Hermann Linch. Leena H.
cocina con amor, todo está mucho más bueno. También dicen que se conquista por el estómago, que se enamora con la comida. ¡Fantástico! Se confirma así la teoría de que Set era todo amor y que, por lo tanto, incluso lo que hacía para comer se impregnaba de ello.
La cena fue sencilla, solo un plato. Eso sí, corrió bastante vino. Cloe estaba incómoda y pensó que la mejor manera de atenuar y acallar sus nervios era emborrachándolos.
Set no paró de hablar durante toda la cena, no se sentía nada incómodo. Se le veía feliz. No tuvo en cuenta ninguno de los muchos comentarios de Linch, unos comentarios que mal entendidos podían parecer groseros. Al parecer Linch tenía un problema con las formas, aunque en el fondo sus preguntas eran solo fruto de la curiosidad innata de su persona.
Preguntó a Set cómo eran sus sentimientos hacia Cloe, pero no se quedó ahí, no era la típica recomendación de padre-hermano cuidando de una pobre e indefensa muchacha. Él quiso saber específicamente cómo era el sentimiento de amor. Cómo sabía Set si lo que sentía por Cloe era amor o cualquier otro tipo de sentimiento como la simpatía, el cariño o la ternura.
-No sé, la quiero y punto. Quiero hacerla feliz siempre, quiero que se sienta bien a mi lado, que sonría, que me devuelva la mano cuando se la tiendo, que me mire y que se le ilumine la mirada. Yo solo espero que nunca me aparte de su lado porque ella, sólo estando ahí, provoca el sentimiento de amor profundo al que me estoy refiriendo.
-Bueno, veo que eres incapaz de responder a una pregunta.
-Creo que no puedo contestarte mejor, pero si quieres saber algo más, estaría encantado de contestarte.
-Claro, lo que pasa es que no me has descrito el sentimiento, sólo estás refiriéndote a una serie de actos que te provocan bienestar. ¿Es eso el amor? ¿Es bienestar?
-Puede ser, si quieres verlo así.
-Nunca quedaré conforme con tu explicación. Siempre querré saber más, pero de momento, lo dejaremos ahí. Venga, cuéntame más sobre ti, sobre tu vida.
Hermann se dio perfecta cuenta de las miradas que Cloe le dirigía, no podía ser más explícita visualmente, aunque no quería serlo verbalmente para no alertar a su novio. Set no había entendido el punzante tono de voz de Hermann y claro, si eso no le había molestado no iba a ser Cloe la que le revelara una situación incómoda y pusiera en contra a sus dos intereses. Así pues, prosiguió la velada sin más altercados.
A cada historia que Set le contaba a Hermann, éste intentaba sacar el trasfondo, los sentimientos de Set. No le interesaba saber que Set hubiera salvado a su hermana de ahogarse. Le interesaba qué había sentido específicamente cuando la sacó del agua, vio ese intenso color azul de su rostro, la agarró entre sus frías manos, pidió auxilio y la reanimó. Hermann era alguien extraño, eso es lo que pensó Set.
-Y, ¿cómo es que alguien con tantas virtudes no se encuentra ya con una argolla en su dedo anular? –la caza aún no se daba por finalizada.
-Pues, realmente no he encontrado a mucha gente con la que quisiera comprometerme. He tenido alguna que otra pareja, pero siempre ha acabado mal la cosa.
-¿Infidelidades, tal vez?
-Bueno, una sí. La otra… me abandonó de la noche a la mañana. Me levanté y ella había recogido sus cosas. Ya no estaba.
En aquel momento Cloe ya se sentía bastante incómoda con el devenir de la conversación y decidió ponerle fin bruscamente.
-Oye. amigo, métete en tus asuntos, te lo digo desde el cariño.
Cambiaron de tema hacia lo trivial de la vida. Expusieron sus planes futuros como pareja y Hermann les escuchó atentamente el resto de la velada. A la una de la madrugada, Set ya no aguantaba más y decidió irse a dormir, dejando a sus invitados en el comedor con toda la confianza del que está cansado y no es muy amigo de los protocolos.
