Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García

Ultimatum extrasolar - Antonio Fuentes García


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Seguridad para debatir el problema que habían planteado los Extrasolares.

      Aun así, había también algunos países menores de los cinco continentes cuyos Gobiernos y Estados Mayores Militares, si los tenían, no se decidían por ninguna alianza militar que conllevase enfrentarse a los alienígenas, con la esperanza de sobrevivir juntamente con los países musulmanes, si efectivamente mantenían éstos su consideración de ángeles a los alienígenas, argumento que se iba extendiendo entre ellos.

      Y mientras se encerraban los presidentes del Consejo de Seguridad en el departamento a que los llevó el Secretario General de las Naciones Unidas, los jefes militares del todavía AMMI (Alto Mando Militar Internacional) de los Seis Grandes tomaron la decisión, no sólo de admitir a altos mandos militares de los Estados Mayores de las Naciones principales secundarias que los solicitaban, sino de pedir a los Gobiernos de estos y propios, aun en la ausencia de sus presidentes, les reclutaran y enviasen en secreto los mejores científicos reconocidos de las distintas ramas de la Ciencia, e incluso ingenieros de las tecnologías más avanzadas, abarcando prácticamente todas las ramas de la actividad tecnocientífica humana, para poder, entre todos, entender la capacidad de defensa o hasta dónde se podían llevar a cabo o aceptar las exigencias extrasolares y, consecuentemente sus resultados, ante la amenaza alienígena, cuyas consecuencias presumibles habían de concebirse estudiar más allá de sólo el planteamiento militar, aunque éste pudiera ser el decisivo para los líderes políticos, tras una evaluación de las posibilidades de entendimiento con una exocivilización absolutamente desconocida pero evidentemente superior, que se había introducido y empezado a actuar en nuestro mundo sin previa presentación ni concesión de las autoridades humanas, lo que podía evidenciar una actitud agresiva de un comportamiento supremacista de imposición sin reconocimiento de la previa aceptación humana, revolucionando la vida de diez longevos.

      Y aquí en la Tierra, bajo las aguas del lago Titicaca, se sabía continuaba una de esas cosmonaves invasoras, que no había seguido el comportamiento de despegue de la Tierra de las otras cuatro, que ya advertían los astrónomos se mantenían en los espacios del Sistema Solar.

      Desde ese búnker AMMI/AMMAA, pues, directamente conectado mediante los más sofisticados ―por tecnológicamente adelantados― medios de comunicación personales con los seis miembros permanentes del Consejo de Seguridad, aparte de una conexión general con las cámaras legislativas de sus Estados, los allí presentes, pero especialmente los seis generales mayores de las Seis Grandes Potencias con sus generales y coroneles adjuntos, estaban al tanto de cuanto acontecía en la Asamblea General de la ONU y particularmente de las actitudes de los miembros permanentes en el Consejo de Seguridad. Pero no sólo con ellos estaban conectados sino también con los reunidos en los edificios de las oficinas de Estados Mayores nacionales de esas potencias militares como el Pentágono en Wáshington, sede también de la Secretaría de Defensa estadounidense, con su representante político, o en Rusia con el Kremlin, etcétera; en los cuales, como en el búnker AMMI, y también en los demás edificios dedicados a los asuntos de gobernación y de la defensa nacional de cada país, habían sido congregados, aparte de sus principales políticos y militares no convocados en el búnker aliado, eminencias de la ciencia, la tecnología, las humanidades y expertos en la ovnilogía* y alienegistas*, entre otros personajes importantes de los poderes fácticos.

