Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García

Ultimatum extrasolar - Antonio Fuentes García


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buzos y batiscafos que descendieron a lo más profundo del lago igual que a otros fondos menores, depresiones y cuevas subacuáticas descubrían la extrasolar nave, que por otro lado todos los que la detectaron atravesando la atmósfera terráquea y la siguieron en su trayectoria aseguraban que allí se había sumergido y, observando desde entonces el lago desde su superficie, sus orillas y por los satélites artificiales, allí debía permanecer intacta o accidentada.

      Y llegando a estos resultados, a los tecnólogos y científicos norteamericanos más avanzados en descubrir lo invisible e indetectable uniéronse otros investigadores rusos, británicos, japoneses y chinos, con variantes tecnocientíficas a reforzar esa búsqueda subacuática, como aliados frente al alienígena, pero cuyos esfuerzos también resultaban sin los efectos deseables, y entre estos comprobar faltar la comunicación: ¿Es que no había nadie en la cosmonave, o había tenido ésta un accidente que la desintegró? Se temió por el deseado contacto con los Diez Insólitos, e incluso con los extrasolares, ese supuesto temido accidente que hubiera desintegrado a la cosmonave con todos sus ocupantes, aunque no hubiera indicios de ello. Pero de inmediato se desestimó porque la presencia ante la Asamblea de la ONU tanto de los Diez Insólitos como de los Diez Extrasolares desmentía aquel temor de algunos, pues se les vieron mucho después de haberse sumergido la cosmonave en el lago.

      En la desesperación terrícola se buscó mediante las ondas electrónicas de comunicación por todo el planeta el rastro de los Diez Insólitos, por si acaso no se habían refugiado en la cosmonave alienígena, necesitando de ellos la interlocución y mediación ante los extrasolares, suponiendo a éstos todavía en la Tierra si se mantenía la quinta cosmonave bajo las aguas del Titicaca aunque no se la detectara, como no se detectaron las semanas pasadas las otras tres cosmonaves bajo las aguas marinas y una bajo las arenas del Kalahari mientras no emergieron, ni fue posible intercomunicarse con los cosmonautas de estas cuatro ahora supuestamente situadas en algún lugar del espacio solar, donde también resultaban indetectables e invisibles, y desde donde se las suponía vigilando atentamente la actividad humana.

      Pero, ¿y los Diez Insólitos? ¿Qué había de ellos? Se insistía.

      Mientras tanto los problemas sociales se multiplicaban, sobre todo en el hemisferio norte y principalmente en Norteamérica y la Unión Europea; aunque también en Rusia y áreas del Extremo Oriente y Suramérica. Se sabía la eliminación de ciertos cabecillas islamistas que no disfrutaban de la confianza en las potencias asiáticas de su religión o pretendían una nueva lectura del Corán. Pero la masacre se cebó con más virulencia que nunca en todo el mundo islamista contra los homosexuales, a los que en los lugares de Europa y América dominados por los musulmanes se sumaban a ellos diferentes colectivos europeos y americanos con el mismo fin, a lo que también sumaron con más animadversión si cabía la ejecución de transexuales, y en general a todos los de los colectivos LGTBI que hasta aquí se habían ido declarando a sí mismos. Y ahora eran los más proclives a sufrir las consecuencias del enloquecimiento que se apoderaba de la Humanidad entera. Incluso sus anteriores defensores eran ahora, si acaso, sus mayores ofensores.

      Europa competía en sí misma con Eurabia*, la Europa árabe y musulmana; y lo mismo los de ésta que los de aquélla perseveraron en la persecución de esos colectivos más la de los cirujanos que operaban los cambios de sexo y las peticiones homosexuales; pues a la aprensión religiosa islamista por esas personas y prácticas empezaba a sumarse la de los políticos y creyentes cristianos, de fe o de cultura, temerosos ante la posible o probable intervención divina a través de los extrasolares: porque de alguna manera o por algunos medios habría de suceder el castigo divino revelado en el Apocalipsis. Y los otros países del Extremo Oriente igualmente consideraban esas prácticas sexuales una aberración, o tuvieron sus mismos temores a poderes desconocidos, incluso de antiguos dioses que podrían haber sido alienígenas, de forma que había que hacer desaparecer esas “aberraciones”.

