Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García

Ultimatum extrasolar - Antonio Fuentes García


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trascendente a tener en cuenta sobre cuanto haya de decidirse aquí, aunque sólo sea por estar presente, y considerando la también presencia de los representantes espirituales del Islam, que presentan el asunto indudablemente como una intervención divina; y si realmente los visitantes estelares son una advertencia del Creador, lo serán expresamente ante nuestra arrogancia de hacernos como Él, creadores de seres cuales los robots, que son realmente la causa final del ultimátum y éste la llegada a nuestro mundo de los estelares. Téngase todo ello en cuenta y a favor de la Humanidad toda en vuestras deliberaciones y decisiones y obsérvese qué se puede hacer para evitar…

      ―¿La difícil situación para nuestra humanidad que nos han planteado esos extrasolares del diablo, cuales los entiendo yo?―, exclamó despectivo el presidente chino interrumpiendo al Papa, a la vez que impidiendo la intervención del representante japonés que ya levantaba la mano para defender la industria de los robots de la que continuaban siendo los más adelantados.

      ―A esos extrasolares no los asigne del Diablo ―le dijo severamente el ayatolá―: Del Diablo vino a mi país el coronavirus Covid-19 que dejásteis invadir todo el planeta, sepamos con qué intenciones.

      Se notó en el chino ponerse aún más amarillo.

      ―Por favor, señores Presidentes: olvidémonos de ajustarnos las cuentas aquí y ahora ―intervino el Presidente estadounidense―: Lo primero es ponernos todos de acuerdo ante un peligro extrasolar, y tomar en común las decisiones políticas, que han de ser a escala de todo nuestro mundo…―se interrumpió aquí por el alboroto creciente al otro lado de la puerta.

      Y es que algunos musulmanes habían llegado ante ella gritando:

      ―¡Al-lá Akbá! (Alá es Grande).

      ―¡Lâ ilâjha il-lal-lah, Al-lá! (No hay otro Dios que Alá).

      Pero no sólo se oían en árabe las voces de alabanza a Alá, que también en farsi o persa moderno; mientras que para contrarrestarlas algún miembro de los cristianos que hasta allí se habían acercado gritaba:

      ―¡Bendito sea Dios y Cristo Su Hijo!

      ―¡Alabado sea Dios! ―Le seguía otro.

      Ocurría que en las mentes religiosas el ultimátum era prevalente en el mensaje y tenía todos los visos del anuncio de la proximidad del tan profetizado Juicio Final a la Humanidad, como estamos viendo; y con ello de la proximidad del fin de los tiempos, de la llegada del Reino de Dios, de donde los extraterrestres podían resultar ser ángeles revestidos de presuntos extraterrestres y los Diez Insólitos otros tantos revestidos de humanos, o nuevos primeros padres humanos para el futuro de las cinco razas y la humanidad en general. Uniéndose a estas voces entonces las de algunos budistas y brahmanes, las de un religioso judío y, acercándose a todos ellos las de otros credos y divisiones religiosas y aun algún chamán. De manera que aquello llegó a parecerse a una evocación babélica entre diatribas religiosas.

      Atraidos por el alboroto religioso acudieron algunos agentes del orden que se sumaron a los dos que custodiaban la puerta; y no sólo ellos, que también empezaron su acercamiento, titubeante y curioso, algunos políticos afectos a ciertos elementos del corro susodicho, protegidos por miembros de sus respectivos séquitos; sin faltar el mismísimo Dalai Lama perdido entre los cristianos protestantes y ortodoxos, y un relevante religioso judío, al que se le oía su invocación “Adonai” respetando el nombre impronunciable de Jehová o Yahvé.

      Se abrió entonces la puerta y apareció el Secretario General de la ONU, con evidentes muestras de disgusto.

      ―¡Señores, señores!: ¿qué es este escándalo?

      ―¡¿Qué hace ahí el Papa?!

      ―¡¿Qué se trama?!

      ―¿Por qué os reunís a puerta cerrada?

      ―¿Qué tramáis los cristianos?

      ―También están los representantes del Islam―, respondió el Secretario General.

      ―¡Alá es Grande! ¡Esto es el Juicio Final!

      ―¡Satán no prevalecerá contra la decisión de Alá!