      Todo ello planificado lo mismo para actuar en junto, políticamente desde la ONU o militarmente desde el AMMI/AMMAA en caso inevitable, o si desbaratado por los alienígenas ese proyecto defensivo-ofensivo unificado mundial que se diere, actuar entonces desde sus sedes nacionales de Defensa, donde permanecerían sus secretarios o ministros con sus Estados Mayores nacionales dirigiendo éstos sus respectivas fuerzas armadas y aquéllos ―los secretarios ministeriales― el control de funcionarios, policías e industrias; junto a los que se irían agregando el resto de los principales representantes de todos los ramos de, además de la ciencia y la tecnología, de la industria, la economía, la cultura y la religión no convocados de principio ni al búnker de la alianza suprema antialienígena ni asistentes en la Asamblea General de la ONU, ante la expectativa del mensaje alienígena por lo que pudiera derivarse; y una vez escuchado éste, con los sentimientos dichos que se generalizaron, de inmediato se tomaron cartas en el asunto a preparar planes de actuación, no sin ocultar la impresión de temor que les invadió a todos, que se reflejaría en el tono y el nerviosismo de cuanto a continuación comentarían unos y otros, desde los reunidos en el búnker internacional a los de los edificios nacionales de las autoridades de la defensa en cada país, siendo el primero que se oyó expresarse, entre la rabia y el temor ante el poder desconocido extrasolar, el general de cinco estrellas del Ejército de Tierra y comandante en jefe de la autoridad militar en el Pentágono, cuyas palabras reflejaban lo que todos temían:

      ―¡Lo sabía: sabía que el fin de todo esto era un ultimátum!

      ―¡Dios!, ¿puede ser esto cierto; no se puede ver de otra manera..? ―Exclamó el obispo presente en el mismo edificio―. ¿De dónde vienen? ¡Oh, Dios: ¿los has creado Tú?!

      ―¿Hemos de entender que hay otras creaciones humanas, o no humanas, de Dios?

      ―Eso sería si Dios hubiera creado el Universo―: se oyó decir a un no creyente.

      ―¿Y permitiría una guerra entre sus creaciones estelares?―, se preguntó un creyente indeciso.

      ―Si Dios permite una guerra será por la obstinación de los mismos beligerantes, como entre nosotros los terrestres, ¿no?

      ―¡Dios Santo! ¿Qué podemos hacer ante esa amenaza?―Se lamentó ahora el Secretario de Defensa, visiblemente aturdido―. Porque es imposible atender a cuantas obras de ingeniería nos piden, y especialmente sin robots… ―Ahí quedó, sin que cuanto se agolpaba en su cerebro fuera capaz de soltarlo por la boca.

      ―Nos lo exigen… Para que les pidamos ayuda sintiéndonos incapaces y nos colonicen…―Dijo el historiador Conrad, oído, igual que los anteriores, no sólo por los presentes en el Pentágono, sino también por los asistentes en el búnker AMMI/AMMAA y demás búnkeres militares y edificios de Defensa conectados, especialmente los de las grandes y medianas potencias nacionales, interconectados sus países, como se ha dicho, y mentalizados sus responsables a no demorar la actuación aliada a seguir frente al peligro, de ser evidente, de una intervención invasora extrasolar.

      ―O para destruirnos…

      Se oyó también decir de alguien no identificado en las interlocuciones que se desarrollaron sin orden de unos a otros búnkeres y sedes políticas y de defensa internacionales conectadas, en un maremágnum de opiniones, de entre las que escogemos a continuación tal vez las más expresivas del momento álgido que se vivía, dichas en distintos idiomas como una babel intercomunicada internacionalmente, pues en la excitación del momento no todos atendieron a expresarse en el idioma más internacional, el inglés.

      ―¿Se nos escapa pedir a los extrasolares conversaciones al más alto nivel, con los Diez Insólitos por medio, a fin de retirar ese ultimátum? ―Preguntó una voz por todos reconocida.

      ―Tan pronto se dio el ultimátum desaparecieron los Insólitos, después que lo hicieran los Extrasolares―, respondió otra voz igualmente reconocida.

      ―Eso nos indica que el ultimátum es indiscutible, a menos que cumplamos todas sus exigencias, que al desaparecer ellos o no las contemplan de buena fe, o realmente quieren vencernos con la amenaza ―concluyó una tercera voz determinante.

      ―Pero, ¿qué les hemos hecho? ―Se entendió en este caso preguntarse una doctora conocida por algunos en ciencias sociopolíticas―. ¿Tanto les importa nuestro mundo?

      ―Da lo mismo ―respondió ahora un militar en cuya voz algunos reconocieron a un general de las Fuerzas Aéreas estadounidenses―: el caso es que estamos bajo una amenaza apocalíptica de la que no parece que tengamos salida, dado lo que nos exigen, justo para que no lo podamos llevar a cabo.

      ―¿Y si abandonamos la robótica? ―Preguntó una voz femenina―. Parece que es lo que más les importa. Y visto hacia


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