Ultimatum extrasolar. Antonio Fuentes García

Ultimatum extrasolar - Antonio Fuentes García


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a cabo con cierta brusquedad de los agentes a causa de la rebeldía que opusieron muchos de los expulsados, algunos de los cuales lograban sortear la expulsión en el revuelo que se formó, no sólo de periodistas sino también de parte de los políticos y eminencias intelectuales invitadas, escondiéndose a tiempo entre los recovecos de la estancia o camuflándose entre la multitud de gobernantes y sus séquitos, que alterados se levantaban ocupando gradas y pasillos.

      Como también se alteraban por este proceder los aumentantes millares de millones de televidentes e internautas (éstos ante sus ordenadores e inteléfonos), que aún podían ver lo que sucedía en la gran sala de la Asamblea General, dada la valentía de algunos camerógrafos retransmitiendo el suceso.

      ―No quieren que escuchemos lo que van a decir nuestros políticos y pedirán a los Diez Insólitos― fue el resumen de los comentarios más extendidos que se iban haciendo en la calle, en la vivienda, en el trabajo o donde quiera que hubiesen televidentes, internautas o movidentes* atentos a esas imágenes, los cuales iban de continuo aumentando.

      Y mientras en el gran auditorio se iba a proceder al desalojo de los considerados en ese momento crucial oyentes inconvenientes, se levantaban los miembros del Consejo de Seguridad, no sólo los jefes de gobierno de los seis permanentes, sino también los demás miembros no permanentes, cuyo número últimamente ascendía a 19, y recordemos eran: con promesa de más adelante conseguir la permanencia: Alemania, Japón, Irán y Brasil; prometidos a cinco años más otros tantos: Israel, España, Bolivia, República Sudafricana e Indonesia; con cuatro más otros cuatro años Arabia Saudí, y por solamente dos años: Islas Salomón, Turquía, Egipto, Perú, Méjico, Chile, Canadá, Australia y Tailandia. Aumento de miembros dadas las circunstancias especiales a raíz de la invasión cosmonáutica alienígena, intentándose acoger todas las corrientes políticas, demográficas, ideológicas y religiosas importantes del momento histórico y supervivencial humano que se vivía, de ahí acoger cinco países musulmanes, entre los que sólo Indonesia lo fue, además de por su demografía, por ser la patria de uno de los Diez Insólitos; como por esta sola razón lo fueron Islas Salomón, Bolivia, España y República Sudafricana; e Israel e Irán por poseer la bomba atómica y cohetes intercontinentales y capaces de alunizar. No pudo entrar en ese escogido grupo Corea del Norte* pese a su arma nuclear por estar ocupado militarmente, lo que se había hecho por su actitud belicista independiente y la desconfianza a su política y al presumible entendimiento que se le sospechó pudiera intentarlo con los alienígenas.

      No obstante los Seis permanentes de las Grandes Potencias, al observar levantarse a los 19 y seguirles, tras mirarse entre sí no fueron capaces de oponerse a su presencia, consideréndola algunos conveniente, en especial porque entre ellos estaban el ayatolá gobernante de Irán y el chiísmo, doctrina integrista islámica, y el rey de Arabia que presidía otro integrismo musulmán, el sunní, y había otras dos poderosas naciones musulmanas: Turquía y Egipto, además de Indonesia; y si se las dejaba a ellas pasar no se podía evitar la entrada a Israel. A todo lo que el Secretario General de las Naciones Unidas parecía estar de acuerdo, llegando a pensar todos ellos que así la decisión que tomasen sería mejor acogida por la Asamblea General y el total o la mayor parte de los países; de modo que los 25 fueron a reunirse en el despacho al que iban convencidos de tomar en él una decisión general, que había de incumbir a toda la especie humana. Visto esto se levantó de su asiento el Pontífice del Vaticano y seguido de su séquito cardenalicio se dirigió todo decidido a entrar también en esa reunión donde se iba a debatir sobre una decisión que concernía a toda la Humanidad y en la que no podía estar solamente los cabezas religiosas del islamismo. Viéndolo otros líderes religiosos quisieron seguirle pero no llegaron a tiempo.

