Hermann Linch. Leena H.
como asintiendo. Y sin más, sin hablar más, se tiró a la piscina. Nadó durante veinte minutos y luego fue a buscar a Hermann, que estaba esperándola pacientemente en el borde de la piscina. Ella le miró y supo que aquel muchacho era diferente y que, en realidad, aquello no tenía por qué ser malo.
Mientras tanto, Hermann había estado analizando cómo un ser terrestre podía ejecutar tan suavemente movimientos en un medio acuático y se imaginó que si el cuerpo de aquella muchacha se lo permitiera, podría volar igual de grácilmente como nadaba, y así, tan perfecta en el agua y el aire, se instauró en su mente.
Cloe sabía que Hermann realmente sentía una admiración por ella que superaba lo carnal, que no tenía nada que ver con ello y no sabía si la idea le preocupaba o le agradaba, porque nunca antes la había sentido y menos en un muchacho.
Así que, en realidad, los dos exploraban y aprendían y así sucedió y se sucedieron los días hasta que llegó Set. De momento los dos jóvenes continuaban su rara amistad. Ya no iban al club porque Cloe no deseaba sentirse presa de las miradas y Hermann quería que estuviese cómoda cuando hablara de ella y de su pasado, porque sólo así él podía descubrir todo lo bueno que había en aquel ser perfecto.
Salieron, conocieron a más gente, él se mantenía en la distancia, pero Cloe no, porque sin saberlo era una cazadora nata y, como tal, hubieron otros, otros muchos hombres que acompañaron a los dos amigos de bar en bar, a la playa, a la piscina, al cine o a cenar. Ahora bien, él la miraba a ella y la veía tal y como era, ellos no. Ellos veían algo que Hermann era incapaz de ver. Cosas del destino y de la mala suerte, Cloe deseaba que él viera lo que los otros, y que los otros vieran algo de lo que él veía en ella.
Una noche, cuando ambos amigos se despidieron, ella se paró en seco y de repente:
-¿Por qué no?
-¿Por qué no el qué?
-¿No te gusto?
-Ya te he dicho muchas veces que eres perfecta.
-¿Perfecta cómo qué y para qué?
-¡Todo son preguntas, Cloe! No es necesario contestar a todas las preguntas.
-Para mí sí. Tú me gustas.
-No te puedo gustar porque no me conoces. No te puede gustar el recipiente si no has probado la bebida que contiene.
-Linch, de verdad, eso sí que no es necesario. Si quieres que sólo seamos amigos eso es lo que seremos, pero dime que no te gusto y ya está, me conformaré con eso.
-Sería una mentira.
-Sería una verdad porque no hay nada que me demuestre lo contrario.
-Hemos pasado casi dos meses juntos, es más de lo que te puedo dar. Me gusta tu compañía, aprendo de ti.
-No, Hermann, ya basta, creo que ya sabes suficiente sobre mí.
-Nunca se sabe suficiente sobre nada y sobre ti menos. Podría pasarme años contemplándote y aprendiendo.
-Ahórratelos.
Sin despedidas, sin miramientos, tan directa, tan sincera. La perfección huyendo de aquel muchacho que seguía impávido esperando en la misma acera donde le dejó su amiga. Se quedó parado, petrificado, un largo tiempo, pensando en su pérdida, pero sin remordimientos y sin pena. Había aprendido mucho durante aquel verano y sabía que en algún momento los caminos que tan perfectamente se creen diseñar de forma aislada, tienden a confluir en uno solo.
Después de aproximadamente una hora abandonó el lugar de su ficticia derrota para irse a casa a dormir y rememorar todos los momentos que pasó al lado de aquella humana.
Y la humana, llorando desconsoladamente en un bar, encontró consuelo, sin ni siquiera tener que pedirlo, en otro humano, que como tal, y siendo portador de una gran alma, tenía un nombre. Se llamaba Set.
***
El hecho de que todo hombre o animal tenga alma, no es algo fortuito, es algo que el hombre o animal gana a lo largo de los años por méritos propios. Esto es algo que Hermann aprendió de un gran hombre. Y Set tenía un alma.
