Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García
decididamente a los cabezas religiosas sus séquitos aunque hubieron de quedarse a la puerta que se cerró tras los ahora 26, o 27 si contamos al Secretario General, que entraron en el departamente reservado, igual que hubieron de quedarse fuera los séquitos de los otros 25 gobernantes, como también el obispo anglicano de Londres, los patriarcas ortodoxos griego y ruso, el máximo representante de la religión hebrea y, algo de lado, el Dalai Lama o Buda Viviente, más algún curioso intelectual y otro no menos curioso periodista camuflado, preocupados como todos por aquel mensaje de ultimátum, y en no menor grado por la deliberación que se pudiera estar considerando, no ya entre los políticos sino también con aportaciones religiosas de los dirigentes máximos del Islam y de la Iglesia Católica que les siguió al despacho. A los que fueron uniéndose ante la puerta cerrada algunos miembros de la seguridad en la Asamblea preocupados por el heterogéneo grupo que parecía iba a incrementarse al acercarse a los allí presentes algunos islamistas.
Mientras que ocultado a todos los gobernantes reunidos en la ONU, en todo el planeta Tierra no dejaba de observarse aquel trajín de los mismos, a través de los medios audiovisuales que, como sabemos, transmitían un puñado de valerosos reporteros camuflados desde el centro mismo donde se desarrollaba la más delicada expectativa por deliberar sobre el porvenir de la especie humana, ante las exigencias extraterrestres. Así el mundo terráqueo entero se iba aglomerando ante esos medios de información, con el alma en vilo.
8 El Consejo de Seguridad y el Papa
Ya en ese departamento donde se reunieron los miembros del Consejo de Seguridad y adonde entró sin ser llamado el Papa, ninguno podía ocultar su nerviosismo y temor ante el entendido ultimátum, si bien los Seis permanentes, por ser los representantes de las Seis potencias políticas, militares y económicas reconocidas más importantes, iban a tratar de esforzarse más que los otros de no parecer vencidos de antemano y en cambio capaces de hallar una solución; sobre todos los presidentes de los Estados Unidos, Rusia y China; si bien en los pareceres entrecortados de la conversación de estos tres no faltarían intervenciones del francés, el inglés, el hindú y otros de los 19 restantes, entre los que más el ayatolá y el rey de Arabia Saudí. Pero antes de llegar a esto, viendo las miradas atrás de algunos de esos 19 restantes del Consejo y también del Secretario General de la ONU, siguiéndolas descubrieron al Papa ante la puerta cerrada del departamento al que habían accedido, justo cuando el español y los cuatro católicos presidentes hispanoamericanos se le acercaron con respeto religioso.
―¡Su Santidad..!, qué bueno de su presensia acá― expresó uno de los hispanos.
―Dios me ha iluminado a estar presente en esta reunión, que estimo de capital importancia para nuestra Humanidad y nuestro planeta, dado los presentes…
―Por favor, acérquese ―le dijo el Secretario General en el idioma español que habían entablado, personaje asiático que lo llevó a un extremo de la gran mesa que ninguno de los 25 que habían de rodearla había tomado ni sentádose en la silla correspondiente del lugar de alrededor tomado, todavía respetando la supuesta igualdad de entre todos; excepto el otro extremo que se dio a la primera ministra australiana, elegida a presidir la reunión―. Y siéntese aquí junto a este extremo a escuchar cuanto se debata, si así lo estiman los miembros de esta mesa.
A continuación miró a los Seis Grandes y los dos dirigentes religiosos musulmanes repitiendo lo mismo en inglés, esperando su aprobación, sobre todo cuando echó una mirada en redondo a los catorce gobernantes cristianos que, católicos o no, más o menos creyentes, pertenecían al mismo ámbito cultural y religioso. Pero, aunque con algunas reticencias por parte de los protestantes, e incluso del ruso ortodoxo, cuando éste, advirtiendo que como cristianos eran mayoría y observando los rostros islamistas, dio su aprobación:
―¡Por Cristo y Mahoma: Sea! ―dijo optando por congraciarse con todos.
