había ido de las manos la conversación. Dicen aquello de lo del clavo sacando otro clavo, pero realmente no esperaba aquello. Era demasiado pronto. Bien mirado, ahora ya no podía volver atrás, le habían hecho daño y ella había encontrado consuelo en un desconocido que parecía amable.
Salió del bar. De camino a casa pensaba en la extraña situación en la que se había visto envuelta durante todo el día. Primero Linch había roto su corazón y, espontáneamente, había invitado a cenar a un camarero cualquiera una hora después de la ruptura.
El corazón hace cosas extrañas a veces. Cuando debe arriesgarse es incapaz de hacerlo y cuando debe permanecer hibernando, se despierta sin previo aviso y pone en aprietos a su víctima.
Bueno, quizá Hermann despierte algún día. Ese pensamiento le perseguía por las calles de la ciudad. Ese pensamiento cerró la puerta de su casa y la arropó en la cama. Al día siguiente, el pensamiento había desaparecido, puede que se hubiera escurrido en la primera ducha de la mañana porque lo cierto es que no volvió a verlo nunca más, ni siquiera untado en sus tostadas.
Cloe cambió un pensamiento por una buena resaca. No es que no estuviera acostumbrada a beber, pero desde luego llorar y beber incrementa la posibilidad de que quieras cambiar tu cabeza por otra a la mañana siguiente. Creyó que coger el coche no sería lo más apropiado en el estado en el que se encontraba. Tampoco se quería quedar en casa esperando la hora de la cita con su flamante desconocido, así que pensó que podría empezar con buen pie e ir a comprarse un bonito vestido para la noche que le esperaba.
Cloe era siempre tan complaciente que no podía evitarlo. Y, ahora que ya había decidido que quería gustar a Set, nada podía pararla.
Era como un depredador vestido con una suave y agradable piel. No es que quisiera engañar a nadie, es que su naturaleza le hacía parecer perfecta a la gente. Se esforzaba cuando conocía a alguien. Hacía todo lo que tenía que hacer. Se afanaba por hacer todo tipo de tareas, descubrir los gustos de la otra persona e intentar realizarlos, no incomodarla con ideas contrarias a la suyas, parecer feliz, agradable, bella. Cloe sabía que eran todas esas cosas, y era consciente de lo que hacía. Lo único que no vislumbraba era si algún día podría parar de hacerlo. No sabría cómo dejar de gustar a los demás. De todas formas, daba igual, no es algo de lo que se hubiera dado cuenta aún. Solo Hermann lo sabía, quizá por eso quiso estar con ella. Le parecía curioso que alguien simulara ser otra persona sin ni siquiera saberlo y que lo tuviera tan sumamente interiorizado que le pareciera real.
Sí, Cloe era perfecta, pero: ¿Cómo lo hacía? ¿Lo era? ¿Era perfecta en realidad?
II.SET
El tercero en discordia, un pobre segundón, alguien que no suele ser tomado en cuenta en ese gran libro que es la vida. Sin embargo, Set era diferente.
Era bondadoso y estaba enamorado de Cloe. Y también había conocido a Hermann Linch. Bueno, Hermann había conocido a Set. Porque nadie, ni siquiera Linch, conoce a Hermann.
Desde la cena que siguió a la segunda copa, Set y Cloe fueron inseparables. Empezaron a estar juntos desde el primer momento en que Cloe abrió la puerta del bar. Ciertamente, la cena fue un puro formalismo y la copa previa también.
Set era sumamente feliz al lado de Cloe, la amaba de verdad. La amaba porque era bella por fuera y por dentro, aunque esto último sólo lo sabía Set. Cloe, de momento, estaba al margen de ello.
El objetivo de Set era ayudar a Cloe y lo hacía sin saberlo. Al mirarla entendía que Cloe no era solo lo que veía con los ojos. Lo importante e imperceptiblemente bello era lo que había allí dentro de esa maravillosa envoltura corporal.
Después de una serie de encuentros, Cloe pensó que Linch debería conocer a Set, ya que se estaba convirtiendo en alguien demasiado importante en su vida. Linch estaba muy ocupado con otro asunto por aquellos tiempos y, aunque expresó su intención de conocer a Set, aquello tendría que esperar unos meses.
Cloe solo sabía que Hermann había casi desaparecido de la faz de la tierra después de aquella noche. Solo atendía llamadas, no se le veía deambulando por las calles ni iba a los locales que antes frecuentaban los dos juntos. Se creía que estaba bastante recluido, atendiendo cuentas familiares con el hombre de confianza de su padre, que posteriormente se convertiría en su sombra. Esa especie de abogado tenaz y fiel lo tenía totalmente absorbido por aquellos tiempos.
***
Así siguieron pasando los días y cuatro meses después por fin llegó la hora del encuentro. Hacía mal tiempo y el encuentro tuvo lugar en casa de Set, un pequeño y modesto apartamento a las afueras de la ciudad. No, no tenía nada que ver con el modo de vida que llevaba Hermann e incluso Cloe. Aun así, era acogedor, más que cualquier bar de la ciudad. Más cálido también que cualquier restaurante al