Era suya casi desde el momento que supo hablar y razonar, era suya por su bondad, su extrema bondad, ¿Cómo negar a un hombre bueno su alma? Set la merecía porque el alma es algo de merecer, desde que tenía aproximadamente siete años.
Era una mañana soleada, Set vivía en una humilde casa (por llamarlo de alguna forma) y su madre, enferma de cáncer, dormitaba en una pequeña cama cerca de una ventana.
Al presentir su muerte, al mirar el alma de Set, un alma que ya no estaba ligada a este mundo, sólo pudo decirle a su madre:
-Estarás mejor, yo iré a buscarte cuando sea mi tiempo, no te preocupes mamá.
Y así, el alma de la madre de Set partió; y así fue también como Set obtuvo su alma. Alma que fue engrosando año tras año y vivencia tras vivencia porque ese niño siempre fue bueno, siempre se portó bien, nunca obró mal.
Nadie merecía más que Set tener su propia alma, y nadie más que Set merecía conocer a Cloe y enamorarse de ella.
La bondad reconoce todas las cosas buenas, por tanto: ¿Qué mejor que la perfección?
Cuando Set tenía doce años se tiró sin pensarlo a un lago que había cerca de su casa para salvar a una de sus hermanas que se debatía entre la vida y la muerte, ya que era demasiado pequeña para haber aprendido a nadar. La salvó.
Un año después ayudó a un amigo a no caer en las drogas, a mirar algo más allá, a pensar que la vida podía ser mejor. Ahora Johan es abogado de éxito y tiene una gran familia.
Tres años más tarde, su abuela, la que tanto había cuidado de él y de sus cinco hermanos, falleció. Él, a pesar de no ser el mayor de los hermanos, se encargó del funeral y de todo lo que eso conllevaba. No dejó llorar a sus hermanos ni más ni menos de lo necesario.
Realizó una gran tarea como voluntario en numerosos centros: fue bombero, incluso cuidó de animales en su propia casa sin tener él siquiera de qué alimentarse. En fin, Set era bondad, y no por todo lo relatado hasta ahora, sino por mucho más que no se nombra en estas líneas.
Al final, tuvo que trabajar como camarero en un bar. No era su pasión, pero a su modo, podía aún ayudar a gente, aún era capaz de ayudar, de comprender y escuchar a todo aquel que se sentara en la barra de su bar para beber una copa y conversar. Él pensaba:
-Todo el mundo tiene problemas, y los problemas los solucionan bebiendo, así ¿qué mejor que ser camarero para poder ayudar a la gente?
En cierto modo, este pensamiento le consolaba de no poder hacer cosas más grandes. Y por otra parte, tenía razón, todo el mundo tenía problemas y muchos los solucionaban de la misma ridícula forma. Esto es algo que también Linch ya había observado en otras ocasiones. Gente deprimida, angustiada, que sale con sus amigos a tomar algo, que sus amigos se van, que sus amigos nunca llegan y él o ella permanecen en el bar, bebiendo una copa. En verdad -pensaba Hermann- todo son excusas.
El alcohol, como comprendía él, no era una forma de castigo, sino una recompensa. Era una escapada, pero no “la escapada”, era algo casual o no, pero no debía ser algo rutinario, o más bien necesario.
Estaba cansado de ver gente en los bares pidiendo una copa tras otra sin ninguna finalidad. Esperando el suave balanceo o la fuerte marejada para dormir por fin en paz con su propia conciencia. Y eso era solo lo que él y Set como condición de camarero podían ver. Detrás, después de todo aquello, eran tantos los que bebían en sus casas que Hermann temblaba tan sólo ante la posibilidad de estar sólo en su isla de contención y austeridad, viendo a lo lejos marineros que encaraban peligrosas tormentas.
La historia de cómo surgió el amor entre la muchacha perfecta y el bondadoso camarero la conocería años después, volviendo a hablar con Cloe.
Aquella noche, una puerta se abrió en el bar donde trabajaba. Entró una hermosa chica, no miró a nadie,