Miró seguidamente a los presidentes chino, japonés e indio que, dadas las circunstancias de apremio ante el entendido ultimátum alienígena, aceptaron también la presencia del Papa, a fin de no demorar lo que habían de considerar y entendiendo que podría ser importante otra visión religiosa que no fuera la musulmana tan representada allí por sus dos cabezas. De los presidentes allí reunidos dos eran mujeres, en realidad primeras ministras representando a Canadá y Australia; y esta última vino elegida presidenta de esta mesa, contra el parecer de los islamistas que, ante el asunto a tratar, la aceptaron prontamente sin oponer mucha resistencia.
Habían también unos asistentes que les precedieron y que en ese instante procedieron a acercar a la gran mesa ovalada centrada en la estancia los cómodos asientos que faltaban para sentarse los 25 más el Papa y, si acaso, el Secretario General; que de inmediato los tomaron todos sin más ceremonias, retirándose los asistentes por una puerta lateral, excepto dos, varón y hembra, que llevaron a la mesa varias jarras de agua fresca y vasos que repartieron, tras lo que también se retiraron.
Aún no acababan de sentarse todos, cuando apremió el presidente chino en inglés:
―El asunto requiere que no dilatemos más el tratarlo…
―Efectivamente ―convino el Presidente estadounidense―: empezando por reconocer que estamos ante un ultimátum proveniente de unos extraterrestres estelares de inconcebible poderío…
―Se les supone…―dijo con hierática gravedad el ayatolá.
―¿Vais a insistir que puedan ser ángeles enviados por Dios?
―¿De verdad creéis eso?―Expresó con irritación el presidente chino―. ¿Y todos ustedes?―Preguntó a los demás miembros musulmanes; y con la mirada al Papa.
―¿Puede afirmarnos que no lo sean?―Intervino el rey árabe, dispuesto a elevar su voz sunnita a la altura puesta por el chiíta iraní, mientras el silencio de los demás líderes mahometanos se estimaba apoyarles.
―¿Vendrían los ángeles en cosmonaves? ―preguntó mordaz el primer ministro británico.
―Elías fue ascendido a los cielos en un carro de fuego ―respondió con gravedad el Sumo Pontífice de Roma dispuesto a no mantenerse callado, y que se ve había reflexionado mucho sobre ese asunto, informando seguidamente del versículo bíblico―: Segundo Libro de los Reyes, capítulo 2 versículo 11.
Se quedaron todos como pasmados, tanto por el texto citado como por haberlo dicho el Papa, cual si se apuntara a la tesis islamista de posibles ángeles cosmonautas enviados por Dios al fin de los tiempos; y aunque no fuera lo que pensaba, es lo que quiso entender el presidente chino, cuando dijo:
―Si eso fue así, el carro de fuego era entonces una astronave… alienígena, ¡claro!
Al mismo tiempo que el ayatolá decía al Papa:
―Celebro su cita bíblica.
―Con esa actitud no llegaremos a ningún acuerdo general defensivo frente a nuestro agresor extraterrestre ―dijo con cierto acaloramiento el presidente ruso. Y girando su atención al Sumo Pontífice Católico, le inquirió:―¿También cree realmente Su Santidad que nuestros invasores cosmonautas son ángeles enviados por Dios?
Al impacto de la pregunta, reponiéndose de inmediato el Papa, respondió:
―Por lo menos son seres a los que Dios les ha permitido llegar a nuestro mundo.
Hubo una pausa de perplejidad; que cortó el ayatolá:
―Vuelvo a celebrar su respuesta, que nos acerca…
―Quisiera saber qué diría al respecto nuestro patriarca ortodoxo ruso ―le interrumpió con acrimonia el presidente ruso―: Que echo en falta aquí.
―Respondería igual― aseveró el Papa―. Ya me he comunicado con él.
―Puede; pero ahora urge que hablemos del asunto que nos ha reunido en esta sala, teniendo en cuenta que el problema es el ultimátum extrasolar que se desprende en el final del mensaje―, puntualizó el ruso para evitar cuestiones religiosas de por medio.
―Ultimátum que nosotros mismos nos lo