Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García
ellos mismos a la Humanidad al final de un mensaje que en principio les pareció bueno de aconsejar, y ahora, por la respuesta al mismo de las principales potencias militares terrestres, sospechaban que podrían ingenuamente haberse dejado manipular por lo que les pareció buenas intenciones de los Diez Extrasolares, a pesar de no olvidar que les salvaron y les hicieron humanos superiores a sus congéneres. A los cuales habían acabado dando el mensaje con el final más amenazador.
Sus inteligencias más desarrolladas empezaron a desconfiar de aquellos en los que habían puesto con razón toda su confianza y agradecimiento por los beneficios que de ellos obtuvieron, desde continuar sus vidas, obtener salud, rejuvenecer, crecer y hasta estas superiores inteligencias que les hacían dudar… ahora.., ante el holocausto humano que parecía avecinarse causado por la exigencia final planteada en ese mensaje de aquellos a los que, desde que los conocieron, jamás se imaginaron los llevaran a esta situación mundial. Por ello no dudaron en su momento de ser los portavoces del tal mensaje y su colofón.
Pero ahora, ante la resistencia humana a consentir, sin más, cumplir todo ese mensaje extrasolar bajo la amenaza de su final, sentíanse ellos mismos atónitos… ¿Por qué esa amenaza tras unos consejos en los que se podía sentir la protección de una exocivilización superior? ¿Entendían los extrasolares que tanto nos iban a importar la conservación de los robots por su utilidad que habían de conminarnos como se hace a un niño rebelde para que cumpla lo que se le dice por su bien? ¿Lo sospechaban acaso por experiencias acaecidas en otro u otros exoplanetas* habitados de otras estrellas?
Visto de este modo, sentíanse los Diez Insólitos manipulados de los mismos a los que tanto les debían, aun a pesar de sentir también pensar mal, igual que de ellos de sus congéneres, por ver sólo en el mensaje el colofón intimidatorio y entenderlo únicamente así... Pero: ¿habría otro modo de entenderlo?
Les despejaron momentáneamente de estos razonamientos traumáticos, que igual a una conversación telepática mantenían entre sí, ver entonces adentrarse el automóvil que les había llamado la atención en el rellano de los pinos. Y poniendo la atención en su interior, he aquí descubrieron ser pilotado por un joven a quien acompañaba de copiloto una chica, y detrás cuatro jóvenes de ambos sexos, todos oyendo muy atentos las noticias transmitidas desde la Asamblea General de las Naciones Unidas, por la radio del coche, e incluso los cuatro de atrás observando en sus móviles de última generación las imágenes en directo de esa transmisión como las de los acontecimientos en diferentes poblaciones del mundo que provocaba la declaración del Consejo de Seguridad, que en general venía ahora a considerarse de Inseguridad. Y podían observar en los seis cómo se apoderaba de ellos el pánico.
Detuvo el piloto el coche en mitad del rellano y abriendo sus puertas con brusquedad sus seis ocupantes salieron con la misma necesidad que una chica expresó diciendo, toda espantada:
―¡Dios mío, qué miedo: Me meo, me meo!
―Y yo, ¡qué horror!―le acompañó otra.
―¡Esto va a ser el Apocalipsis! ―Sentenció uno de los jóvenes, tan asustado como todos lo estaban, con la mano en sus genitales con evidencia de estar también a punto de orinarse.
Que al parecer a todos los seis les acució repentinamente esa necesidad, invadidos por el temor de los dos ultimátums, pero especialmente por el que evidentemente anunció el regenerado español insólito en nombre de los extrasolares, que podría resultar, en efecto, en el Apocalipsis, imaginándoses el holocausto humano más mortífero o definitivo, viniéndoles a las mentes no solamente ese último libro bíblico sino también las películas y las lecturas de terribles ataques alienígenas a nuestro mundo.
Corrieron primero las chicas a ocultar sus micciones, dos de ellas tras el primer pino a mano y los dos chicos que fueron en el coche a su lado tras otro pino; mientras el joven piloto y la copiloto se escondieron respectivamente tras otros dos pinos.