      ―Contra la decisión de Dios…

      ―¡Adonai, Adonai!

      Ni que decir hay que todo esto se exclamaba en inglés, árabe y farsi por los islamistas, y en inglés, latín y español por los cristianos. Entonces el Papa, acercándose a la puerta y saliendo, tras lograr hacerse oír, expuso en inglés, para que todos le entendiesen:

      ―Hermanos en la fe de Dios, de un mismo y único Dios, al que todos adoramos, nada he venido a conspirar contra los designios del Altísimo, sino más bien a abrirles los ojos y el entendimiento a estos representantes políticos sobre el Juicio Final que se nos avecina, juntamente con los seguidores de Mahoma...

      ―¡Para eso están ahí nuestros hermanos en la fe de Alá!

      ―¡Alabado sea Dios! ―Se escuchó entonces en los diez idiomas allí presentes (español, francés, alemán y latín de los cardenales; inglés del anglicano y algún protestante; ruso y griego de los ortodoxos; árabe y farsi de los musulmanes, y hebreo del judío israelí), aun apartados un poco los ortodoxos cristianos, el anglicano, el protestante inidentificado y el hebreo, escuchándose a éste seguidamente decir en inglés:

      ―Pronto asistiremos al Armagedón.

      Estas voces y su contenido, más los rezos a continuación en esas lenguas, se propagaron con estremecimiento, como una riada, pasando de este lugar a la sala de la Asamblea General, desde el corro cercano a los políticos aún sentados y sus séquitos, a los agentes, reporteros y funcionarios del extremo de la gran sala y aun al exterior. Y a lo más exterior, como fue el mundo entero, por gracia de los reporteros camuflados, un par de ellos acercados al mismo lugar de los hechos descritos con la anuencia de los policías y guardias de seguridad que participaban de la inquietud general. Y a todos, o la inmensa mayoría, les recorrió un escalofrío escuchar la mención del Armagedón, a la vez que comenzaron rezos y cánticos en todos los idiomas y credos.

      La conmoción en el mundo entero adquiría visos de locura, especialmente entre los creyentes: los más religiosos porque lo eran, los menos arrepintiéndose de serlo poco. Los agnósticos e irreligiosos maldiciéndolo todo: lo terrenal, lo supuesto divino, a los extraterrestres y hasta a su incredulidad. Los iluminados deseando la llegada efectiva de los extrasolares, soñando con ser como los Diez Insólitos, especialmente si eran longevos; los rebeldes arrepintiéndose de todo y esperándolo todo; y los invertidos preguntándose qué eran ante Dios. Y de todos ellos no faltaban los que en esas conmociones se expresaban por las redes sociales.

      Entretanto se cerró diligentemente la puerta dejando dentro a los veinticinco políticos gobernantes de los países representados en el Consejo de Seguridad, y con ellos el Sumo Pontífice católico, quedándose fuera el Secretario General de la ONU, que impuso guardarla a un grupo de agentes de seguridad y funcionarios, mientras los religiosos cristianos, musulmanes, judíos y budistas, a los que se habían sumado religiosos hinduístas, chinos y japoneses, seguidores de Confucio a más de otros, entre los que no faltaban chamanes mayoritariamente amerindios que esperaban la llegada de los dioses y se habían colado en el revuelo producido dentro y fuera del edificio y la gran sala de la Asamblea de las Naciones Unidas, todos, tras permanecer ante la puerta que los separaba de los representantes del Consejo de Seguridad, allí un rato, decidieron sucesivamente marcharse a la gran sala de la Asamblea, alborotando algunos, mientras iban informando e informándose a través de sus inteléfonos de lo que experimentaban allí y de las aglomeraciones de creyentes de fuera que se dirigían a sus lugares de culto y les rogaban la presencia de ellos.

      Mientras se marchaban los más de la Asamblea, despreciando las conclusiones a que pudieran llegar los políticos, gobernantes profanos, encerrados en el despacho del Secretario General de las Naciones Unidas, por considerarlas inútiles bajo la amenaza de los Extrasolares. Aunque los musulmanes confiando en Alá que no convencieran los políticos cristianos más exaltados con el Papa presente a sus fervientes correligionarios


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