-Buenas noches cariño, nos vemos mañana cuando acabes de trabajar en el bar. Nosotros nos quedaremos un rato más y después Hermann me llevará a casa.
-Claro, haced lo que queráis, la casa es vuestra.
-Buenas noches, Set, encantado de conocerte y a ver si nos reunimos más a menudo -dijo Hermann levantándose de su silla y estrechándole la mano.
-Buenas noches a los dos, no os quedéis hasta muy tarde.
Set desapareció tras el umbral y el silencio se hizo entre dos viejos amigos. Cloe esperó hasta oír los sonoros ronquidos de su novio para hacer algún comentario comprometido a su amigo.
-¿Te parece normal lo que le has dicho?
-A ti, ¿no? ¿Qué le he dicho que te haya molestado?
-¿Qué pretendías averiguar exactamente? Has estado grosero con él, menos mal que Set no ha pensado mal de tí.
-¿A qué te refieres? Claro que Set no ha pensado mal. ¡No debía hacerlo! Creo que te estás equivocando. ¿Te acuerdas de lo que te dije aquella última noche que nos vimos? Yo no estoy interesado en ti, sino en lo que representas, así que mis preguntas no estaban dirigidas a separarte de él, esa no es mi intención.
-¿Y ahora te interesas por él?
-Me intereso por los dos, por lo que los dos representáis. Cada uno de forma independiente, eso sí.
-No me lo puedo creer. Estás peor de lo que pensaba. ¿Te das cuenta de que sólo te entiendes a ti mismo?
-Si…ya me había dado cuenta. La verdad es que estoy más interesado en entender a los demás que en darme a conocer a vosotros. Entiende que lo primero supone un desafío mental para mí y lo segundo es irrelevante para todos.
-A mí sí que me interesa entenderte.
-Bueno, entonces primero me interesaré por los demás y luego me revelaré a mí mismo para que así puedas entenderme.
-Eso suena a pacto.
-Qué remedio… por cierto, ¿crees que Set querría quedar algún día a solas conmigo? Creo que si vamos a ser amigos necesitamos tiempo para estar juntos sin que estés tú delante. Puedes condicionarnos, ¿lo entiendes, verdad?
-Claro, si conoces el nombre del fármaco en tu grupo de control, el efecto que se produce puede estar condicionado por dicho conocimiento.
Ambos amigos se miraron y rieron. Bueno, más bien Cloe rió y Hermann sonrió. Era lo máximo a lo que se podía aspirar.
-Creo que deberíamos irnos- dijo Cloe- ¿Me llevas a casa?
-Claro, no te dejaría sola andando por las calles de la ciudad, con la cantidad de maníacos que hay.
Cloe volvió a reír, aunque esta vez, Linch no lo hizo. Se limitó a coger su abrigo y salir de la casa por delante de ella. Se metió en su bonito coche, esperó a que se sentara ella y sin mediar palabra encendió el motor. Diez minutos más tarde se estaba despidiendo de su amiga en el quicio de la puerta de un automóvil.
Ninguno de los dos durmió bien aquella noche. Cloe no hacía más que repetir una y otra vez las palabras de Hermann y sentía una extraña sensación que la impulsaba a proteger a su amado.
Ella sabía que aunque Linch era un ser extraño nunca le haría daño a nadie. Aun así tuvo que hacerse un café a las siete de la mañana y salir a dar una vuelta al amanecer después de cinco horas intentando conciliar el sueño.
En la otra parte de la ciudad, un hombre solo en su dormitorio tampoco podía dormir.
Pensaba en otras cosas. Se preguntaba: ¿Habré conocido a la persona más buena del mundo? No se ha molestado por ninguno de mis comentarios. Realmente parece enamorado de Cloe. Tiene una vida ejemplar. Ha sido un héroe en muchas ocasiones. Y, sobre todo, su mirada es absolutamente clara. No parece haber maldad en él. Los pecados capitales le han esquivado en su caminar por la humanidad. No siente avaricia, envidia, gula ni cualquiera de los otros males que acechan a otros día y noche.
Eso era