Observaron entonces los Diez Insólitos que las dos primeras bajo el mismo árbol no pudieron evitar mirarse sus partes pudendas mientras, después del pis, se alzaban sus estrechos pantalones pitillo y, entonces, tras mutuas miradas cómplices, tras las que se echaron una sobre la otra abrazándose y dándose un beso bucal, con los ojos lacrimosos descansando luego sus barbillas en hombro ajeno. Estrechándose en el abrazo se descubrían ser lesbianas enamoradas una de la otra. Eran ellas Lucy y Betty, que por fin liberaban sus sentimientos mutuos.
La tercera, Doris, que sin querer las vio mientras se subía su también ajustado pantalón, volviendo su mirada igualmente lacrimosa y aterrada, decidió separarse acercándose al pino a su izquierda adonde vio ir a Ronald, a quien descubrió cerrando su portañuela; el cual, habiéndola oído acercarse, volviendo a ella su mirada también aterrada, la acogió entre sus brazos a los que Doris se echó fundiéndose ambos en un beso cálido mientras sus lágrimas se fundían en sus rostros. Descubrían su mutuo amor hetero.
Los otros dos jóvenes, Clark y Rhony, también descubrieron, pero como Lucy y Betty, mirándose mientras orinaban, que se tenían afición homosexual, y llorando se abrazaron.
Estaban los seis estremecidos imaginándose el fin del mundo. Y con ese terror en sus rostros, casi sin fuerzas para dar un paso, se retiraron de los pinos volviendo al rellano descubriendo por vez primera sus sentimientos afectivos e inclinaciones sexuales sin pudor, las tres parejas abrazadas por sus cinturas, las tres parejas observándose como si de siempre lo supieran.
Seguidamente se miraron los seis, unos a otros, con la expresión en sus rostros del terror que les producía lo que evidentemente era un ultimátum de seres extrasolares, más terror que el de la guerra nuclear con los islamistas, a la vez que se les ponía cara de tontos por haber oído previamente sin escandalizarse cómo algunos de los asistentes en la ONU vitoreaban y aplaudían al final del mensaje extrasolar; si bien prontamente alguien gritó: “¡Ultimátum est!”, y cesaron los vítores y aplausos, desaparecieron los Diez Insólitos como antes se informó lo habían hecho los Diez Extrasolares, sucedió un silencio estremecedor roto por el tumulto que siguió, con voces, alocución alterada del locutor de la transmisión radiada… Y la información de la retirada del Consejo de Seguridad con el Secretario General de la ONU a tomar una decisión conjunta que exponer a la Asamblea de Naciones: la Humanidad estaba en peligro.
Lo que siempre había sido para ellos cienciaficción* en cómics, novelas y películas de afición para los seis, ahora era una realidad en su más terrorífica versión.
No quisieron seguir pensando en aquello y se refugiaron en sus querencias, con abrazos y besos, que podrían ser los últimos.
―¿De qué sirve ya ocultar nuestros sentimientos y condiciones sexuales?―Dijo desafiante Lucy, especialmente dirigiéndose a Doris y Ronald.
―Sí― expresaron a la vez su compañera y la pareja guey, descubriendo los cuatro sus inclinaciones homosexuales.
Doris y Ronald, como si de antes lo supieran, se encogieron de hombros y volvieron a juntar sus labios en un jugoso y largo beso apretándose en un fuerte abrazo heterosexual. También ellos les descubrían el amor que sentían el uno por el otro en su condición sexual hetera que no valía la pena reprimir más, convencidos de que el final de todo estaba irremisiblemente sentenciado.
15 Alianzas bélicas y expansión espacial
Las órdenes que se dieron en común lo fueron en un principio a las propias fuerzas armadas por cada alto mando nacional, habiendo comenzado los países miembros del Consejo de Seguridad, incluyendo los islamistas que se retiraron, a hacer cumplir lo acordado por cada grupo, pues dispuestos unos y otros no cabía la disidencia; así que todos los gobernantes de la alianza mayoritaria o septentrional aceptaron sin demora, dadas las circunstancias, participar en la defensa del planeta, aun con la conciencia de enfrentarse a una fuerza inimaginablemente descomunal; pero también los menos o nada decididos a participar en esa pretendida defensa, pues entendiendo que si aquéllos se aliaban en tal beligerante defensa, y precisamente los que disponían de la mayor fuerza en la Tierra, era suficiente para sufrir todos la catástrofe derivada del ataque extrasolar o angelical, como podían creer esto último más que nadie los islamistas, si se precipitaban