      Entre tanto que en la gran sala de la Asamblea General, procediéndose a la expulsión de los periodistas, sucedió que algunos políticos y miembros de sus séquitos, de ciertos países irrelevantes, se entremezclaron con ellos para fugarse llenos de angustia, sin conciencia clara de lo que hacían, pensando en el regreso a sus patrias y hogares a esperar los acontecimientos o a morir con los suyos, convencidos de que su presencia en la ONU era prescindible oído el ultimátum, cuya certidumbre de realización les parecía evidente. Este movimiento desertor producido en el revuelo de esa expulsión fue aprovechado por algunos reporteros valientes para ocupar inmediata y clandestinamente sus lugares, y desde ellos, como otros desde sus escondites hallados, mantener la información de cuanto allí ocurría, superando el terror que inevitablemente les acometía como a los que no se habían resistido a la expulsión.

      Cuando ya se creyó desalojada de informadores la gran sala de la Asamblea General, lo que llevó un tiempo impreciso de minutos, durante los que desaparecieron de ella los 25 miembros del Consejo de Seguridad, el Secretario General de la ONU y el Papa, a renglón seguido se ordenó a los agentes, cuyo número continuó aumentando, tomar el lugar de alrededor del que ocuparon los Diez Insólitos y los Diez Gigantes Extrasolares, como si allí se mantuvieran invisibles, evitando tocarlos como si realmente estuvieran, ni amenazarlos aun en la supuesta presencia invisible ―que todo se podía creer de ellos―, sólo impedir que abandonasen la plataforma donde presuponían permanecían en pie y desde la que observaban cuanto se producía ante ellos, sin movimiento alguno que les delatase otro interés. Tal era el choque psicológico que la visión de los Diez Insólitos más los Diez Alienígenas de presencia humana gigantesca, y cuanto se decía de todos ellos les provocó perturbando sus mentes, creyendo de los mismos cualquier inimaginable capacidad.

      Los agentes cumplían lo ordenado: unos en la plataforma, otros abajo, y unos pocos ocupando los peldaños de la primera escalerilla que sube a esa primera plataforma desde donde los oradores se dirigen a la Asamblea General, como en la ocasión lo había hecho, por los rejuvenecidos insólitos septuagenarios Julio Grande Lobo como portavoz del grupo de los Diez Insólitos en nombre de los Diez Extrasolares*; temerosos los agentes ante la idea de enfrentarse a esos veinte gigantes de fuerza descomunal y protegidos por aquellos trajes que sabían tenían propiedades defensivas y se imaginaban llevar bajo los relucientes trajes talares que les vieron antes de desaparecer, pero indudablemente creyéndoles allí invisibles; pues de todos ellos creían lo más insólito, sabiendo todo lo sobre ellos conocido durante ese tiempo de poco más de un año espectacular y mágico, en el que desde insignificantes personas de la tercera edad los Diez Insólitos terrestres fueron transformados en jóvenes y saludables personajes heroicos y bienhechores.

      Como cuanto allí sucedía seguía transmitiéndose y podía verse en las pantallas instaladas en la gran sala, lo que llevó de inmediato a la búsqueda de los reporteros camuflados, avisado y temeroso el controlador de las transmisiones apagó todas las pantallas de la Asamblea de manera irreversible desde su control, pero no de forma que no continuasen las retransmisiones audiovisionándose fuera de allí, en el planeta entero, dejando que automáticamente lo fuesen conforme era expulsado de su puesto, engañando así a los agentes que lo retiraron, a sus responsables jerárquicos y a los políticos de la Asamblea, al ver cortadas allí las emisiones de televisión e internet. Sólo algunos funcionarios de la ONU, ejerciendo en aquel recinto, entendieron que el apagón informativo ante la Asamblea podía no serlo en el exterior, como así lo fueron conociendo a través de sus inteléfonos y callando, con la complicidad de algunos agentes de vigilancia disconformes con aquella orden, en momentos tan cruciales para la Humanidad, como todos entendían.

      Tan cruciales como tensos en los que pocos lograban estar a la altura requerida por las circunstancias, no sólo allí sino en todo el planeta. ¿Quiénes podían ser capaces de estarlo en esos graves minutos de tensión recibido el colofón amenazador del mensaje: el ultimátum?

      Los que más y de inmediato se repusieron fueron altos mandos militares de las grandes potencias nacionales desde sus respectivos departamentos mayores, o desde los búnkeres internacionales recientes, que se habían construido diligentemente una vez convencidos sus Gobiernos de la presencia alienígena en la Tierra invadiéndola en cinco cosmonaves muy superiores en su tecnología a la humana; asistiendo así esos altos mandos militares pretendidamente en secreto al evento. Y en solitario algunos científicos, en especial los observadores del Universo.

      En cuanto a los políticos, aparte de los pocos que abandonaron la Asamblea y el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York, con la intención de huir de esta ciudad como si la


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