Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García
recibido, provocando conatos de estallidos revolucionarios que se propagaban por todo el orbe terráqueo*, en los que influían tanto los ecologistas y organizaciones de izquierda y antisistema acusando al capitalismo y los poderes fácticos, como los movimientos de derechas y los más inclinados a la religión, incluso en los países más represivos donde comenzaron los amagos de rebelión. Y a todo lo que se sumó la caída de todas las bolsas con bajadas abismales, cierre de bancos y empresas y millones de empleados que de pronto sentíanse sin su puesto de trabajo, con las puertas de su lugar de empleo cerradas.
Movimientos de todas clases: económicos, industriales, laborales, políticos, sociales, intelectuales, científicos, audiovisuales, de orden, etcétera, etcétera, etcétera: que empezaron estallando primero y principalmente en las grandes urbes occidentales, comenzando por Europa y Norteamérica, para seguidamente, con la rapidez electrotécnica de los medios susodichos difundirse por el resto del planeta; sumándose prontamente a ese principio la agitación entre protestataria y revolucionaria, tratando de avivar los ánimos antisistémicos terrestres que el anuncio del ultimátum paralizaba, o porque todavía creían en la buena intención extraterrícola, o en la suficiente inteligencia humana de sus propios dirigentes y tecnocientíficos para convencer a los alienígenas extrasolares de un inmediato plan humano de reorganización planética geobiológica que los salvara por intermediación de los Insólitos; o en que todo aquello era una pesadilla, o que esos extraterrestres eran ángeles enviados por Dios para, a través de los Diez Insólitos como sus profetas, anunciar el fin de los tiempos, contra lo que no había nada que hacer. Estaban todos, pues, alucinando y no en colores. Alucinación no sólo entre los mayores, que también entre los jóvenes y niños a su alrededor observándolos.
Todo eso sucedía con rapidez de vértigo, mientras a la vez, suspendidas en su terror las autoridades humanas, permanecían inmóviles ante el temblor sísmico de las multitudes. De éstas, los más religiosos se recogían en la oración o acudían a sus templos a orar en comunión de fe, si es que no estaban ya en ellos por haber ido con espíritu religioso a escuchar el mensaje; lo mismo creyentes cristianos, que musulmanes, judíos, budistas, hinduístas, sintoístas, taoístas, confucianistas y de otras religiones menores por su número de adeptos, incluyendo los seguidores del ocultismo, la hechicería, el animismo, el chamanismo y hasta el satanismo, todo en un etcétera indeterminado.
Era en esos momentos primeros un movimiento espontáneo y principiante de temor, y fe en creyentes que espontáneamente tomaban esa decisión. Pero ya desde el principio hubo grupos religiosos que por sus creencias se tomaron seriamente el ultimátum como el anuncio final de la puesta en marcha por Dios del fin del mundo anunciado en el Apocalipsis, no en vano los extrasolares venían del Cielo ―y entre los que más lo anunciaban los testigos de Jehová por un lado y los islamistas por otro―, no importaba que en vez de la apariencia de ángeles la tuvieran de extraterrestres, pues en verdad podían ser ángeles enmascarados de extraterrestres los que hicieron el milagro de los Diez Insólitos con el propósito de convencer a una Humanidad mayormente descreída o de poca fe religiosa, y que ahora anunciaban el fin. Creían en éste también los seguidores de Shiva*, y en el Japón los seguidores de Amaterasu*, que como los cristianos soñaban con un nuevo mundo a la medida de sus creencias, tras la destrucción de éste.
En el breve espacio temporal que todo esto sucedía, en el gran auditorio de la Asamblea General de las Naciones Unidas los líderes mundiales allí presentes contemplaban perplejos y acobardados, en las dos grandes pantallas audiovisuales que flanqueaban el frontis de la gran sala tras la tribuna de oradores, mas en otras menores alrededor de toda ella y en las personales ante sus asientos, el revuelo mundial que se iba produciendo con la amenaza de ir a mayores y contra todos los gobernantes y poderes fácticos mundiales, que desde todos los puntos del orbe terráqueo se iban retransmitiendo, incomprensibles de que el furor humano que se levantaba fuera contra ellos y no contra los extraterrestres que les amenazaban a todos. Solamente parecían más templadas, asumiendo la situación temida, aquellas sociedades y grupos sociales religiosos que tras el fin esperaban una renovación feliz, destacando, entre todos, por su número humano los islamistas y tras éstos algunos cristianos, y de éstos la minoría de los testigos de Jehová, que llevaban anunciando el fin del sistema de cosas en la Tierra desde hacía más de un siglo.