      Y, mientras, la población musulmana continuaba creciendo de manera exponencial, en tanto que la europea disminuía en la misma medida en su propio territorio y continuaba abandonando las ciudades temerosa de un apocalipsis nuclear procedente de los desconocidos extrasolares. Todos los multis*: raciales, culturales, religiosos, ideológicos, etcétera, que un sinsentido buenista democrático y humanista en extremo habían abrazado sin control social, intelectual, político ni económico ajustados a la razón, estaban o habían acabado con el estado de bienestar generado anteriormente y la paz paneuropea que se quiso generalizar; sobre todo en la mitad europea occidental, incluyendo el Reino Unido separado por el Brexit de la Unión Europea y en proceso de escisión sus reinos componentes.

      Barrios y ciudades enteras estaban ya islamizados o bajo el dominio musulmán y la democracia ausente. La Unión Europea estallaba descompuesta. Sus países más orientales se retiraban con el establecimiento de rígidas fronteras y acercándose con muchas prevenciones a la nueva Rusia, muy firmes en sus posiciones frente al islamismo que se había venido introduciendo con la inmigración. No eran ya refugiados como los que produjo la guerra de Siria y dio su bienvenida Angela Merkel. Eran emigrantes, ahora en su mayoría africanos, los mejor física e intelectualmente preparados de sus países de origen, alentados unos por el esplendor que les seducía Europa en busca de mejor vida, siendo la mayoría islamistas, otros menos huyendo precisamente de esa expansión del islamismo, y unos terceros huyendo de la guerra expandida por casi toda África entre el islamismo y los otrora países coloniales europeos más Estados Unidos, y que apoyaban Rusia, China y Japón; sin importarles a ninguno de esos emigrantes el largo camino, que tras sufrir penalidades sin cuento atravesando desde el África subsahariana selvas, ríos y el desierto del Sahara hasta las costas de los países norteafricanos, invirtiendo en ese terrible viaje lo que con sus familiares pudieron recaudar para entregarlo en buena parte a mafias, de orígenes musulmanes, que finalmente los enviaron en malas embarcaciones, con la cooperación, se decía, de oenegés europeas, a cruzar el Mediterráneo rumbo ya a los países del Sur de Europa para desde éstos, si no se establecían, continuar hacia el centro y norte europeos.

      A una Europa que ya no resistía tanta inmigración, en la que los derechos humanos iban en declive o tan extraviados como la misma democracia, todo precipitándose a un desastre que sólo podían ver por sufrirlo los europeos de a pie más conscientes. Y a todo ello juntóse en Europa y América una revolución llamada feminista que iba más allá de lo que en sí mismo significa ese término, y que el 8 de marzo del 2020, fecha que no se olvidaría en el país euroccidental más meridional, no tuvo escrúpulos de manifestarse en todo él en plena expansión de la reciente pandemia del Covid-19, expandiéndola con mortales resultados que especialmente se recordaban del gobierno socialcomunista de ese país entonces en el poder.

      Ahora, años después de aquella inesperada pandemia contra la que ya había fórmula sanitaria de luchar, entre otros remedios con vacunas, la Humanidad asistía perpleja y temerosa a la advertencia extrasolar antirrobótica.

      Sucedió una noche en la industriosa Alemania que se organizaron turcos, sirios y otros islamistas afroasiáticos establecidos en el país, muchos provenientes de los refugiados recogidos por la anterior presidenta Angela Merkel, marchando todos ellos, unos provistos de armas de fuego y otros de hachas, cuchillos y barras de hierro a un núcleo industrial donde algunas fábricas producían todavía diferentes mecanos robóticos, desde algunos menores en la gama de electrodomésticos, a poderosas máquinas industriales, pasando por algunos androides cada vez más semejantes al ser humano y fabricados como los últimos que habían sido permitidos, y aun así condenados a su destrucción en breve.

      Desde dentro de las fábricas otros islamistas y algunos cristianos obreros nocturnos y vigilantes de guardia, confabulados con la multitud que se les acercaba, abrieron las puertas de las naves industriales y comenzó el destrozo de robots y máquinas de su producción, sin quedarse ahí, pues acabaron incendiando el complejo industrial, los islamistas gritando “Alá es Grande” y “Alá no los quiere”, imitados también en esto por los obreros y guardias alemanes, cambiando algunos la invocación “Alá” por “Dios” o diciendo: “tampoco los queremos nosotros”.

      Los primeros policías que llegaron de la ciudad más cercana fueron recibidos con disparos, lanzamientos de


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