Así, pues, como los arroyos que se forman a poco de una lluvia torrencial aumentan de inmediato considerablemente el caudal fluvial al que afluyen con su masa acuosa, así la masa humana colérica en creciente aumento levantaba en el océano de las gentes un oleaje inundador, cualquiera fuesen sus creencias, que ya se iba llevando a las primeras víctimas mortales, tanto caídas en los disturbios, como en suicidios por terror incontenible.
Al grito de pavor, furia y venganza crecientes de las multitudes en alza que calificaban de culpables a los poderosos por sus gestiones de ruina natural planética señalada por los extrasolares, ya fueran políticos o magnates del sistema económico mundial, se incrementó el estado de suspensión anímica del primer momento en todos los gobernantes mundiales y representantes de todas las instituciones creadas para el control y dominio de las masas y posesión de las riquezas, cuando ya parecía que iban a reaccionar ante el ultimátum. Y no menos suspensos de lo que quedaron con el colofón amenazador del mensaje estaban ahora con la explosión de las masas humanas los representantes de los medios informativos. Admirados de que una amenaza tan apocalíptica venida de seres procedentes del espacio extrasolar revertiera en culpabilizarnos en general apuntando a las cabezas dirigentes del planeta humano amenazado. Y suspendidos en ese estado anímico, aunque deseaban cortar las emisiones televisivas, eran incapaces de hacerlo, aunque algunos más importantes representantes políticos de las primeras potencias les mandaban mensajes para hacerlo.
Las imágenes y sonidos de ese prematuro estallido de las multitudes aparecieron entrecruzándose sin control en todos los medios audiovisuales, sorprendidos sus transmitentes encargados de difundir al mundo el acontecimiento, estupefactos y sin valor a retirarlos, sino más bien incentivándose por transmitir tan inéditos hechos a nivel mundial, alternándolos y superponiéndolos con la conmoción primera reflejada en los líderes mundiales reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y las primeras reacciones de algunos de ellos siempre con el pánico reflejado en sus rostros y actitudes.
Hasta que en medio de ese fragor primario, por fin los líderes humanos más responsables ―los gobernantes de las Seis Grandes Potencias permanentes en el Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Federación Rusa, China, Reino Unido, Francia e India*)―, sobreponiéndose, intentando alejar el convencimiento de la amenaza de los alienígenas, tras removerse temerosos sus espíritus por el mensaje de los Diez Insólitos con su implícito ultimátum extrasolar primero y el conato de explosión humana mundial consecuente, sondeándose unos a otros con la mirada para en seguida dirigirse unas palabras, se levantaron en disposición activa, dispuestos a tomar las primeras decisiones humanas que entendieron pertinentes. De inmediato acudió a ellos el Secretario General de las Naciones Unidas, descompuesto el rostro y el gesto interrogante.
―¿Qué hacemos? ¿Por qué no nos reunimos solos en el departamento reservado a los miembros de este Consejo de Seguridad?
Su pregunta en inglés norteamericano recibió la respuesta del estadounidense:
―Me parece lo más inteligente―dijo esperando la aceptación general de los miembros del Consejo, pero especialmente la de los otros cinco gobernantes decisivos en el Consejo de Seguridad―. Habrá que tomar una decisión que nos afecte a todos.
El Secretario General, observando estar de acuerdo con lo dicho los seis permanentes del Consejo de Seguridad, asintió con un movimiento de cabeza, y dijo:
―Si se prefieren dialogarlo primero los Seis, o todo el Consejo, en privado, vayamos, pues, al despacho a propósito…
―Perfecto.
El mundo entero los contemplaba en suspenso, sus almas y oídos y ojos en ellos puestos con un hálito de esperanza en muchos; los que entendían que iban a debatir tomar una decisión de importancia vital.
4 Desalojo en la Asamblea General
Pero la primera decisión, dada al oído del Secretario General de las Naciones Unidas, que la